En una gira que hice por la costa colombiana en marzo de 2019 levantando datos sobre la situación de los venezolanos, pude constatar que la migración tiene varias caras. Así como hay estudiantes, empresarios o una clase media que migró y goza de seguridad social, estabilidad laboral, educación, acceso a servicios públicos etc., también existen miles de venezolanos en situación de alta vulnerabilidad que padecen de la misma crisis humanitaria que sus paisanos.

El caso de Caterina, una mujer de Cumaná, se replica por mil en el territorio colombiano. Hace poco más de seis meses llegó con sus hijos por una trocha a Maicao. Pasó la noche en la terminal de ese pueblo con cientos de paisanos. Al siguiente día tomó un bus a Cartagena, donde vive desde entonces con su familia. Ella vende dulces durante el día, los dos hijos menores van al colegio, mientras su esposo y su hijo de 9 años trabajan en un mercado. Caterina está en situación migratoria irregular en Colombia, así como miles de otros venezolanos. Ahora bien, ¿qué significa esto? ¿Es Caterina una migrante, refugiada, desplazada, parte de la diáspora?

Cuando analizamos el discurso de muchos políticos venezolanos nos damos cuenta de que mayoritariamente se refieren a la «diáspora venezolana» cuando hablan sobre la población que vive fuera del territorio nacional. También observamos que se hacen colectas o jornadas con la «diáspora venezolana» para el pueblo que permanece en el país. Esto es un error conceptual que puede traer consigo una larga lista de problemas para la reconstrucción de Venezuela. Veamos.

Si bien es cierto que el término «diáspora» ha cambiado significativamente con el tiempo, la Organización Internacional para las Migraciones de Naciones Unidas define a las diásporas como «migrantes o descendientes de migrantes, cuya identidad y sentido de pertenencia han sido moldeados por su experiencia y antecedentes migratorios». Anteriormente, este concepto se usaba para describir a aquellos pueblos que fueron desplazados de su país de origen. Sin embargo, hoy en día, las diásporas son aquellos que se identifican con una patria, pero viven fuera de ella. Los migrantes pueden ser parte de la diáspora de un país, pero el concepto de la diáspora por sí solo no refleja las dinámicas que pueda tener una migración.

Es por ello que en el caso venezolano debemos hablar de migración y no solamente de la diáspora para entender los movimientos de venezolanos en el mundo. Según la OIM un migrante es una persona que ha decidido libremente migrar por «razones de conveniencia personal» y sin intervención de factores externos que le obliguen a ello. Por ende, este término se aplica a las personas y a sus familiares que van a otro país o región con miras a mejorar sus condiciones sociales y materiales y sus perspectivas y las de sus familias. Por el contrario, la migración forzosa se refiere al movimiento de personas en el que se observa la coacción, incluyendo la amenaza a la vida y su subsistencia, bien sea por causas naturales o humanas. Si una persona abandona su país, por ejemplo, por desastres naturales o ambientales, desastres nucleares o químicos, hambruna, proyectos de desarrollo o razones políticas, esta persona se le pudiera considerar un refugiado o desplazado.

Caterina y sus hijos no son migrantes voluntarios. Por el contrario, son desplazados, que decidieron huir de Venezuela porque no tenían los medios para sobrevivir en su país. Por ejemplo, Caterina me comentó que “acostaba a [sus] hijos sin comer y que por eso [se tuvo que ir]”. Para que ella y miles de venezolanos se sientan incluidos y representados en el discurso político en Venezuela, las élites políticas tienen que hablar de la migración forzosa o del desplazamiento de los ciudadanos. Puede ser que Caterina mantenga lazos con Venezuela, pero puede que no. Si ella no mantiene vínculos con Venezuela no contaría como diáspora y quedaría por fuera del discurso del cambio. Y esto es algo que no puede suceder. Primordialmente, no puede ocurrir porque Caterina requiere, más allá de la representación política, la misma atención humanitaria que los venezolanos dentro del país.

La crisis humanitaria está migrando con los venezolanos desplazados. Y es por ello que el gobierno interino de Juan Guaidó debe emprender esfuerzos transnacionales para atender la crisis humanitaria que hoy no tiene fronteras. Si bien está claro que la migración forzosa fue generada por Nicolás Maduro, que a su vez fue heredada de Hugo Chávez, esta población en riesgo y alta vulnerabilidad tiene que ser atendida por el nuevo gobierno desde ya. Es indispensable atender a estas cientos de miles de familias en Colombia, pero también en Ecuador o Perú, entre otros, que padecen de desnutrición, no cuentan con alimentación, acceso a servicios públicos o una vivienda digna y que en muchos casos son objeto de rechazo. Por ello, el gobierno de Juan Guaidó debe impulsar esfuerzos regionales que brinden ayuda humanitaria y también políticas públicas a largo plazo en estos países que puedan acoger debidamente a los nuevos miembros de su sociedad, que posiblemente nunca más regresarán a Venezuela.

La migración venezolana no tiene precedentes en toda la región. Es masiva y trágica. Y por ello requiere de mucha innovación y dedicación para atenderla. Comencemos por entenderla conceptualmente para emprender soluciones para todos los venezolanos y venezolanas que han tenido que huir forzosamente de su país.


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