El butoh, la llamada danza contemporánea japonesa, trae consigo una valoración particular del cuerpo humano como entidad creativa. La expresión dolorosa, que en esta manifestación es un gesto internalizado, posee una motivación auténtica, un impulso esencial.

Nacido de los cambios sociales operados en el Japón de la posguerra y del impacto del arma nuclear como instrumento de devastación colectiva, el butoh es a un tiempo grito de modernidad y apego a una tradición milenaria.

Tatsumi Hijikata, señalado como su creador, reveló una dimensión alternativa indagadora del cuerpo primigenio, partiendo de alientos ancestrales en la construcción de códigos expresivos contemporáneos. El progresivo influjo de este bailarín precursor, así como el de Kazuo Ohno, anciano sabio de esta suerte de “no estética” del cuerpo, terminaron por configurar el butoh, tendencia que se haría sentir en medio del nuevo teatro occidental, la danza expresionista alemana y la danza moderna estadounidense.

Como vanguardia, el butoh mantiene su apego a la naturaleza de las artes escénicas japonesas y sus orígenes populares, y pregona la necesidad de exploración por caminos de veracidad interior. Es la concepción de “danza uterina” de la que habla la investigadora María Lizarazo en su ensayo Lo grotesco en el butoh.

Esta corriente aporta una visión filosófica de la danza fundamentada en el dolor y la oscuridad ante lo imposible. La suya es la estética del silencio. De la  la introspección como moral, promulgando, además, un nuevo virtuosismo: no el de las técnicas corporales formales, sino el proveniente de la mente y el espíritu.

El butoh progresivamente ha venido occidentalizando su expresión. El sentido de identidad oriental con el que fue visto en su génesis ha adquirido repercusiones mundiales. La existencia creciente de intérpretes butoh no japoneses –tema que trae consigo polémica– confirma de algún modo su validez como sendero alternativo en la reafirmación de una acuciante conciencia corporal.

Latinoamérica desde hace ya algún tiempo ha venido experimentando procesos de acercamiento entre los preceptos esenciales del butoh y las singularidades culturales de la región, que han dado como resultado manifestaciones escénicas particulares y reconocibles tanto en México como en países del sur del continente.

En Venezuela, Juan Carlos Linares, bailarín, coreógrafo y reconocido maestro de yoga, ha transitado solitario por las interioridades de la gestualidad butoh, evidenciando hoy profunda identificación con la emocionalidad que la orienta y pleno dominio de sus códigos corporales. Su más reciente creación, Que la inocencia te valga, a cargo de un grupo de sus noveles discípulos, acaba de ofrecer una reveladora temporada en la Sala Anna Julia Rojas de Unearte, resultado de un taller propiciado por la Cátedra Permanente Jerzy Grotowski.

La obra, que conceptualmente parte de la aproximación de universos tenidos como distantes, como el butoh japonés y las manifestaciones tradicionales  populares venezolanas, en este caso el ritual de Las locainas sobre  los Santos Inocentes, plantea, desde su propia perspectiva, una situación contrastante sobre la cual aún no existen posturas conciliadoras y definitivas: la recreación con finalidades artísticas de ceremoniales originarios, surgidos de contextos geográficos y sociales específicos, susceptibles de análisis y valoraciones antropológicos.  

Linares toma la tradición de Las locainas no como pretexto, sino como punto de partida necesario para guiar las acciones escénicas, que juntas, finalmente, conforman una creación autónoma de sus determinismos iniciales. A través de cuadros sucesivos, presentados dentro de una puesta teatral que inquieta pero también reconforta, por la pureza en su concepción y los hallazgos estéticos alcanzados que se constituyen en una plástica alternativa, la obra llega su plenitud y a su definitiva razón de ser. El movimiento lento e interno y el gesto apacible o crispado, característico del butoh,  adquiere al final un impulso inusitado, colorido y violento a un tiempo, que sustituye la individualidad del intérprete por el colectivismo trepidante.

Poco a poco Juan Carlos Linares ha personalizando su discurso dentro del butoh, al ahondar en su lenguaje, descifrar sus símbolos y depurar sus atmósferas. En que la inocencia te valga profundiza en lo genuino de esta expresión, al tiempo que arriba a un sentido de identidad propio, susceptible de ser reconocido y compartido.    


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