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“… Trayectorias no lineales… Zapata, en una vida que tampoco es lineal, llega a su muerte, a su crimen… sin haber traicionado a sus principios, sin haber traicionado sus valores, sin haber traicionado sus objetivos y sin haber incumplido sus compromisos. Cumplir los compromisos, mantenerse en los principios, seguir sosteniendo los valores y tener presente siempre los objetivos, es la firmeza de un dirigente político… 

Zapata , todos los grandes dirigentes de México y del mundo han sido capaces de manejar su vida, de manejar la política, como un tecorral. Con las líneas sinuosas de la serpiente, con las líneas curvas del río y sus meandros, con las líneas quebradas de un tecorral; la vida es un tecorral, la política es un tecorral y hay que saber hacer la vida como un tecorral, y eso es algo que nos enseña creo, Emiliano Zapata.”

Y para quienes hayan olvidado, o de plano desconozcan esa poética palabra mestiza, les dire la definición de Tecorral. Viene del náhuatl Tetl (“piedra”) y del español, corral. Y significa muro pequeño elaborado con piedras apiladas sin ninguna clase de cemento o argamasa entre ellas. 

Estos prolongados epígrafes han sido tomados de una brillante conferencia sustentada por el maestro Armando Bartra, uno de los más rigurosos académicos, historiadores y estudiosos del Zapatismo, y el quiso emplear el término para arrojar luz sobre el pragmatismo y la capacidad de cambio y de transformación de una figura revolucionaria tan amada como denostada en diversos momentos de la historia mexicana del siglo XX.

Muchos son, y muchísimos otros quisiéramos ser, los nuevos herederos de ese espíritu vigoroso, dueño de contenidos que revolucionan ideas, hábitos, sentimientos representados por la entrega vital de la figura histórica y simbólica de Emiliano Zapata. Cien años después de consumada la infamia de la traición que le costó la vida, millones de campesinos, obreros, empleados, maestros y otros compatriotas nuestros, continúan sufriendo ingentes rezagos.

Este centenario es una ocasión formidable para actualizar las virtudes de su lucha, sin que nos adueñemos de su imagen, y profundicemos en las virtudes de un personaje fundacional, creador de una identidad social y política que cobra vigencia en un mundo que está experimentando una regresión con falsos valores  embutidos en disfraces democráticos. Sociedades actuales de países enteros están siendo seducidos por una regresión emboscada que suponíamos superada ya por las cruentas lecciones que nos ha dado la historia.

No se alarmen con estos dos párrafos; esta crónica no pretende ser discursiva en lo político, aunque trate del acercamiento de la pintura a una figura de carne, hueso, y alma heroicos. Esa dimensión histórica revisitada en contenidos actuales la representa muy bien el citado Maestro Armando Bartra, quien saca a la luz de nuevo, en edición actualizada, en el Fondo de Cultura Económica, uno de sus  30 libros más clásicos, y toca a profundidad el tema que siempre le ha desvelado, el movimiento rural mexicano, estudiado desde lo que el mismo ha dado en llamar el “alebrestamiento”; palabra de bellos contenidos, de sana rebeldía, y que también significaría el deber de permanecer alerta antes las acechanzas contra el campo y sus hombres. 

Así que el dilatado y profundo cuerpo del estudio que representa “Los Nuevos Herederos de Zapata. Campesinos en Movimiento: 1920-2012” se ha convertido para mi en marco y trasfondo formidable de una tarea autoimpuesta de plasmar estampas con la figura icónica ya universal de un visionario fundamental de nuestra historia. 

Claro que me abstendré de interpretar mi propio trabajo. Siempre he creído que eso es tarea de quien lo ve, y las imágenes plasmadas no deben, no pueden ser explicadas por el autor. Y si acaso, tan solo contadas algunas anécdotas conceptuales. En cambio, si quiero decir que la pintura trata también de ser ritmo, nota visual con la vibración de colores, armonía en su concepto de tema, de serie, y a veces alcanza a ser música callada. Es por eso que en una exposición abierta a la interpretación y al debate crítico, contar con momentos de alto vuelo musical, de excelso arte sonoro, es un privilegio precioso y raro. 

Digo lo anterior porque en la inauguración de la exposición que nos ocupa rindieron homenaje a Zapata varios músicos de extraordinario virtuosismo. MAESTROS, con todas las letras en mayúsculas, músicos y compositores de la talla talentosa de Samuel Maynez Champion, formado en Yale University, en el Conservatorio Verdi de Milán, y en la Academia Chigiana de Siena. Catedrático de nuestro Conservatorio Nacional, el también doctor Maynez incursiona en la creación literaria, y claro está, en la musical, y entre sus composiciones destaca la ópera Motecuhsoma II, considerada una operación cultural sin precedente en México, porque subraya nuestra identidad nacional en la música, sobre el eurocentrismo imperante en nuestro medio.  

Excepcionalmente, se sumaron al homenaje a Zapata el gran pianista de origen polaco Józef Olechóvsky, con una trayectoria de vida de 39 años en México, donde ha grabado más de 40 discos compactos exclusivamente de música mexicana, y la soprano Ericka Bañuelos, con su Ensamble Alaire, quien habiéndose formado inicialmente con grandes maestros mexicanos, ya en Europa tuvo la fortuna de ser elegida, a la antigua usanza, como alumna de figuras de la dimensión de Monserrat Caballé.

Y como suele suceder, cuando se conjugan voluntades de arte, literatura y música, para rememorar un espacio intemporal de la Historia, el acto organizado por invitación del portentoso escritor Paco Ignacio Taibo II -alma de aquella mítica Semana Negra de Gijón- la noche dedicada a Zapata contó con la magia centenaria de un instrumento. El violín que tocó el maestro Máynez Champion, elaborado en 1700 en Cremona, y que permanece en consigna y cuidado del Conservatorio Nacional de México, lo había mandado a adquirir el dictador Porfirio Díaz, a quien combatió y contribuyó a derrocar Emiliano Zapata…


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