Gran escándalo político en Estados Unidos y el mundo ha creado la instrumentación de la política migratoria, uno de cuyos contenidos es la separación, en la frontera con México, de los niños de los padres, esto es, la policía fronteriza se queda con los niños, los incauta, e impide la entrada de sus progenitores, política de proceder anticristiano que el gobierno, según el procurador general, Sr. Jeff Sessions, se fundamenta en la Biblia, pero no cita los pasajes bíblicos. La comunidad evangélica, que apoya al presidente Trump, cuestiona firmemente tan cruel separación, como dice la Sra. Bush, esposa del ex presidente George Bush, hijo. Los evangélicos llegan a decir: es “moralmente reprensible”, así como los demócratas, quienes se manifestaron a través del Fundación Clinton. Trump dice: The United States will not be a migrant camp (Estados Unidos no será un campo de migrantes), con lo cual trata de cumplir con una de sus promesas electorales. Y cita cifras cuestionables (10%) del aumento de la inseguridad en Alemania por haber recibido 1 millón de migrantes durante 2016 y 2017.

Los migrantes que buscan instalarse en los países desarrollados acosados por la angustia y desesperanza que surgen de sus pésimas condiciones de vida en nuestros países, sobre todo, a causa de gobiernos corruptos e ineficaces, de élites codiciosas, acumuladoras de riquezas, se niegan a repartir la torta, no con vagos y maleantes, sino con los que trabajan y se esfuerzan para subsistir en condiciones precarias. Tampoco hay instrumentación de políticas de desarrollo realistas, viables políticamente, cuyos efectos desemboquen en elevar el nivel de vida general, más bien practican la discriminación, se crea perplejidad al preguntarse un joven para qué estudió, para qué tantos títulos, grados, idiomas, si lo que lo golpea es la desilusión al carecer de oportunidades y contemplar la incapacidad gobernante, el chocante nepotismo, la ausencia de una administración pública profesional donde no impere el carnet político ni el compadrazgo como elementos se selección y empleo.

Por eso, los jóvenes y profesionales migrantes se preguntan existencialmente: ¿Qué soy yo? ¿Qué hago aquí? ¿Qué nos espera? Y dentro de esa vacilación, no saben, tal vez, por qué ni cómo se encuentran en esa situación. Los invade la angustia, la desesperanza, y muchas veces el miedo al futuro. Un día, entre lloros y temores parten para lejos, hacia otros países, para vencer el miedo y encontrar esperanza que le niega su nación, mejor dicho, los desgobiernos respectivos. ¿Es eso más fácil que sufrir en nuestros países, máxime si se han instalado tiranías? Y verdad es que se debe practicar el arte de evadir el miedo de vivir donde no se garantiza la vida, donde reina más el terrorismo de Estado que la seguridad ciudadana en el sentido más amplio.

Se debe mencionar que las desigualdades económicas y sociales existentes en los países del Tercer Mundo también existen entre estos y los países desarrollados, aunque se han instrumentado programas de ayudas económicas, de fomento del bienestar, creación de bancos de desarrollo, pero la susodicha cooperación generalmente entra en la vorágine de la corrupción gubernamental, y las respectivas naciones permanecen en situación igual o peor que antes del financiamiento de programas de desenvolvimiento político-económico y social, más bien con las ayudas élites enriquecidas disfrutan de la deshonestidad y transitan por el mundo impertérritamente.

Si todas las corrientes de fondos enviados hacia nuestros países en la forma de cooperación o endeudamientos, y otras modalidades, como condiciones del mercado para mejores precios de las materias primas exportadas, se hubieran empleado en proyectos de inversión que incorporen racionalmente nuestros recursos naturales para crear bienestar social, quizá, no se registraran flujos migratorios hacia los países avanzados, pues habría razones, sería más fácil aquí el trabajo vital dirigido contra la angustia y las maquinaciones del miedo, quiero decir, habría esperanza, pues tendría sentido y futuro la vida en nuestros respectivos países.

Por ello, aumentar la cooperación entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado en el marco de las Naciones Unidas sería un paso decisivo para disminuir la pobreza y lograr la permanencia de la población en sus países de origen. Así como utilizar eficazmente los fondos disponibles para asir nuestras naciones con programas que entrañen el progreso integral. Instituciones mundiales que evalúen las gestiones gubernamentales debería haber, y aprobarse en las Naciones Unidas. País que en el desarrollo falle, se gana sanciones de la comunidad internacional, se presionaría para que el titular de la misión de gobernar renuncie o convoque elecciones anticipadas para escoger al idóneo que procure acrecentamiento del nivel de vida. Es un problema político global y como tal hay que tratarlo.

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