El nicaragüense Anastasio Somoza, mandón y totalitario, comentaba: “La historia es la memoria de estatuas erigidas y estatuas derribadas; de efigies de sátrapas y dictadores; de íconos ecuestres de fundadores de imperios y patrias inventadas”. Sí, hay más: en la memoria universal está el derribo de la estatua de Saddam Hussein, en Bagdad. En la Venezuela del siglo antepasado se derribaron las del autócrata Antonio Guzmán Blanco, y hoy, fundidas, repican transformadas en campanas desde la iglesia San Francisco en Valencia.

Sin embargo, en nuestra rutina venezolana hemos tenido unos cuantos autócratas sin pretensión de exhibirse en plazas públicas. Tanto los déspotas elegidos en comicios, como aquellos que se han sentado en la silla del poder a punta de fuego y ambición; ambos detestables.

Del siglo XX: Castro, Gómez y Pérez Jiménez. Sus perversidades las ocultaban bajo un barniz de circunspecta seriedad. La corrupción desprovista de presunciones. Trataban, hasta cierto punto, de guardar las formas. El pueblo resignadamente satisfecho. Se escudaban en la cantinela: “Quien no se mete en política no tiene problemas”.

Mientras que esta cosa malvada que Chávez dio a conocer como revolución, y más tarde como socialismo del siglo XXI, profundizada por el actual manganzón, se ostenta la mediocridad y se exalta el bandidaje, las vidas fastuosas que traspasan nuestras fronteras.

Por los virajes de las prioridades en nuestro país, poco o nada se habla de lo que hasta hace pocas semanas era cotidiano: la falta de alimentos, medicinas, la inflación y las humillantes colas.  Hoy tan solo interesa la salida de los pícaros de Miraflores. Y es previsible si reflexionamos sobre lo que fueron las protestas, “guarimbas”, que se originaron entre los meses de febrero y mayo de 2014. Fueron cuatro meses de resistencia ininterrumpida que dejó en el asfalto la vida de 42 venezolanos.

Es importante destacar que para aquellos tiempos, el gobierno de Maduro estaba dando los primeros pasos; no llegaba al año de su elección; por tanto, hasta entonces no se sentía la ineficiencia de su gestión ni la profundización de la crisis que nos condujo al barranco de hoy. Ni la brutal descomposición moral ni la podredumbre en los que se solazan los “revolucionarios”, familiares en orgías “blancas” de consecuencias internacionales.

En ese 2014 la lucha se circunscribió únicamente al grupo de estudiantes universitarios, pequeños sectores de la sociedad y una que otra organización partidista. La MUD de entonces no estuvo de acuerdo con la metodología de esa protesta que se escenificó en las calles de las principales ciudades. Que esta muestra sirva para destacar que, a pesar de todos estos elementos adversos, aquel minúsculo grupo batalló y dio la pelea durante 120 días consecutivos. Fue tal su fuerza que obligó a sentarse a una mesa a representantes del gobierno y de la oposición con la idea de buscar una salida a aquella situación. Muy importante: los ojos internacionales se abrieron por vez primera para mirar lo que sucedía en esta región del norte suramericano.

Cuando comience el derrumbe de los bronces y amputados sus miembros que han ofendido la memoria de la patria, habrá que conversar para recibir las llaves de Miraflores, pero a beneficio de inventario…

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