Muchas veces surge, de forma angustiosa, la pregunta de qué hacer en el momento en que la República de Venezuela recupere su soberanía e imponga la democracia constitucional en su gobierno, y ante la incredulidad de muchos se explican casi paso a paso las tareas a cumplir y los compromisos a respetar, de cómo en un relativo corto plazo se transformaría el actual reino de la miseria en un importante campo de prosperidad.

Ciertamente, la propuesta parece una hipótesis producto de un desenfrenado optimismo, más que de un análisis apegado a la sensatez y racionalidad, eso es comprensible, habrá solo que recordar cómo muchas otras sociedades, naciones y pueblos han superado períodos de prolongada destrucción y ruina para convertirse en punteros del desarrollo, progreso y bienestar.

Por mencionar un caso que bien hemos conocido, y hasta vivido de cerca por los múltiples dirigentes que de esas tierras fueron a superar su exilio en nuestro terruño, me referiré a España. El reino ibérico fue un horrible teatro del odio y encono, que causó más de 40 años de falta de libertad, cerca de 1 millón de víctimas, asesinatos, fusilamientos, torturas y cárceles, hasta que sus dirigentes produjeron algo que habría que considerar milagroso de no ser porque fue obra de hombres y mujeres dispuestos a enterrar ese pasado a más profundidad que las sepulturas de tantos y llenar sus corazones de tolerancia, y sus mentes del deseo de una mejor España.

Hace poco asistí a una conferencia del dirigente Albert Rivera, presidente del partido Ciudadanos, quien nació y creció en esa nueva nación que hoy es referente de la Unión Europea. Decía Rivera que para mantener el ritmo de progreso que había permitido a los españoles pasar de la cola a la cabeza de las naciones desarrolladas se necesitaba recuperar y mantener muy vivas cuatro orientaciones en el gobierno: modernizar, generar confianza, unir e ilusionar. En la ruta venezolana para su restitución como nación soberana, coinciden estos caminos:

La modernización ideológica debe contemplar lo evidente para otras sociedades que pretendieron hacer un estado omnipotente para entregarse finalmente al hasta ahora único sistema de progreso perdurable, el mercado.

La confianza se recupera solo cuando se cumplen las promesas. El programa ha de ser por definición realizable, transparente y sincero; no un saco de promesas bonitas pero irrealizables.

Unificar a toda la nación, eso se logrará con lazos de solidaridad y tolerancia, muy lejos de las prédicas del odio divisionista y de los discursos fementidos.

Al comenzar el recorrido y de forma permanente debemos recuperar la ilusión de ser ese pedazo de tierra bendita que siempre decíamos, porque así lo sentíamos, es el mejor país del mundo. Lo fue y lo volverá a ser, y seguramente eso es lo que desearía el verdadero Simón Bolívar, nuestro Libertador.

Tomar estos cuatro caminos es un obligatorio recorrido de todos, no solo de los dirigentes políticos.


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