I

Yo espero que todos los “funcionarios” (les pido amablemente que entiendan que el uso de estas comillas es para ironizar la palabra) que actuaron en la operación para matar a Oscar Pérez y sus compañeros todas las noches se acuesten pensando en que violaron derechos humanos flagrantemente y a la vista del mundo entero. Todos, desde los que hicieron la planeación hasta los que manejaron los vehículos hasta la zona, así como los que empuñaron las armas, todos, tarde o temprano pagarán por ello, porque son crímenes que no prescriben. Si no me creen, busquen en Internet las historias de personajes como Slobodan Milosevic.

Están en el mismo saco que cada uno de los que han asesinado a mansalva a cada manifestante en las protestas. Todos pagarán por crímenes de lesa humanidad en esta guerra que libran en contra de los opositores al régimen. Cada día somos más, porque el hambre no distingue franelas del PSUV.

Y a los que me vengan a decir que el pobre muchacho obtuvo su merecido, que se parecía a Chávez y demás comparaciones idiotas, les advierto que a mí me enseñaron que no hay motivo alguno para matar a nadie. No es que me sorprenda la pena de muerte practicada por este gobierno, porque ocurre a diario en cada calle y cada barrio de este país en el que estamos todos sentenciados. Pero doy gracias a Dios por que aún me causa repulsión que pase, porque eso quiere decir que la dictadura no ha logrado deshumanizarme.

II

No hace falta que estés acusado de terrorismo para saber que te van a perseguir hasta matarte. Creo que la mayor crueldad está en lo lento que nos están aniquilando. Confieso que en cada pequeña cosa, en la cotidianidad misma veo signos de esa sentencia.

Cada persona que tenga en su familia a un enfermo crónico sabe de lo que hablo. Y más si este enfermo tiene padecimientos mentales a los que generalmente no se les da importancia, como los achaques de los ancianos. En mi familia lo más aterrador es contar las pastillas que nos quedan para afrontar los padecimientos de nuestros viejos. Eso es matar lentamente, y también espero que los responsables cada noche piensen en el detalle, aunque en el fondo sé que no tienen conciencia ni empatía, son prácticamente sociópatas.

III

Lo que más me aterra (hablando de terrorismo) es comprobar que llegó la hora del todos contra todos, y que es cuando la viveza criolla tan odiosa para mí sale a flote. Como no la entiendo ni la practico, estoy en desventaja, porque siento que cada día la gente a mi alrededor se mimetiza con los malandros que nos gobiernan y, como no hay ley, vivimos en anarquía.

Cada quien está tratando de sacar provecho del otro, aunque lo vea hundido. Es un sálvense quien pueda que se grita en cada esquina. Pero en medio de tanta inquina, sigo agradeciendo la capacidad que me inculcaron de maravillarme por lo bueno, aunque sea infinitamente pequeño.

Entré en una panadería para complacer un antojo de mi hija y también pensé en mi mamá, así que pedí dos pastelitos de queso. Sí, todo un lujo. Le entregué una tarjeta de crédito al cajero y le dije que se cobrara uno de allí, pero cuando le dije que le pagaba el resto con otra tarjeta, me dijo: “Déjelo así, considérelo un regalo”. Salí llorando. ¿Aún queda ese venezolano?


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