Dos imágenes parecen resumir hoy lo prometedor y complejo del momento venezolano. De un lado, Juan Guaidó, joven, confiado y rodeado de confianza y apoyo ciudadano abundante, espontáneo y esperanzado, con un discurso incluyente que abre puertas a la reconciliación en democracia, a la vez que ofrece firmeza en la defensa de la Constitución y los derechos fundamentales de los venezolanos. Del otro, la de Nicolás Maduro forzando el trote en un desordenado conjunto militar, con el mensaje del poder ejercido a la fuerza, alejado del contacto popular, desconfiado y generador de desconfianza, con su reiteración del discurso que pretende el diálogo, pero sin cesar en las advertencias y prácticas de represión, y muerte. Detrás de cada imagen hay también un entorno internacional muy distinto: el del reconocimiento de la legitimidad plena de la Asamblea Nacional y su presidente –con fundamentales y crecientes apoyos internacionales a Guaidó en su condición de presidente interino– frente al desconocimiento de la Presidencia de Maduro por la comunidad internacional democrática y los recelos de los antes afines.

Ha sido largo y difícil el recorrido para llegar a este punto en el que se cruzan la destrucción que provocó la ejecución del proyecto chavista en todos los ámbitos de la vida del país, por un lado y, por el otro, la persistencia de los empeños democráticos con su cada vez más significativo apoyo internacional. Ver esos empeños desde un presente prometedor facilita reconstruir la trayectoria en positivo, resumida apresuradamente en cuatro escalas.

La primera de esas escalas puede fijarse entre 2002 y 2004 cuando, entre el golpe y la crisis política de fondo, se organizó la Coordinadora Democrática como coalición de partidos, asociaciones y organizaciones no gubernamentales que trazó un programa para la recuperación de Venezuela. Se desarrollaban, entonces, conversaciones en la Mesa de Negociación y Acuerdos entre representantes del gobierno y de la oposición, con la facilitación de la OEA, invocada como fue entonces la Carta Democrática Interamericana,  representada por el secretario general César Gaviria, el Centro Carter y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Luego del incumplimiento del acuerdo final por parte del gobierno, que además complicó hasta el último momento la convocatoria y realización del referéndum revocatorio del mandato presidencial, se originó la fragmentación de la coalición opositora mientras el gobierno de Chávez, antes y después de su reelección, formulaba y ejecutaba ya más abiertamente sus designios políticos, económicos y estratégicos, incluida su franca alineación internacional con Cuba como socio con derecho a injerencia.

Otro momento importante está en 2007, cuando la oposición volvió a movilizarse en las calles contra el cierre de Radio Caracas Televisión y electoralmente, con la adición de la abstención del chavismo, para derrotar finalmente la iniciativa presidencial de someter a referéndum una reforma constitucional de 69 artículos.

El cierre de la emisora y la aprobación de la reelección en un nuevo referéndum, impulsado por Chávez poco más de un año después del primer intento, no acabaron con el impulso opositor. A partir de enero de 2008 fue instalada la Mesa de la Unidad Democrática, una amplia coalición que funcionó por casi una década durante la cual acordó las bases y propósitos políticos de su confluencia y fue plataforma fundamental para unir y canalizar la voluntad democrática, hacerla crecer y ganar terreno político frente al chavismo, a pesar de lo cada vez menos íntegro de los procesos electorales. Así se manifestó en las presidenciales de 2012 y 2013. Entonces, fueron denunciadas graves anomalías que dieron pie a dudas más que razonables sobre el resultado de la elección que dio el triunfo a Maduro, tanto más cuando el Consejo Nacional Electoral se negó a hacer el recuento que hasta la Unasur solicitaba.

