La vida se desenvuelve entre los planos de las ideas y de las realidades. En tal sentido, encontramos ideas desprovistas de toda posibilidad de realización en la práctica, así como doctrinas que, sin ser enteramente realistas, son susceptibles de ciertos ajustes o adaptaciones a la materialidad posible. Pueden igual requerirse condiciones mínimas de adaptabilidad, tanto como convicciones suficientemente arraigadas en el seno de la sociedad. Aunque más allá del componente ideológico y las razones prácticas, se requieren cabecillas y agrupaciones que contribuyan a ordenar y canalizar aspiraciones colectivas.

Si a pesar de lo que estamos viviendo en Venezuela, continúa prevaleciendo el espíritu democrático de las últimas décadas del pasado siglo, será nada más indispensable contar con liderazgos virtuosos, ilustrados, con dirigentes honrados, responsables y serios, para que guiados por ellos pueda la sociedad reconquistar la institucionalidad perdida en años recientes. Los planteamientos lanzados desde los oscuros rincones del populismo extremo no podrán imponerse si los demócratas se organizan, aúnan esfuerzos y componen propuestas realistas y sobre todo creíbles para las grandes mayorías que se resisten a los desplantes y fallas del pensamiento único.

Para Serrano Suñer –el artífice del Nuevo Estado organizado en torno a la figura de Franco–, la novel democracia española surgida tras la muerte del caudillo tenía que considerar esencialmente a los demás, una actitud que debía empezar por el respeto del Estado y del ciudadano a sí mismo. Citando a Kelsen, Serrano enfatiza al modificar sus posturas ideológicas de otros tiempos que la democracia es la única expresión natural y adecuada de las bases del poder y por eso será también la forma de expresión política a la que siempre volverá el orden social, frente a las intentonas pasajeramente triunfantes en pro de la dictadura. Y en torno a ello alertaba sobre la falta en aquella España de los años setenta, de una infraestructura cultural y de educación política, tan necesaria para el ambicioso proyecto de renovación institucional después de casi cuatro décadas de imposiciones totalitarias.

Guardando las necesarias distancias, la Venezuela de nuestros días también necesita desarrollo cultural y educación política. Lo que hemos visto en días recientes en el plano institucional es solo muestra de renovado irrespeto al Estado como organización política independiente y dotada de atribuciones que le confieren soberanía. A título de ejemplo, lo que viene sucediendo en la máxima instancia judicial de la jurisdicción ordinaria, al igual que en el orden parlamentario con esa extraña y subrepticia coexistencia de dos Asambleas –una popular, legítimamente constituida, aunque despojada de facultades y capacidad de actuar; otra bastarda y entregada a decisiones y reformas furtivas–, solo confirma el alto grado de deterioro al que hemos llegado como nación; definitivamente no hay respeto entre las instituciones del Estado. Pero también el ciudadano común se irrespeta a sí mismo cuando se hace parte del pillaje y del saqueo que tanto daño inflige a la sociedad venezolana –el asalto oportunista y sin duda desesperado a comercios y supermercados en días recientes–; no es esa una forma válida de protesta, ni tales actitudes encuentran justificación en el enojo colectivo que auspician las malas condiciones de vida y múltiples carencias de la hora actual. Menos aún cuando el llamado a preservar el orden público es en verdad quien las promueve y las justifica bajo el artificio de “precios justos” que no son tales, como si sus políticas públicas no fuesen causa eficiente de tantos desequilibrios.

Si en Venezuela no hay capacidad para conducir la acción de gobierno, tampoco la hay para instrumentar una exitosa, oportuna y relevante estrategia de oposición política. No hay liderazgo, no hay seriedad, menos aún efectividad, aunque sin duda existen excepciones que de llegar a prevalecer podrían marcar diferencias de contenido y sobre todo en los resultados; por ahora, aparecen relegados a un segundo plano de pasmosa ineficacia. Se necesita, como diría el citado Serrano Suñer, un liderazgo alternativo bien dotado de bagaje cultural, de experiencia,  formación intelectual y capacidad de exposición para conectar con el país real, para hacer valer sus ideas, sentimientos y emociones alineadas con el momento, con esa esfera de lo posible que podría contribuir a sacarlo del abismo en que se encuentra.

La crisis que asfixia al venezolano de nuestros días no tiene parangón, tampoco antecedentes en la historia que conocemos, ni explicación o justificación posible. Un cuadro inédito que preside la mediocridad y el oportunismo de actores políticos afanados en privilegios actuales o potenciales; todo indica que no les importa el país ni la miseria colectiva que arrasa sobre todo a los menos favorecidos.

Pero la democracia –el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los demás que se conocen, como diría Winston Churchill– siempre tendrá capacidad de respuesta ante los más exigentes desafíos que se le impongan. Los mejores y los más capaces tendrán que reunirse, contar con los demás, construir consensos necesarios, sumar fuerzas donde las haya y parafraseando a Renán, excluir toda forma de exclusión. Progresivamente se irá fraguando una renovada cultura y educación política, sin que ello implique prescindir de las lecciones del pasado, de los ejemplos de venezolanidad permanente que siempre habrán de iluminar el camino de la Venezuela que todos queremos.


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