El 7 de agosto pasado, ya lo hemos dicho, señala un hito histórico para Colombia: se posesionó como presidente de la República Iván Duque, con el mandato popular de retomar el rumbo de la nación, perdido en medio de una dictadura afín a los intereses del narcoterrorismo. Los primeros pasos del presidente han sido inequívocos en relación con su disposición a enfrentar el narcoterrorismo, con acciones contundentes tanto en el plano legal como en el militar.

Pero el problema no termina allí. El país está tan descuadernado por efecto del malsano gobierno de Santos que se ha perdido por completo la institucionalidad. Estamos en el límite de un Estado fallido, por efecto de la inexistencia de justicia, dada la entrega del aparato judicial al efecto doble del narcoterrorismo y la corrupción, ejemplificados en los estruendosos fallos de las altas cortes beneficiando a las FARC, como en la condonación de los crímenes sexuales contra menores y la persecución descarada al presidente Uribe. Como si esto no fuese suficiente, se creó una justicia paralela para beneficio de los criminales de lesa humanidad de las FARC, la JEP, que ya bien demostrada está su connivencia con las FARC, como en los intentos de detener la extradición de criminales como Santrich. De manera pues que la salud de la república exige que de inmediato se rehaga el entramado institucional del país, con sendas reformas a la justicia y con draconianas medidas anticorrupción.

La falla del Poder Judicial y la alta incidencia de corrupción en el país están íntimamente imbricadas. Con una justicia corrupta, como la colombiana, nada se puede hacer contra la corrupción. Si las altas cortes que deberían ser faros de vigilancia contra la corrupción están dirigidas por deleznables magistrados como los del cartel de la Toga y el “ jurista” Barceló, que comete prevaricato públicamente y lo defiende como si nada ha pasado, con tal de crear pruebas falsas para perseguir a Uribe, la causa está definitivamente perdida.

Por ello es loable el esfuerzo del presidente Duque en buscar un consenso nacional para enfrentar esos dos flagelos. Pero observo con preocupación que tratando de lograr ese consenso se está cayendo en acciones populistas que en vez de solucionar el problema, a la hora del té lo agravará. En efecto, los proyectos de reforma de la justicia y el paquete anticorrupción pienso que están llenos de medidas efectistas y a medias tintas, que no van a las raíces del problema.

Como bien lo señala la presentación de la propuesta de la reforma de la justicia, esta es “un paso adelante en la construcción de una mejor y más eficiente justicia en Colombia”. Pero precisamente allí encuentro la falla fundamental: se requiere no un paso adelante, sino un revolcón total. Claro, este revolcón no se puede dar si la reforma se elabora en consenso con los delincuentes que dominan el aparato judicial; es querer encontrar la cuadratura del círculo. Por ello he insistido en que esta propuesta es una estrategia de Duque para hacer ver que quiso una reforma integral de la justicia, pero que no se pudo por los palos en la rueda que ya no tardarán en poner los magistrados y otros intereses en que no haya tal reforma integral.

En primer lugar, mientras permanezca el caótico estado de pluralidad de cortes, el desbarajuste permanecerá. Es inconcebible la maraña de juicios y contrajuicios al más alto nivel judicial, amén del derroche de recursos. Es indispensable para tener una justicia eficiente tomar el modelo de una suprema corte de las más avanzadas democracias. En segundo lugar, es indispensable eliminar TOTALMENTE las facultades electorales de las cortes, la reforma propuesta va en el buen camino de la restricción de estas facultades, pero, insisto, se queda corta. Finalmente, los requisitos que se exigen para ser magistrado y el período de las presidencias de las cortes, de nuevo, van por el buen camino, pero persisten en no cortar de raíz el problema. En conclusión, se pretende una reforma buena pero tímida, se debería hacer un esfuerzo por lograr una reforma radical del aparato judicial.

En cuanto al paquete anticorrupción, se ven los mismos errores. Hace muy bien el presidente Duque en tomar el liderazgo de esa lucha, solo él puede encarnar ese anhelo de erradicación de tan perverso vicio. Pero, otra vez, se toma el problema por las ramas y no de raíz. No es con medidas populistas que se resuelve este flagelo.

El paquete hace concesiones a los verdaderos corruptos, esos demagogos (desde Aristóteles se cita este vicio como la raíz de la corrupción que corroe la democracia) de la izquierda antidemocrática que pretenden encender el furor popular contra el sistema, y propone medidas efectistas, pero lo que harán es agravar el problema.

La base de la corrupción está en un sistema de partidos débil, sin liderazgo honesto y entregado al clientelismo. Mientras no se haga una reforma radical del sistema de partidos (lo cual será tema de otro artículo) no se cortará de raíz el problema de la corrupción.

Pero, además de que el paquete contiene solamente medidas efectistas, el problema se agrava porque contiene medias populares, pero inefectivas y hasta contraproducente.

La rebaja del salario a los congresistas, y en general a los altos funcionarios, nada tiene que ver con la corrupción y, por el contrario, sí podría propiciarla, con bajos salarios, muchos honestos y capacitados colombianos no querrán hacer el sacrificio de ocupar esas posiciones, mientras que los corruptos, que no les interesa el sueldo porque van es por la coima, sí las ocuparán. El poner un tema tan técnico y delicado como es la elaboración de presupuestos en manos de asambleas populares es un acto de craso populismo que solo hará acabar con la poca eficiencia del Estado. La limitación de los períodos de los funcionarios de elección popular, que es buena en principio, sacará del juego a los más veteranos políticos, que no necesariamente son los más corruptos.

En conclusión, se está creando una errónea visión en el pueblo de que por consenso se están haciendo reformas trascendentales que solucionarán los dos graves problemas que más aquejan al país, cuando en verdad, por ceder al populismo, se están haciendo medidas buenas, pero efectistas, que no cortan de raíz los problemas.


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