Los gobiernos existen para resolver los problemas de la población a la cual sirven. Pero hay también inútiles parodias de gobierno que están solo para inventar explicaciones a la población de por qué esta sufre los problemas que tiene, y para justificar por qué no pueden hacer nada para resolverlos.

Este segundo tipo de gobiernos suelen tener al frente a burócratas que privilegian el hablar al hacer, expertos en buscar excusas a su ineficacia, y que se constituyen en auténticos ventiladores argumentales, repartiendo culpas a cualquiera que no sean ellos.

Un objetivo primordial de estos gobiernos es proveer a la población de explicaciones alternativas a la realidad que viven, no importa su veracidad. Para alguien, por ejemplo, que simpatice con la actual oligarquía madurista, problemas como la inseguridad, la escasez o el costo de la vida –todos ellos asociados con la gestión del gobierno– representan un reto a su fidelidad política. No puede desconocerlos, porque los vive en carne propia. La solución “objetiva” a la disonancia cognitiva “apoyo al gobierno vs penuria personal” sería acabando con tal apoyo. Pero las investigaciones nos advierten que, más que acercarse a la respuesta objetivamente “correcta”, lo que realmente interesa a muchas personas es resolver por cualquier vía la incomodidad generada por la disonancia, buscar alguna explicación que le permita entender el caos que vive. Y aquí es donde la sistemática e invasiva política comunicacional oficialista desempeña un papel importante. 

De acuerdo con estudios recientes, la mayoría de la población acierta al señalar a la clase política gobernante como el principal responsable del desastre nacional. Sin embargo, lenta pero progresivamente, toma cuerpo una seudoexplicación –muy útil a la cúpula oficialista– según la cual la culpa de lo que ocurre recae en otras causas.

En el último estudio sobre actitudes políticas de los venezolanos de Ratio-UCAB (Febrero 2018), 8 de cada 10 de estos piensa que la situación del país es mala o muy mala. Pocos consensos son tan generalizados en Venezuela como la convicción de que el país está mal. Pero al acercar la lupa, algunos hallazgos sobre la responsabilidad de esta situación develan una preocupante heterogeneidad. Así, por ejemplo, al preguntar quién es el responsable del desabastecimiento, solo 39% afirma que es Maduro y su gobierno, 6% señala a la oposición, 6% a los militares, 7% a la crisis económica mundial y un alarmante 30% a ese invento cazabobos llamado la “guerra económica”, mientras 12% no sabe o no responde.

Estos datos reflejan, por una parte, el éxito que en un porcentaje importante de la población ha tenido la estrategia comunicacional del régimen para ocultar su fracaso y su culpa. Aplican aquí aquellas dos famosas frases de Joseph Goebbels, “una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”, y “miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”.

Pero, por otra parte, datos como los descritos evidencian también la necesidad de la dirigencia democrática, en todos sus niveles y modalidades, de asumir con urgencia la tarea de emprender una intensa labor de docencia social y de pedagogía política, para que muchos de nuestros compatriotas entiendan quiénes son los verdaderos responsables de su tragedia. 

La tarea del régimen es solo proteger a los suyos, excusar sus culpas y garantizar la permanencia de la clase gobernante. Nunca resolver problemas, solo dar explicaciones falsas. Y que estas explicaciones sean de tal naturaleza que debiliten la exigencia de remoción de los verdaderos responsables.

La tarea de los demócratas, frente a ello, es de educación política, que la gente comprenda la asociación entre su sufrimiento y quienes se benefician de él. Y que la única forma de superar nuestra actual tragedia es por medio de un cambio político, para lo cual la correcta identificación de las causas y sus responsables es una condición esencial.


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