Las crisis políticas, decía Gramsci, conjugan la vida y la muerte. Enfrentan las fuerzas que agonizan, pero se resisten a morir. Con aquellas que ya se asoman, pero no logran nacer. Es el impase crucial de dos vectores mortalmente enfrentados dentro de un mismo cuerpo. La sociedad en crisis.

Coexisten en este momento de crisis terminal que vive la sociedad venezolana dos enfrentamientos, subordinados el uno del otro: el primario, de la dictadura contra la democracia, el de la esclavitud contra la libertad, un enfrentamiento global que ocupa todos nuestros espacios y que es la crisis de excepción en que naufragamos desde aquel aciago 4 de febrero de 1992. Una crisis que, en mayor o menor medida y con variada intensidad, han vivido todas las sociedades latinoamericanas, y que la democracia venezolana había logrado evadir gracias al poderío de sus fuerzas democráticas, trágicamente quebrantadas por motivo de ese siniestro y nefasto golpe de Estado militar. 

Una crisis de excepción que dio paso a una forma inédita de dictadura, aviesamente travestida de democracia que ha confundido los espíritus caminando por la cuerda floja de la utilización de todos los mecanismos y recursos de dominación. Y dando paso, por lo mismo, a la segunda forma de crisis, introyectada por los dictadores en el seno oposicional: la crisis interna a la oposición que la divide en dos fuerzas hasta ahora solapada o subliminalmente enfrentadas, pero que por efecto del avance de la crisis general comienza a salir de sus cauces y amenaza con implosionar: es la crisis que enfrenta a quienes se niegan a aceptar el papel de comparsas de la dictadura travestida de democracia, y han comprendido que el poder en manos criminales y pandillescas, terroristas y narcotraficantes, no quieren ni pueden dejarlo “de buen modo”. Que ha llegado a la conclusión de que la única forma de salir de la dictadura es mediante el empleo de la fuerza, el rechazo absoluto, la negación concreta. 

La dinámica de la toma de conciencia y el peso de los intereses en juego dificulta la autocomprensión del proceso que vivimos. Desplazando la fuerza de gravedad de las distintas posiciones un día al rechazo pleno, militante de los intentos por someternos al poder, y el otro a la convivencia y subordinación a las fuerzas del contubernio. Por ahora, ese campo de dinámicas en juego se ha reducido a la Asamblea Nacional. En el marco de la cual las fuerzas contestatarias y antidictatoriales obtuvieron el resonante triunfo de imponerse por sobre las del contubernio, declarando por una mayoría de 11 votos persona non grata al mediador y agente del régimen Rodríguez Zapatero. Una derrota en toda la línea para las fuerzas del contubernio que dirigen Henry Ramos Allup y Omar Zambrano, Manuel Rosales, Omar Barboza y Timoteo Zambrano, Henri Falcón y todos sus seguidores. Para exactamente una semana después retroceder y permitir la victoria del contubernio con uno de los acuerdos más ominosos y entreguistas firmados por la Asamblea Nacional. 

Esas fuerzas expresan la radicalización del conflicto y se manifestarán en enero, cuando se deba acordar la nueva directiva de la Asamblea Nacional y los distintos partidos se vean en la obligación de asumir decisiones que pondrán de manifiesto quién es quién.

Es un envite trágico, pues de la justa decisión dependerá el fin o la continuidad del régimen. Temo que siguiendo La Marcha de la Locura, como definiera la historiadora norteamericana Barbara Tuchman la milenaria tendencia histórica de que enfrentadas a varias opciones, las fuerzas de la locura, o la estupidez, decidan por la peor de todas ellas y vuelvan a oxigenar una vez más a la tiranía, se decida por la peor de las salidas.

Si las fuerzas que desembozaran al agente del G2 cubano y Miraflores, Rodríguez Zapatero, mantienen la unidad que mostraran entonces, la rosa de los vientos nos mostrará que los tiempos futuros son de bonanzas. De lo contrario, malos tiempos para la esperanza. Seguiremos atados a nuestra ancestral estupidez. 


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