“Tanto dolor se agrupa en mi costado que, por doler, me duele hasta el aliento”. Miguel Hernández.

Muchos factores emergen a la hora de intentar explicarnos lo que le pasó a Venezuela. No deja de ser difícil; tampoco, sin embargo, dejaremos de especular al abordar el asunto porque de veras es complejo.

El país está postrado, inerme, agónico o catatónico, podría decirse. Pareciera incapaz de reaccionar, levantarse, reponerse. Su economía evidencia una depresión severa. Se ha reducido y continúa fenomenológicamente alcanzada por diversos elementos concomitantes que la acomplejan. El PIB se ha reducido en el último lustro al menos 40% y, para decirlo coloquialmente, el rancho sigue ardiendo.

Pdvsa es víctima y victimario en esta situación. El díscolo e irresponsable manejo macroeconómico del país ha secado a la otrora poderosa industria petrolera de fuentes de financiamiento para cumplir sus tareas, y de nada sirven las ingentes reservas de crudo y gas si no se invierte en prospección, extracción, producción, mejoramiento.

Paralelamente, le han colgado del cuello a Pdvsa un collar de sanguijuelas de uniforme que unen a su ya proverbial ignorancia el afán de aprovecharse de cualquier situación para medrar. De otro lado, le recostaron decenas de miles de nombres a su nómina que si laboran es poco y solo succionan de la arteria presupuestaria.

Es patético constatar que escasean la gasolina y los derivados de hidrocarburos, y que se deben traer de fuera para proveer el mercado local. ¡Increíble!, me decía un ingeniero petrolero retirado que, por cierto, dejó la mecedora y se ubicó en Ecuador para llevar a su casa la manutención que la jubilación no le proporcionaba.

Una economía rentista como la nuestra depende del petróleo, y si algo logró como legado el chavismo fue malograrla, lisiarla, discapacitarla. La política económica chavista inspiró a Bolivia, Ecuador, Nicaragua, que se portan bastante mejor que Venezuela, porque, es bueno recordarlo, no acometieron impunemente la depredación del erario público con el cuento de la demagogia populista y, especialmente, con la mayor dentellada de corrupción que recoja la historia continental al menos, y tal vez mundial, y créanme que hay más que hipérbole en la afirmación.

Se quejan en discursos los chavistas del rentismo y nadie lo ha practicado más que ellos, y nadie lo ha consagrado más tampoco en sus ejecutorias. Que se trate de Chávez o de Maduro, gastar y no invertir, no diversificar, no asumir los retos del porvenir ha sido y fue la regla que los caracterizó y caracteriza sin dudas al respecto, pero la mejor prueba tal vez la encontremos no solo en el estricto manejo de la economía directa, sino en el entorno cultural y educativo.

Por el futuro nada se hizo en este periodo nefasto en que gobernó esta claque. En efecto, la gestión se cumplió con inconsciencia militante. En la educación primaria, secundaria y universitaria se formó una regresión dolorosa que propició la deserción o la manipulación del sistema con las tales misiones estructuradas para complacer vanidades y respirar el fatuo hedonismo de la mediocridad. Engañaron y se engañaron al comprometer completamente la seriedad de la educación pública, y sesgaron la privada.

Particular referencia quise hacer a la educación universitaria, pues su estado es más que precario y no hay interés en mejorarla. Y de eso se trata realmente. No solo de superar el escollo de la incompetencia en posiciones de gobierno, sino de asumir como reto actualizar la universidad y su significación estratégica.

El abandono del conocimiento y el sacrificio del saber en provecho del pragmatismo chavista es una de las peores razones por las cuales el país padece de esta empalagosa pesadilla. Y lo grave es que quieren persistir.

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