Se anuncian bonos –limosnas, para ser justos– a diestra y siniestra, conscientes de que no cuentan con el dinero para que los esperanzados venezolanos puedan embolsillárselo, como sucede en la actualidad de los aprobados con bombos y platillos, cuyos recursos no han llegado a los bancos. El ciudadano va y viene, gasta en ir y venir, se somete a humillantes y trasnochadoras colas para regresar a sus casas con los bolsos vacíos.

Siempre con la salivita embustera del populismo vergonzoso, exhorta a las comunas que consulten a sus vecinos; por ejemplo: los que no tienen carro sino, en el mejor de los casos, moto, sobre el por décadas comentado, trillado, bajo precio de la gasolina. Es tratar de hacer creer a la gente acosada por el hambre, la angustia y frustración, los mismos cuya ganancia con este régimen castrista es la pérdida de peso, hambre, insalubridad, inseguridad y muerte, que la decisión depende de ellos. Los más pendejos. El oficialismo escurre el bulto y compromete a otros de sus fracasos. ¡Irresponsables!

Lo que no se dijo sobre lo de aumentar los precios de la gasolina, que es de simple lógica comercial, es cuán desesperado está el régimen; las arcas para repartir a la población se agotaron, luego de hacer los apartes correspondientes para la corrupción sedienta de recursos, para la compra de viviendas, camionetas blindadas e importadas para medianos y altos funcionarios (no alcanza para todos), están vacías como la famosa botija aquella del engañado Lusinchi.

Tampoco explicó, como lo haría una persona responsable, –en vez del que engorda mientras sus electores y opositores adelgazan–, las consecuencias gravísimas e ignominiosas de cualquier aumento no solo del combustible sino de los demás bienes de consumo, que no estén debidamente planificados.

Cantidad que se incremente, no justificada, arbitraria, sin un plan diseñado y adecuado, genera automáticamente una cadena de añadidos desde el pobre, que paga por montarse en una peligrosa “perrera”, hacia arriba. Subirán de inmediato los productos, todos, deben ser transportados en camiones que, por supuesto, consumen combustible y diésel que serán más costosos, trasladándose a los alimentos, medicinas, productos en general, es decir, al consumidor final, salvo que la revolución socialista logre traer de La Habana algún artilugio maravilloso. Almendrones, como se llama a los taxis antiguos. Coco taxis, curiosos vehículos amarillos con forma redonda, que se asemejan a una motocicleta. Bicitaxis, vehículos de tracción humana. Los coches coloniales tirados por caballos y, por supuesto, las célebres guaguas; por fábulas que no queden, para que los productores, importadores y comerciantes puedan transportar los productos flotando en el aire.

El socialismo castrochavista, y ahora en su ruinosa prolongación madurista, ha triunfado solo en dos aspectos. En perseguir a todo aquel que lo adverse, no le crea, y en arruinar a todo un país y su economía. El problema no está, como el castrismomadurismo quiere que las masas en dieta forzosa crean, en el contrabando, drenaje que lleva décadas existiendo, además de una guerra económica que nunca existió y ocurre solo en la mente enferma de creyentes manipulados e interesados.

En el caso petrolero, Chávez se sintió dueño del mundo cuando los gerentes petroleros se alzaron en una de las rebeliones inútiles de nuestra historia, dieron al comandante pretexto para echarlos y poner en su lugar a sus propios seguidores. Hoy Pdvsa, con dificultad, sobrepasa el millón de barriles diarios, y una parte importante se distribuye trabajosamente en las estaciones de servicio del país, con la suerte para el régimen de que, como no hay repuestos ni dinero, el consumo de combustible se ha reducido de manera importante. Para no comentar de lubricantes, cauchos, tan escasos y caros que muchos propietarios especialmente de vehículos con 20 o más años de uso están comprando y usando riesgosos aceites usados. Triste y lamentable nos quieren siguiendo los pasos cubanos.

Otra parte de esa incompetente reducida producción se le regala a los parásitos de Cuba y paísitos del Caribe, los cuales sacan cuentas y comparan los pocos miles de barriles que les obsequia el chavismo con la conveniencia del afecto de Washington, y una parte importante se envía a China, que no cancelará lo pagado a camaradas que disfrutan bolichicos, colaboracionistas, castristas, oportunistas, testaferros, demás hierbas aromáticas y cualquier gobierno del mundo que el fallecido comandante creyera lo admiraba.

Lo que se les pide a los consejos comunales es que consigan a los venezolanos más pobres, más necesitados, menos provistos y vulnerables, que apoyen el aumento de cualquier cosa, empezando por las “perreras” y escasos medios de transporte en los cuales se trasladan de un sitio a otro. Y que paguen con su propia miseria todos los errores y fantasías de un régimen que simplemente derrochó en sandeces y jamás hizo –ni permitió– ahorros o inversiones.

Orondo en su obesidad, alardeando ridículos bailes, riéndose de chistes malos y exhibiendo pantallerismo, pero sin mostrar habanos cubanos ni comilonas, lo que pidió al poco pueblo de focas que aún quedan, sumisos, obedientes y resignados es que, consiéntanlos, aumentos para después culparlos –usual en el socialismo del siglo XXI, nocivo y pernicioso–, e imputar a otros de su comprobada torpeza y cadena de errores.


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