La tercera escala puede encontrarse en 2015, precedida por las protestas de 2014 ante las cuales se multiplicaron las expresiones internacionales de preocupación y denuncia, reclamo y condena ante la represión desbocada. Se originó, entonces, la iniciativa de facilitación de la Unasur, tres de cuyos cancilleres –y el Nuncio Apostólico– estuvieron presentes en los fallidos intentos de diálogo de 2014 y 2015; fallidos, una vez más, por la negativa del gobierno a llegar a acuerdo alguno sobre temas fundamentales, desde la investigación de las responsabilidades en la violencia, las torturas y los asesinatos de manifestantes, hasta la convocatoria a elecciones. Aun así, la presión interior y exterior logró que se realizaran las legislativas de 2015: una vez más se hicieron manifiestas la persistencia y el crecimiento de la voluntad de cambio, que se sobrepusieron a normas y prácticas electorales abusivas y a la ausencia de observación electoral respetable, impedida por el régimen desde 2006. Es bien conocido el modo cómo el logro de la mayoría calificada en la Asamblea Nacional fue desconocido por los otros poderes; también, cómo se crearon desde ella expectativas no materializadas. Pero es igualmente conocido el ilegal, pero efectivo bloqueo de la iniciativa para convocar un referéndum revocatorio del mandato presidencial junto con todos los obstáculos impuestos al ejercicio de las competencias legislativas.

Nada de eso impidió que el año 2017 fuese de sostenida movilización política, sin precedentes, en reclamo de una salida a la crisis que ya se perfilaba muy grave en todos los ámbitos: entonces, así como fue grande, enorme, la cantidad y duración de las protestas, lo fue el ejercicio de la represión, indisimulada y brutal, exhibida sin escrúpulo alguno para acabar no solo son las manifestaciones, sino con la voluntad de persistir en el reclamo de democracia, prosperidad y seguridad.

Antes y después de ese momento, entre finales de 2016 y comienzos de 2018, hubo dos intentos de negociación de salidas con el gobierno, en circunstancias en las que crecía la presión interior y exterior, pero también de debilitamiento de la coalición opositora. Aunque en ambos casos (el de la Rinconada y el de República Dominicana) pronto se evidenció la instrumentación gubernamental de las conversaciones para ganar tiempo, también resultó de ellos la reafirmación nacional y la legitimidad internacional de la agenda opositora, tan bien delineada por el cardenal Pietro Parolín en diciembre de 2017: elecciones limpias, libertad de los presos políticos, apertura a la ayuda humanitaria y reconocimiento pleno de las competencias de la Asamblea Nacional. Todo ello no solo fue ignorado, sino abiertamente contrariado en cada aspecto por decisiones del gobierno, incluso muy visiblemente la inconstitucional convocatoria, elección e instalación de una asamblea constituyente y la convocatoria apresurada y sin condiciones de integridad de la elección presidencial del 20 de mayo. En ese difícil trecho de acelerada precarización de la vida de los venezolanos, la voluntad de cambio no dejó de expresarse y de encontrar sus modos de manifestarse y organizarse socialmente. Tal como la idea y formación del Frente Amplio, que ha ido reuniendo y dando un espacio común a un amplio espectro de actores sociales y políticos.

La escala más reciente puede fecharse 23 de enero de 2019, día en que luego de la ilegítima juramentación presidencial del día 10, se expresó la voluntad de recuperación del país por los venezolanos, constitucionalmente y de modo más organizado, políticamente y diverso socialmente, que nunca antes, respaldado por un amplio acompañamiento internacional, más decidido que nunca antes.

Este escueto relato, construido en franca búsqueda de señales en cada escala, intenta un deliberado recordatorio de lo superado y aprendido luego de los tropiezos y de lo construido a pulso. Ahora, en el contraste que asoman las imágenes iniciales, la conciencia de resiliencia democrática de los venezolanos ha abierto una enorme ventana de oportunidad, constitucional y democrática, impregnada de necesario y justificado optimismo y con buen acompañamiento internacional, cuya evolución merece un capítulo aparte, pero primero, lo primero.


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