Se cierra el círculo con el advenimiento, diríamos que seguro, de Jair Bolsonaro a la alta magistratura del Brasil.

Se le pone chiquitico el mundo a Nicolás Maduro con la llegada al país más grande y poblado de Latinoamérica de un líder de derecha capaz de entender que el drama venezolano es mucho más que los cientos de miles de seres desplazados que se agolpan en sus fronteras huyendo de la pobreza.

El triunfo de Bolsonaro en esta primera vuelta es la más diáfana y proactiva expresión del cansancio del electorado brasileño del socialismo populista y de la corrupción en todos los estratos gubernamentales, lo que ha imperado en el país vecino desde al menos tres décadas.

La derechización que se ha estado instaurando en el subcontinente está dejando solo, muy solo frente a sus propias adversidades al régimen abyecto y criminal del presidente venezolano. Con el gigante brasileño del lado correcto de la ecuación y con Colombia actuando de manera firme y decidida en contra de los desmanes maduristas, se terminará de armar una barrera de contención para detener los excesos de una dictadura que no encontrará otro camino que, o bien atrincherarse dentro de sus fronteras y aislarse del mundo para, junto con Cuba, terminar de ahogar la economía y depauperar al pueblo, o bien de negociar una salida que le abra una vía de subsistencia –si eso es posible– al partido socialista venezolano, el que también cada día se distancia más de los atropellos y del desgobierno de Miraflores.

Luis Almagro de un lado y Donald Trump del otro se han estado encargando no de ponerle decibeles ni violencia a la discusión, sino de demostrar fehacientemente los horrores que se perpetran desde lo alto de la narcodictadura militar venezolana.

En las últimas semanas se han repartido todas las cartas de la baraja venezolana y el mazo entero está sobre la mesa expuesto frente al mundo. Los órganos multilaterales latinoamericanos, Europa entera en su Parlamento Europeo, las Naciones Unidas incluidas FAO y OPS, la Corte Penal Internacional, las instituciones que velan por los derechos humanos, los entes encargados de la ayuda humanitaria, las iglesias, las universidades, se han podido empapar de decenas de informes científicos y objetivos que descubren la rudeza del ambiente para los ciudadanos, pero que sobre todo le ponen volumen y muestran, con cifras y hechos, las atrocidades que son capaces de idear los que nos gobiernan con el único fin de perpetuarse en el poder sin respetar derechos, sin darle espacio a la opinión, usando la violencia y repartiendo miseria y enfermedades a lo largo y ancho del país.

Sí, las cartas están echadas y el juego de una de las dictaduras más oprobiosas de la historia está siendo observado por la humanidad. Lo más importante, quizás, es el sentimiento creciente entre los países que nos rodean en el continente del fracaso del comunismo como modelo de gobierno y de administración y los descalabros que ocasiona en la sociedad y en la economía, unido a la represión y al irrespeto a los derechos y a la vida de los ciudadanos. Dos grandes líderes anticomunistas, Duque y Bolsonaro, se unirán a Donald Trump en esta gesta que además tendrá como telón de fondo un concepto tan novedoso como universal, la “responsabilidad de proteger”.

Faltaba este as en la baraja. Bienvenido sea Jair, el nuevo líder brasileño.


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