En los primeros meses de 2016 publiqué un artículo homónimo con el fin de relatar los testimonios de la legión de hambrientos que había visto crecer durante el año 2015. Ante la ausencia de cambio y el agravamiento de esta preocupante realidad, he decidido actualizar las crónicas con algunas de las expresiones del hambre en Venezuela. El factor más preocupante de esta tragedia nacional causada por el proyecto castrochavista de la dictadura, después de la destrucción de la salud de millones de niños principalmente, es la pasividad que se ha instalado en las mayorías. Es algo que ha impresionado especialmente a los extranjeros que nos visitan, porque no logran entender cómo pasamos hambre y no hay ninguna reacción de protesta. Un alemán me dijo: “Hacen una cola larguísima para comprar cuatro panes al lado de una tienda llena de comida cara, ¿cómo pueden resistirlo?”. No tengo la respuesta, pero sí considero que identificar los síntomas del problema es el primer paso para su solución.

Desde hace dos años que la mayoría de los venezolanos se vienen saltando el almuerzo (por no hablar de los que hacen una sola comida o ninguna), o simplemente aguantan el doloroso vacío y el desesperante deseo que significa el hambre, comiendo un cambur, un pan o una galleta. El anhelo de una comida caliente y abundante domina la imaginación, y se pasa a postergar este deseo porque “¡algún día volveré a desayunar, almorzar, merendar y cenar!”. Lo que en el pasado era normal ahora es un sueño de felicidad que tiende a demorarse en el tiempo. Una demora directamente proporcional a las posibilidades de superación de la dictadura que padecemos. Porque es ella la que ha causado la hiperinflación, la escasez, la destrucción de la producción nacional, por no hablar de las libertades en que se sostiene la prosperidad. La consecuencia ha sido que hemos bajado de peso y con vergüenza nos lo dicen; aunque como ya es algo generalizado la gente ha tendido a verlo como algo normal o cotidiano.

Las familias hacen grandes sacrificios para medio comer, y cuando hay niños estos tienen las preferencias (como debe ser). Pero es inevitable que ocurra lo que nos describe aquella famosa escena de la película sobre la Guerra Civil Española (1936-1939) Las bicicletas son para el verano (Jaime Chavarri, 1984), en la que la comida cada día es menos a pesar de que siempre se pone la misma cantidad en la olla, y todo porque ante el hambre cada uno come un poquito a escondidas. Es de esta forma que nos carcome la conciencia por quitarle “el pan” a un ser querido, y debemos controlarnos. La solución ha sido buscar otros ingresos, trabajar más y más; pero de poco sirve porque la inflación no se detiene. El castrochavismo de Maduro logró retrotraernos a los tiempos de la humanidad en los que solo se vivía del pan, y ante menor ingesta de calorías las enfermedades predominaban. Si a ello sumamos la escasez de medicinas, la muerte comienza a acecharnos y no solo por la inseguridad, la cual también no ha dejado de crecer desde que este régimen de muerte llegó al poder en 1998.

Si hablamos de cifras del hambre, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en la actualidad hay más de 4 millones de desnutridos en Venezuela (y se dice que son más porque estas cifras siempre corresponden al año anterior y la información la ofrecen los gobiernos). La prestigiosa institución de la Iglesia Católica, Cáritas, afirma que para este mes de septiembre ¡68% de los niños menores de 5 años “tienen algún nivel de deficiencia nutricional”!, lo que nos convierte en el segundo país de Iberoamérica donde más ha crecido esta cifra en la última década.

A principios de año se ofrecieron las cifras de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), según las cuales la pobreza no ha dejado de crecer desde 2014, cuando se comenzaron a hacer estas encuestas; entre 2015 y 2016 aumentó de 76% a 82%, mientras que 52% de la población vive en pobreza extrema.

La encuesta afirma que 93% de los venezolanos compra la mitad o menos de los alimentos que debe consumir (más de 74% ha perdido entre 8 y 10 kilos de peso), lo cual es lógico si la canasta alimentaria familiar –según datos del Centro de Documentación y Análisis Social (Cendas)– este mes ya alcanza los 3 millones de bolívares, por lo que se requieren más de 30 salarios mínimos o más de 10 si se suman los cestatickets (las familias en su mayoría ganan 2 nada más).

Esta es la contundente realidad que demuestra la gran mentira de la propaganda oficialista, la cual habla de un supuesto “legado” de maravillas que nos dejó el difunto y su heredero, siendo la cifra de pobreza cuando llegaron al poder de 55%. Lo terrible es que en estos 19 años se vivió el mayor boom petrolero de nuestra historia, de manera que no solo fueron recursos mal administrados y robados, sino que el país ha retrocedido en general a una situación peor que los tiempos del gomecismo (1908-1936).

La solución del problema del hambre en nuestro país incluye resolver el problema político (cambiar de régimen), de modo que no podemos asumir una actitud pasiva. No podemos creer que estas inmensas ganas de tener el estómago lleno será resuelto al mantenernos callados o sumisos a las decisiones de los que la causan. Son muchos los casos de los pueblos con hambre que han cambiado la historia, Venezuela no puede ser la excepción. Y el cambio se logra luchando en todos los escenarios, siendo las próximas elecciones de gobernadores uno de ellos (escenario fundamental porque el voto permite hacer visible a las mayorías). No nos quedemos en nuestras casas, salgamos a expresar nuestro descontento en contra de los hambreadores.

@profeballa


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