La contracultura se remonta a las experiencias místicas de las primeras civilizaciones, a los inicios del arte y la filosofía. Pequeños movimientos y expresiones que rechazan, se marginan, se enfrentan a la cultura institucional, mostrando las carencias sociales y una profunda insatisfacción.

Han generado sus propios medios y se han convertido en un cuerpo de ideas y señas de identidad, cuyo objetivo es encontrar una mentalidad y una sensibilidad alternas que ofrezcan opciones de vida menos limitadas.

Amor y odio, vida y muerte, luz y oscuridad, gozo y sufrimiento… esa es la dualidad de la vida. Y es en este marco en el que los jóvenes manifiestan sentimientos de distintas maneras, una de ellas es la imagen que dan al mundo. El lenguaje es mucho más que solo palabras escritas o habladas, donde tienen mucho que ver el lenguaje corporal, musical y visual…

Punketos, darketos, eskatos, cholos, rockeros, hipsters, emos, fresas, trovadores y de los ya casi extintos hippies, son solo algunos de los muchos “personajes” que encontramos día con día en calles, avenidas o universidades en la Ciudad de México.

Iniciemos por hablar de los darkies o darketos. “I wear black on the outside because black is how I feel on the inside”, es decir: “Visto de negro por fuera, porque negro es como me siento por dentro”. Surgen como consecuencia de una corriente musical en Europa.

Se ven atraídos irremediablemente por las fuerzas de la oscuridad, por la bella y dulce muerte, por las vibraciones del dolor, por el encanto de lo decadente. Significa estar en estado permanente de luto, melancolía y depresión. Significa acumular un acervo cultural y musical.

Las vestimentas de los darkies atienden a las modas de los periodos en los que la literatura indica la existencia de vampiros; presumen cierto refinamiento. Sin embargo, su indiscutible arcaísmo, su apariencia de disfraces más que de su propia ropa nos hace dudar de la autenticidad de su ideología. Incluso los llegamos a confundir con seguidores de géneros derivados del rock o el satanismo.

Desde su nacimiento el rock ha tenido como objetivo señalar las constantes vitales de cada generación. Para conseguirlo provocan los enojos de la sociedad.

El rock ha servido como estandarte para remarcar los traumas culturales desde la década de los años cincuenta hasta la fecha, ya sea por su lírica, por su ritmo, por su volumen o por la representación iracunda de todos ellos. Uno de los protagonistas de esta historia se llama Satanás. Un ser básicamente maligno.

Del género del rock se derivan varias tendencias. Algunas de ellas son por ejemplo el metal y el punk.

Los metaleros constituyen la secta más cerrada, la más dogmática y la más fanatizada. Cuentan con sus propios ritos, sus propias certezas, sus propias deidades. Pocos como ellos para mantener impolutos los sacramentos y ceremonias que les dan razón de existir y trascender.

A los metaleros es difícil definirlos e incluso clasificarlos. Su ideología suele transformarse, dando paso así a la expresión de otros sentimientos y pensamientos.

Dentro del metal encontramos distintos géneros como son: el blackdeathheavy, y new metal; solo por mencionar algunos.

Tal vez ellos sean los personajes más tiernos del mundo del rock; aunque se atasquen de calaveras y sangre.

Por otra parte, la palabra punk es un coloquialismo de viejo uso que señala a una persona que se comporta como un marrano, un ojete y un gandaya, bueno para nada, por lo que el punk literalmente quiere decir “rock ojete”.

Les gustaba salir a rolar por la ciudad en busca de aventura y para lucir el pelo pintado de colores, engomado para formar punta de estrella, cabezas de maguey o rapado a la mohawk.

Pantalones con parches, muchos cierres, botas pesadas, muñequeras, chamarras y picos metálicos, conforman su vestimenta. El punk es un fenómeno de jóvenes jodidos. No tienen una forma específica de pensar. Su manera de vestir y de peinarse es su proclama para mandar a todos a La Chingada.

La sociedad rechaza a los punks por su apariencia, que no es otra cosa que la forma de manifestarse ante una sociedad que no les promete nada.

El movimiento skasero nace como resumen perfecto de lo experimentado en el rock hecho en México.

