Juan Guaidó es, en este trance histórico de Venezuela, nuestro Santo Grial. Es el tesoro que todos los demócratas de nuestro país deben cuidar y proteger en un contexto de cambio político tan singular.

Me cuento entre la inmensa mayoría de los opositores que se sorprendieron gratamente en el mismo instante en que el joven líder pasó al primer plano de la contienda política que vivimos. El hecho de su frescura produjo gran entusiasmo, haciendo que se borrara de nuestras mentes la larga fatiga generada por la división y los permanentes choques entre las corrientes opositoras.

La exaltación siguió creciendo cuando, uno tras otro, los gobiernos democráticos de Europa y América empezaron a reconocerlo como el legítimo presidente de la República de Venezuela. Se trataba de algo inédito. Algo que nunca antes se había producido en el plano político internacional. Así es que había –y sigue habiendo– poderosas razones para estar contentos; la principal es que la noche oscura del largo martirio comenzó al fin a ser desplazada por la luminosidad esperanzadora de un nuevo amanecer.

Pero no podían dejar de aparecer los aguafiestas de siempre. Cuando los destellos de la venturosa alborada apenas se están consolidando, saltan a la palestra los primeros plañideros para hurgar en posibles hendiduras con el claro propósito de alborotar el avispero.

En este momento no tengo elementos de juicio que me indiquen que las malévolas críticas y los señalamientos realizados hayan sido formulados mediante tarificación de por medio; pero tengo que confesar que los mismos muestran cuatro graves defectos: superficialidad, apoyo en simples rumores, rampante especulación y pobreza de las fuentes de información.

Lo cierto del caso es que a su llegada al aeropuerto internacional de Maiquetía, el pasado lunes 4 de marzo, Guaidó fue recibido por embajadores y diplomáticos de Alemania, Países Bajos, Chile, Francia, Estados Unidos, España, Rumania, Argentina, Brasil, Canadá, Perú, Ecuador y Portugal. Eso es una ratificación del pleno apoyo de la comunidad internacional al grial venezolano.

Pero esto no fue todo. El martes 5 de marzo, el consejero de seguridad nacional del gobierno de Donald Trump, John Bolton, a través de su cuenta en Twitter, envió el siguiente mensaje a sus millones de seguidores y a Maduro: “El presidente Guaidó regresó hoy sin problemas a Venezuela para seguir luchando por el futuro democrático del pueblo venezolano.  Estados Unidos apoya plenamente a Guaidó y a la Asamblea Nacional. Su seguridad debe ser garantizada. El mundo está observando”.

No dudemos entonces ni por un segundo de la permanencia de esos respaldos. La comunidad democrática no puede darse el lujo de que nuestro país pase a ser un vulgar satélite de China y Rusia, monitoreado por la decadente dictadura cubana. No es, por tanto, tiempo de dudas ni depresiones. El respaldo del mundo libre lo vamos a seguir disfrutando. Eso no tiene vuelta atrás a estas alturas del juego. Y Estados Unidos lo han reiterado una y otra vez por intermedio de varios voceros: “Todas las cartas están sobre la mesa”. A buen entendedor pocas palabras.

@EddyReyesT


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