Paradójicamente en Venezuela pasó inadvertida la noticia de la celebración de la Cumbre Mundial Hambre Cero, realizada hace apenas pocos días en la ciudad de Cuenca, Ecuador, en la que se dieron cita 2.500 asistentes de 35 países, entre ellos nueve ex presidentes latinoamericanos, y en la misma fueron presentadas ponencias ante el sistema de las Naciones Unidas. Obviamente Maduro no envió ninguna delegación para lo que representara, porque no iba a poder pasar agachado por debajo de la mesa, cuando en todo el globo terráqueo se conoce la dolorosa tragedia que vive el pueblo venezolano, que hoy por hoy padece de la más cruda e impensable hambruna, jamás imaginada en un país lleno de riquezas: oro, petróleo, coltán y un sinnúmero de ricos minerales. No tenemos duda alguna, irónicamente, de que si Venezuela hubiese estado presente en ese evento le habrían otorgado por mayoría absoluta de votos para que ejerciera la “presidencia vitalicia”, por ser víctima más  del hambre…pero de poder.

En la cumbre las conclusiones se plasmaron en la denominada Declaración de Cuenca, de tal manera que las 21 propuestas serán incorporadas en la agenda de seguridad y soberanía alimentaria de dicho organismo, para que se implementen mediante políticas, acciones, programas y proyectos concretos en beneficio del desarrollo territorial de cada uno de los países signatarios.

El evento fue de sumo interés por los planteamientos en él presentados, como el de crear una plataforma internacional de cooperación horizontal y descentralizada, para que articule las indicativas de seguridad y soberanía alimentaria en el mundo, y elabore un plan de acción en función de los lineamientos de esta reunión cumbre y del sistema de las Naciones Unidas. Se exhortó  al mismo tiempo a los gobiernos regionales y nacionales para que promuevan programas de dotación de infraestructuras de comercialización, agua, riego y saneamiento de los territorios. Se instó, además, a que los gobiernos brinden asistencia alimentaria a poblaciones vulnerables ante emergencias, compras públicas directas de alimentos de organizaciones de agricultores y políticas de acceso de los pequeños productores a la tierra, agua, semillas, tecnologías, así como el financiamiento a las infraestructuras y a los mercados.

La Declaración de Cuenca fue elaborada tras la exposición de 117 expertos internacionales, que analizaron el problema del hambre y la desnutrición, cuyo documento les será entregado a los jefes de Estado y de Gobierno de los 35 países que estuvieron presentes en este evento de trascendental importancia, los cuales coincidieron que la educación es una herramienta vital para reducir el hambre. 

En el mundo actual convulsionado por múltiples factores es necesario manejar información acerca de este tema, al mismo tiempo ejecutar acciones oportunas y eficaces, mediante una plataforma de cooperación que puede y debe ser un instrumento vital,  y para alcanzar este objetivo es menester que exista la voluntad política, pues el mundo sigue creciendo y la brecha en la sociedad de consumo es cada vez más profunda entre los que tienen más y aquellos que apenas tienen alientos para llevarse a la boca. Es hora de que los gobiernos y los pueblos tomen conciencia para que podamos lograr la coherencia de la vida humana y los derechos de la gente y su entorno.

Solo así será posible evitar que regímenes no democráticos, o mejor dicho llamados socialistas de extremada tendencia izquierdista, o para ser más directos comunistas, exploten este tema a su libre albedrío y obtengan réditos a su favor, haciendo ver a su incauto auditorio que la pobreza es consecuencia del consumismo capitalista provocado por el imperialismo de Estados Unidos. Por esta razón  buscan establecer como políticas de Estado la atención al hambre, a la pobreza y desnutrición, pero nada más falso, porque salta  a la vista de quienes habitamos en este nuestro devastado país, hoy en ruinas por la vorágine depredadora de quienes detentan el poder, que en Venezuela se vive una de las más oscuras etapas de su vida republicana, cuya población ante la miseria, hambre, inseguridad, escasez de alimentos y medicinas, corrupción, narcotráfico y otra laya de maleficios, ha convertido a Venezuela en una nación vulnerable y lastimera ante los ojos del mundo.

El régimen presidido por Nicolás Maduro se ha empeñado persistentemente en negar que en Venezuela existe una crisis humanitaria y que la historia es totalmente distinta, pese a que hasta la presidente de la ilícita asamblea nacional constituyente Delcy Rodríguez admitió haber visto a personas comer de la basura, hecho que adjudicó al llamado “bloqueo económico”, frase que a flor de labios tienen todos los funcionarios en sus distintos estamentos militares y civiles, para acusar a Estados Unidos de esta debacle alimentaria.

Un estudio del Observatorio Venezolano de la Salud y de tres universidades del país revela que los venezolanos perdieron una media de ocho kilos durante el año 2016 debido a la escasez de alimentos y a la galopante inflación, factores estos que provocaron un descenso en el consumo de nutrientes básicos. En cuanto a la desnutrición infantil, y según encuesta realizada recientemente por Caritas, se conoció  que 60% de 486 niños menores de 5 años que pesaron y midieron desde el último trimestre del año pasado hasta el 31 de julio del 2017, presentó una desnutrición aguda grave. Habría que agregarle a ello que el número de comidas ha descendido y eso demuestra la crisis alimentaria que existe actualmente, al extremo de que 30% de la población no realiza las tres comidas diarias.  Una cifra que duele mucho es la encuesta de Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi), la cual refiere que 82% de los hogares venezolanos vive en pobreza y se ha convertido en el “más pobre de América Latina”.

Este doloroso panorama no se pude ocultar y está a la vista de todos en calles y avenidas de Caracas y demás ciudades del interior del país, en las que hombres, mujeres, niños y ancianos buscan ávidamente desperdicios en los basureros de restaurantes, expendios de comida rápida, mercados y supermercados, para alimentarse y llevar a sus casas, en donde con seguridad existen familiares que padecen hambre. Razón tuvo una madre de familia que en días recientes exclamó con rabia contenida en la comunidad del barrio Pinto Salinas de Caracas, ante la falta de alimentos que perjudica a los habitantes de la zona: “Dicen que tenemos patria, pero ¿eso es lo que vamos a comer, patria?  No, lo que tenemos es hambre”.

El régimen de Nicolás Maduro es el principal responsable de la hambruna y de la emergencia humanitaria que se vive en el país, por cuanto ha destruido el aparato productivo venezolano, tras atacar sistemáticamente la propiedad privada y negar la apertura del canal humanitario, lo cual evidentemente conduce a que el hambre de los venezolanos decida llevar a cabo poner fin al régimen comunista que detenta el poder desde hace 20 años. No ha habido y no hay excusa alguna para que Maduro siga empeñado en negar la asistencia humanitaria que tanto clama el país nacional. Su pertinaz y negativo empeño representa una  obstinada obsesión por negar lo indefendible, mientras el país agoniza lentamente.

Bien lo afirma el ex ministro de la Defensa Fernando Ochoa Antich, en su artículo del  pasado domingo en este mismo diario: “Votar por Maduro el 20-M es traición a la patria”.

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