I

Ya ha pasado una semana. A muchos los inunda una sensación de hartazgo. Otros pretenden ver los toros desde la barrera o sobreanalizar los hechos. Para mí siguen estando claras las cosas. Me duelen los muertos.

Esto es como una montaña rusa, pero el que va en el asiento de enfrente es Nicolás, para él las subidas son muy lentas y se siente remontando la cuesta; cuando todo se nivela, se alegra con el viento que le refresca la cara. Pero con cosas como las que sucedieron el 30 de abril, siente un vértigo pasmoso, se petrifica, se le olvida hasta cómo hablar y hay que darle una vaina para que reaccione, ¿verdad Jorgito?

Conocí a Leopoldo hace más de 20 años, cuando formaba junto con otros abogados jóvenes aquel grupo que se empeñó en poner en práctica en Venezuela lo que era la justicia de paz. Imagino que no lo recuerda, y eso no es lo que importa ahora, pero aquella reunión en la que se habló de dar el paso y formar un partido político me reveló a un hombre que sabe escuchar. Yo estaba allí, y mientras muchos de los sentados a la mesa pretendían hacer valer sus argumentos, Leopoldo escuchaba reflexivo.

Yo sí tengo eso grabado en la memoria. Algunos de mis mejores amigos aseguran que soy de temer cuando observo callada. Y la verdad, observo. Ese día me hice un retrato de todos los que estaban allí, de sus ambiciones y de sus ideas. No me he equivocado con Leopoldo hasta ahora.

Dejé aquello porque siempre he considerado que un periodista no puede estar ligado a una organización política. Y no porque no tengamos preferencias y no seamos humanos. Un periodista debe cuestionar el poder.

Así que esa imagen que me formé de todos la puedo decir a los cuatro vientos sin sentir que le debo nada a nadie. Algunos tenían más defectos que virtudes, eso es natural.

II

Volví al periódico hace algunos meses y me ha tocado ser reportera. Una de las primeras notas que escribí fue un perfil de Juan Guaidó, no con lo que yo pudiera decir, sino lo que me dijeron algunos especialistas.

A partir de allí y sí, de lo que he observado, me formé una imagen del presidente interino. Algunos hablan de casualidad, de un cuarto de hora de fama que lo ha puesto delante de las cámaras. Yo veo algo más allá.

Al final, nadie puede negar que tiene guáramo. Plantarse como se ha plantado ante un poder corrupto y asesino requiere más que ser bateador designado en un momento en que debe salvar al equipo. Las circunstancias a veces hacen que afloren de nosotros cosas que nadie había visto o incluso aptitudes que ni siquiera sabíamos que teníamos. Guaidó ha sido una caja de sorpresas, pero creo que todavía tiene mucho que enseñar. Y tiene tiempo.

III

La última semana ha revelado algunas cosas importantes en el panorama político venezolano, lleno como está de tristezas y decepciones diarias.

¿Verdad que se siente bien tener alternativas? Esa es la primera. El juego democrático no se puede armar con pocos jugadores. Eso me da esperanza, a mí que soy de naturaleza pesimista.

¿Verdad que se siente bien que los jugadores sean nuevos, nada atado con las viejas cúpulas? Si a alguno le parece que Leopoldo se inscribe en ese último grupo, pues déjeme decirle que no. Ejerció el más alto cargo en el nivel del poder local, pero la mayoría de su ejercicio como líder de Voluntad Popular ha estado preso. Eso no quiere decir que no tenga un plan. Y Guaidó es el bateador emergente, no solo el designado. Tiene tiempo para brillar.

Cuando hablo de viejas cúpulas, incluyo al chavismo-madurismo. ¿No les parece que esa imagen de un gordo, fofo, viejo, anticuado camastrón parado delante de un hombre atlético, maduro y un hombre joven y fresco pinta bien?

Aquí al que se le acabó el cuarto de hora es a Nicolás y a todas sus huestes. Corrompidos, regordetes, enfermos de poder y de maldad. Ya no pueden hablar de la cuarta o de la quinta. Ya son pasado.


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