Título de un delicioso, pequeño gran libro (Bid/co, Caracas 2011), que releo con nueva mirada para celebrar el aniversario 451 de Caracas, querida, investigada, rescatada por Arturo Almandoz Marte, urbanista cum laude 1982 de la UCAB, donde prosigue su importante y extensa obra en gran parte publicada. Texto cada día más vigente porque la avaricia de Putin, chinos, cubanos, turcos, invade a Venezuela con uniformada visa del imperio castrochavista, mientras mi ciudad natal sucumbe, ya sus mercachifles en gorro militar regatean precios para regalar terrenos del cerro Ávila, gesta que agrega otra soleada medalla a su patriótico prontuario.

Sobre ruinas quedan múltiples joyas testimoniales de música académica, canciones populares directas de Billo Frómeta, el himno avieleño de Ilan Chester, la “Doña Cuatricentenaria” de Aldemaro Romero –maestros caraqueños por adopción–, imágenes pictóricas, fílmicas y documentales, una vasta narrativa en novelas, cuentos, crónicas, relatos. Y las nostalgias de cada residente sobre aquella patria chiquita, la aldea San Bernardino del municipio Libertador, donde una variada inmigración europea y norafricana de la segunda pre- y posguerra se instaló para convivir en paz asimilando costumbres nacionales con tradiciones de sus lares originarios hasta convertirla en sector ejemplar de parroquia limpia, laboriosa, calco en miniatura de una Venezuela en lento progreso, hospitalaria y querendona.

Esta fusión de recuerdos y conocimientos del profesor Almandoz nos llega en una prosa fluida que limita con autoficción irónica de “niño faldero”, alusión a su larga convivencia familiera en aquella quinta grande, ubicada sobre una cuesta cuyo “topito” culmina en el adorado monte aledaño. Tres generaciones de diversa procedencia criolla y foránea, en mezcla de referencia literaria, reflexión profesional y su propia vivencia sobre el ser, quehacer, deshacer y por hacer de toda la nación. Su trasfondo de logros y errores urbanísticos muestra los efectos cotidianos del difícil proceso sociopolítico venezolano durante el siglo XX y comienzos del actual en sus cambios capitalinos de fondo y forma. Toda una enciclopedia que suma, resta, multiplica y divide lo ganado y perdido, recuperables quién sabe hasta dónde, cómo y cuándo.

Un escrito para reír a carcajadas, llorar a moco tendido, sonreír con dolor, suspirar sin tregua mientras resucitan personas entrañables, avenidas, callejuelas, olores, sonidos, tactos, sabores, plazas, comercios, tiendecitas, parques, mansiones, barrios muy decentes a sus costados, el pequeño apartamento de inquilinos modestos lleno de libros, discos y visitantes creadores, templos donde se respetó credos propios y ajenos, escuelas modelo, personajes de la acera amable. Liceos públicos y privados donde estudié, trabajé y aprendí, sitios inolvidables para romances de candela y guayabos de hielo, episodios de una intensa década y media en mi biografía, parte esencial de un pasado cada vez más claro desde la distancia que tanto acerca.

Suena cursi, pero es tema serio para los exilios internos y de la diáspora. Superar el inmenso trauma de continuos vacíos impuestos por la fuerza hamponil armada, palaciega, cuartelaria y callejera implica recordar lo mejor y sano, muy personal, apoyados, por ejemplo, en libros como este, accesible a toda clase de lector en todo lugar.

Crónicas desde San Bernardino es la bien utilizada, sensible memoria activa de un autor sabio. Huellas del país que ninguna barbarie puede borrar.

[email protected]


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!