Recordemos un relato del evangelista Mateo (2, 13-15): la expatriación de Jesús ante el peligro de ser asesinado. El rey Herodes, celoso de todo competidor de su poder, mandó matar a muchos niños esperando que entre ellos cayese también el Mesías. José y María huyeron de noche llevando consigo al pequeño, y se refugiaron en Egipto. Calificaron entonces como los primeros exiliados cristianos.

Jesús quiso así compartir la condición humana –abundosa en claroscuros y contradicciones, exaltaciones y miserias–, menos en el pecado. Asumió nuestra naturaleza para liberarla del mal y reconducirla a la unión con Dios y fraterna.

Hoy Venezuela, otrora nación próspera y acogedora de migrantes en búsqueda de tierras sin guerras ni escasez y generosas en convivencia fraterna y trabajo productivo, se ha convertido hoy en país invivible. En efecto, a la opresión política se unen el desastre económico y una mortandad culpable, y a la ausencia del Estado de Derecho se juntan la corrupción desenfrenada y un narcotráfico impune. Por ello, Venezuela padece hoy un severo despoblamiento. Millones de compatriotas han tenido que irse y se están yendo, en su inmensa mayoría en búsqueda ansiosa de trabajo y seguridad, salud y paz; dentro de ellos identificamos muchos rostros doloridos de familiares, amigos y conocidos nuestros, cuya ausencia sentimos y su regreso anhelamos.

Ni catástrofes naturales ni factores extranjeros han forzado el destierro, sino –lo suelen precisar los obispos– la voluntad oficial de imponer a los venezolanos un proyecto dictatorial totalitario comunista, fracasado históricamente y maquillado ahora lingüística y estratégicamente. Ese proyecto, que ha conducido al grave deterioro nacional en los más diversos órdenes, es una tenaza que van cerrando el Alto Mando de la Fuerza Armada Nacional mediante su participación y apoyo clave, y el Partido gubernamental PSUV, acompañado por cuerpos paramilitares y asistencia castro-cubana, mediante su Diktat político-ideológico.

El que Venezuela esté sometida hoy a un acelerado despoblamiento constituye un crimen horrendo, que conjuga la violación de múltiples derechos humanos. Basta una lectura rápida de la Declaración Universal de 1948 para percibir cómo la actual expatriación masiva es efecto de muy diversos delitos por parte de la “nueva clase” detentadora del poder.

Cada persona –sujeto consciente, libre y social, hijo de Dios– vale tanto como cualquiera otra. Pero entre los expatriados merecen destacarse algunas categorías particularmente significativas como jóvenes, docentes, profesionales, gente especializada.

Lo deseado y propiciado por este tipo de regímenes es que se vayan todos los ciudadanos que piensan con la propia cabeza, se defienden solos y organizan su vida con libertad responsable; eso les facilita el manipular a su antojo a una población empobrecida, omnidependiente y sumisa. Manejar esclavos no exige mayor inteligencia ni imaginación.

Este régimen está expatriando venezolanos mientras reparte el país a neocolonizadores ideológica y crematísticamente afines, aunque geográfica, histórica o culturalmente lejanos.

Este crimen de despoblamiento expatriador, junto con otros, debe ser detenido y sancionado por el pueblo soberano (CRBV 5) en un ejercicio de su poder originario (CRBV 71, por ejemplo) que ponga punto final a ilegitimidades, inconstitucionalidades y violaciones de derechos humanos. Urge para ello consolidar un gran movimiento o frente democrático nacional que permita al soberano decidir, él mismo y no ya a través de individualidades o grupos, qué quiere para este país.

Un venezolano del siglo pasado, Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), universal y andariego, conocedor de exilios, romántico de espíritu y de pluma, escribió un poema de antología venezolana, cuyo título podría ser el de uno de los derechos humanos fundamentales: “Vuelta a la patria”. En el presente caso, poder regresar a Venezuela, como hogar común, libre y pluralista, solidario y fraterno, pacífico y próspero.

El cambio político que urge el país acabará con el crimen horrendo de la expatriación masiva y nos consolidará como nación vivible y deseable. Con unión interna y armonía internacional.


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