Es poco probable que este aspecto de la tragedia venezolana sea tratado seriamente por los gerifaltes rojos, esos cuya incapacidad ha logrado la destrucción de nuestra economía, el desmantelamiento del sistema educativo, el imperio de la violencia y el crimen organizado, el desmontaje de todas las instituciones nacionales y el irrespeto a la Constitución y las leyes que estructuraron la nación.

Es la espantosa situación sanitaria del país la que pareciera haber sucumbido en tan vertiginosa caída como obedeciendo a un plan preconcebido de genocidio, pues ni intentándolo los más incapaces de la dirigencia roja podrían anotarse logros tan impresionantes en el desprecio por la noble actividad de nuestros médicos, enfermeras y hospitales.

Cifras como la mortalidad hospitalaria en Venezuela dejan expresiones de asombro e incredulidad por su magnitud. Nuestros hospitales hacen referencia a  31,2% de mortandad el año pasado. Esto significa que uno de cada tres ingresados al sistema de hospitales públicos no sobrevive su estadía.

Comparemos esta cifra con las estadísticas de la red MASH de hospitales de guerra en la confrontación de las Naciones Unidas con la Corea comunista en los años cincuenta. Allí,  bajo fuego enemigo, la cifra de supervivencia era mayor a 90%.

No es falta de habilidades o destrezas de nuestros médicos y enfermeras, claramente allí no está la causa ni la razón de esta infamia; es la falta de mantenimiento, de equipos, de instrumentos, de medicinas y de alimentos, los que generan estos desesperantes resultados. Los especialistas intentan salvar vidas, pero los gerifaltes rojos se empeñan en acabarlas. ¿Por qué desatender al sistema público de salud?

Conocido es el resentimiento social hacia la medicina privada, pero cómo comprender el castigo a los más débiles de la población, a los más vulnerables y a quienes el socialismo del siglo XXI prometió el mar de felicidad y los llevó a un precipicio de humillaciones y miseria. No se entiende ni se perdonará.

Lamentablemente no solo los hospitales han dejado de funcionar, también los planes de vacunación, de control de plagas, de terapias complejas, el soporte a enfermedades crónicas, la revisión pre y posmaternal, los cuidados neonatales y la lista completa de servicios que venían en continuo progreso desde los años cuarenta del siglo pasado.

El resultado de esta debacle refleja la elevada mortandad y gravísima situación de las generaciones infantiles y juveniles que por falta de alimentación adecuada y ausencia de apoyo sanitario enfrentan un incremento en epidemias y enfermedades que la democracia había logrado erradicar. Ha vuelto la lechina y para angustia de los países vecinos la cifra de infectados por el paludismo se denunció en medio millón en el año 2017 por el Ministerio de Salud.

Venezuela necesita asistencia humanitaria, no es cuestión de debate, y su cura tampoco. Para mejorar a este enfermo hay que salir de los gerifaltes rojos.


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