Son jóvenes entre los 15 y los 18 años de edad, quienes confunden patinetas y grafitis con ska.

Todo esto aderezado con lo que a un mozuelo le puede provocar algo tan adolescente como el levantamiento del EZLN –a mediados de la década de 1990– y tan real como sus demandas indígenas.

Herederos directos de los pachucos. Las señales de identidad de los cholos, eran ver al barrio como territorio sagrado, una religiosidad profunda por la Virgen de Guadalupe y expresarse a través de la pintura mural, que derivó en la práctica de los palcazos, grafitis o pintas que representaban su ideología básica y eran marcas cholas en los barrios.

También usaban paliacates en la frente, casi cubriendo los ojos, o sombrero y pantalones muy guangos.

Vinieron a ser un punto de enlace entre las culturas alternativas de México y las de Estados Unidos.

El cholismo representó un punto de identidad y estabilidad de muchísimos jóvenes pobres.

Ahora toca el turno a los hippies, que nacen en los años sesenta. Eran adictos a la marihuana y al rock and roll.

Hippie es un diminutivo de hip; un hermano menor del hipster, y textualmente significa “machín”.

Creían en la paz y el amor. Tendían a vivir comunalmente, compartiendo gastos. Cada quien hacía lo que quería. Dejaban todo (casa, trabajo, estudios), para poder sentirse libres.

La mayor parte de ellos usaba el cabello largo, otros se lo rapaban. Vestían con colgadijos al cuello, muñecas y tobillos, faldas largas-largas o cortas-cortas, cintas en la frente, sombreros, boyas, guaraches o descalzos.

Los extravagantes se vestían como piratas o usaban disfraces; otros tantos andaban desnudos.

Las vías de acceso al inconsciente; la astrología, el tarot, la numerología, la magia, el yoga, el budismo y en general las religiones y el esoterismo del Oriente era lo que apreciaban.

Los actuales hippies apenas conservan algunos rasgos de los originales, sobre todo en lo que a vestimenta se refiere.

La trova, fenómeno estético nacido en la segunda mitad de la década de 1960 en Cuba, la mayor de las islas del Caribe. Este movimiento tuvo mucha difusión y aceptación entre los jóvenes del país. La trova es una de las facetas más interesantes de la cultura musical cubana. Los trovadores han logrado que la guitarra levante su mano y nos hable con la riqueza de las palabras, con el olor maravilloso de la madera desgranando acordes, en fin, solo basta escuchar, no únicamente oír.

Tenemos una tendencia salida de la otra cara de la moneda y es precisamente la cultura pop; que hace su aparición durante los movimientos de vanguardia del siglo XX. La cultura pop entró a la vida cotidiana de hombres y mujeres a través, sobre todo, del diseño y la moda. Destacan las melodías y sus letras por ser los mejores espejos de este movimiento.

La cultura pop no exige casi nada, ni estudios ni conocimiento ni reflexión; solo mirar sin ver, oír sin escuchar, sentir sin cuestionar. Es ahí donde radica su condición efímera.

“Los robots resignados”, como llama Octavio Paz a los ciudadanos del mundo de hoy; van por el mundo rumiando una Big Mac y tarareando la canción de moda que oyen en la radio.

Pero mientras los “pops” y los “fresas” no hacen más que preocuparse por su apariencia, los grungies la olvidan por completo. Les importa más cultivarse por dentro que por fuera, digamos que su lema principal se resume en “viva la mugre”. Buscan intraponerse a la sociedad a través también de la música pesada; además de mostrar un gusto excesivo por la cerveza.

Sin embargo, al igual que en los anteriores géneros no siempre se le es fiel a la ideología original, y a estas fechas –aun cuando no lo parece– estos personajes se ven obligados por el ente de la sociedad a tomar una ducha diaria o lo más seguido que les sea posible.

En la actualidad, las manifestaciones culturales son cada vez más variadas y, aunque se discuten los parámetros para distinguir lo que es arte de lo que no, lo que vale la pena y lo que no, nada nos protege de ser presas de un vertiginoso laberinto de imágenes y sonidos que reciben nuestros sentidos en todo momento formando parte de un algo, llámese cultura o contracultura.


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