La vestimenta es, si no el poder, al menos su antesala. Es de Perogrullo señalar que el vestir es uno de los tantos factores que nos diferencia de los animales, pero su relevancia, al lado del lenguaje, entre otros, no siempre recibe el relieve que merece.

Al vestirnos comunicamos quiénes somos, buscamos transmitir alguna clave, positiva, amenazante o misteriosa de nuestra personalidad, elección que, por supuesto, va de la mano con la circunstancia para la cual uno se viste. Tratando de poner en términos simples un tema muy complejo, la vestimenta forma no solo al que la lleva, sino que busca atrapar a los demás en esa forma transmitida. De ahí que el que viste y el que interactúa con el que viste estén unidos por un hilo. Fantasma, según propone la película.

Ahora bien, el común de los mortales compramos en tiendas y corremos el riesgo de cruzarnos con quien lleva lo mismo que uno. Algún sarcástico diría que nos tapamos antes que vestirnos. Cuando hablamos de un modisto particular, el lazo antes mencionado se vuelve mucho más fuerte. La forma de presentarse en el mundo adquiere, entre el vestidor y el vestido, ribetes de cazador y presa, de víctima y victimario, de amo y esclavo. Un dato importante, que a veces soslayamos: estos términos se implican entre sí, y pierden sentido si se les considera independientemente.

Este es el esquema con el que Paul Thomas Anderson comienza su última película. Un modisto de renombre despide a su última protegida y sale a la caza de una nueva. Mejor dicho, la hace despedir por su hermana, cruce de ángel protector con ama de llaves de la Rebecca de Hitchcock. La presa aparece, por supuesto, porque este caleidoscopio de filme de suspenso, drama psicológico y cuento de hadas no puede sino tener una protagonista bella, extranjera, ingenua y débil en torno a la cual el ogro opera su magia siniestra. En la Inglaterra de posguerra, los hermanos Grimm ya no escriben, sino que cortan y cosen.

El dato cronológico no es menor porque la Inglaterra de los cincuenta es un país de sobrevivientes. Han ganado la guerra, sí, pero al costo terrible de sacrificios, pobreza y de haber perdido el estatus imperial detentado durante siglos. Lo que queda, en el contexto de clase de los protagonistas, son las formas. Y junto con las buenas maneras, el vestir es una de las más excelsas. Por eso la figura de la hermana es clave. Ella es la custodia de la casa de alta costura, esa fortaleza de ritos, rutinas y formalismos aislada del mundo exterior. Ese castillo es inexpugnable y autárquico. En él los protagonistas viven, comen, crean y hacen trabajar a sus empleados. En ese universo, la nueva prometida cumple un papel fundamental. No solo es la querida que atisba en los secretos de una casa establecida. Es la perfecta víctima que ignora el pasado (de nuevo el fantasma de la Rebecca de Hitchcock), que desconoce las manías del dueño de casa, pero que, como en todo buen cuento de hadas, descubre por azar un arma secreta, tan burda como cruel. (No olvidemos que los cuentos infantiles son definidos por la atrocidad misma). Ese descubrimiento la pone en pie de igualdad con su maestro y victimario. Porque de lo que habla la película, tan bien vestida, mejor actuada y mejor aún fotografiada, es del poder. Del amo y su esclava privilegiada, pero también del poder que ejerce sobre sus clientas, que acuden a él en busca de una experiencia cuasi religiosa. No solo vienen a vestirse, sino al mismo tiempo a hacer penitencia, confesar las debilidades de sus cuerpos y pedirle al mago distante el milagro de cubrirlos y disfrazarlos. De hacerlos dignos de este mundo.

La fábula rota entonces sobre el demiurgo creador, por supuesto, pero el drama está en la víctima que se rehúsa a serlo, al principio, infringiendo normas mínimas pero capitales, luego buscando una línea de defensa que encuentra en lo que probablemente es la antítesis del vestir, la comida. Así como el vestir cubre y revela en un solo movimiento –el del amo y el esclavo precisamente– el comer nutre o mata según los ingredientes. Y así como el amo tiene el poder sobre el esclavo merced a su capacidad de ponerlo a trabajar, así el esclavo puede recurrir a la naturaleza para defenderse. Y esa defensa última es la que los iguala y la que, en un giro tan ingenioso como cínico, último recurso del cuento de hadas, hace florecer el amor. Un filme impecable.

El hilo fantasma (The phantom thread). Estados Unidos/Inglaterra.2017. Director: Paul Thomas Anderson. Con Daniel Day Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville


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