Estuve en el cabildo abierto convocado por la Asamblea Nacional en Santa Rosa de Lima, jurisdicción de Baruta, y me animó tanto lo que sentí que me atrevo a ofrecer un breve comentario de lo ocurrido. Debo decir antes que iba cargado de prejuicios porque pensaba que las anteriores reuniones de la misma naturaleza habían sido mítines, en lugar de consultas a la concurrencia de las cuales podían salir decisiones vinculantes, es decir, más de lo mismo. Debo confesar que estaba equivocado.

En primer lugar, porque los actos de contenido político, o los llamados de las instituciones a los ciudadanos, no tienen que ser necesariamente como los del pasado. Antes, desde el período colonial y a lo largo del siglo XIX, en los cabildos abiertos privaron formalidades dominadas por un protocolo rígido que cumplió sus finalidades en su momento, pero que no tiene que calcarse sino innovarse para ajustarlos al requerimiento de las circunstancias. Fue lo que ocurrió el miércoles pasado en Santa Rosa, por fortuna. Un aire de espontaneidad que vinculaba a los oyentes con los oradores de la tarima y unas palabras alejadas de los libretos encorsetados cumplieron un objetivo no solo de unidad, sino también de intimidad ante el motivo de la convocatoria, es decir, tras la unificación de voluntades para echar al usurpador de un ejercicio de autoridad mal habido.

La voz de la ciudadanía se escuchó a través de la intervención de tres voceros vecinales y de un líder de los estudiantes que, sin explayarse en vocablos inútiles, le pusieron el cascabel al gato. Desde sus necesidades inmediatas, pero también relacionando las penurias de sus barrios y de sus instituciones con la meta mayor de rescatar la libertad y la democracia, manifestaron solidaridad con las acciones de la Asamblea Nacional y la disposición de multiplicar su soporte hasta llegar a la tierra prometida. Si se juzga por los aplausos que provocaron sus intervenciones, fueron voceros cabales de la comunidad presente en la reunión.

No sé si tenga sentido decir que el discurso de los diputados ha cambiado para bien durante el mes en curso, pero es evidente cómo se esforzaron allí en manejar una retórica capaz de provocar entusiasmo sin acudir a los trucos habituales para pescar incautos. Todos, sin dejar de soltar requiebros destinados a cautivar al público, relataron los esfuerzos de la Cámara en la nueva etapa de su combate, describieron la naturaleza de sus últimas sesiones y, asunto de capital importancia, el contenido de los decretos de contenido político a través de los cuales se puede facilitar la despedida del usurpador y una deseable transición. Si necesitábamos información fidedigna que nos levantara el ánimo y nos invitara a una pelea consciente contra la dictadura más certera que las de la víspera, la obtuvimos con creces. Algo está cambiando en la sensibilidad y en la comunicación de los diputados, pienso ahora después de oírlos el miércoles, tal vez porque las circunstancias los han obligado a ser distintos.

La llegada del presidente de la AN, Juan Guaidó, fue el capítulo estelar de la función. Todos queríamos saludarlo de cerca y, después de que subió a la tarima, cantamos en mil voces el Himno Nacional. Muy emocionante. La conducta sin fisuras que ha desarrollado en el ejercicio de su cargo, pero quizá también el hecho de que su liderazgo no huela a una invención de camarillas ni a la fabricación de una imagen como manufactura de mercado y propaganda transmita bocanadas de confianza que pueden conducir a desenlaces capaces de satisfacer al pueblo indignado por la usurpación de Maduro. Discurseó como sus colegas que lo antecedieron, tal vez con menos recursos oratorios, pero obtuvo un crédito que se había esfumado de la cartera de la dirigencia.

Pero lo más llamativo del cabildo abierto fue la actitud de nosotros, sus destinatarios. Una sensibilidad de renacimiento, el rechazo del desánimo como cosa del pasado, el retorno de caras regocijadas que se habían distanciado del paisaje, el reencuentro con vecinos que se habían encerrado en su domicilio y ahora volvían al centro de la escena formaron el prólogo de lo que puede ser un acontecimiento histórico de excepcional importancia.


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