Lo voy a poner claro desde el principio: creo que el diálogo es la forma más adecuada de resolver diferencias, pero en cuanto al ejercicio que actualmente se está desarrollando en República Dominicana no creo absolutamente nada. 80% porque estoy convencido de que el gobierno no tiene la más mínima intención de hacer concesión alguna, sino tan solo concentrarse en ganar tiempo y oxígeno. El restante 20% lo fundamento –con preocupación– en que la oposición concurre a la cita debilitada por sus disensos internos.

Sabido es que en las etapas preparatorias de una negociación las partes expresan en forma ruidosa sus máximas aspiraciones, aun cuando tienen conciencia de que “negociar” implica necesariamente saber que habrá que hacer algunas concesiones que en definitiva resulten que al final del proceso se haya logrado algo mejor que lo que ocurriría de no sentarse a conversar.

Tal situación no se da en las presentes circunstancias. El gobierno considera que en este momento va ganando la pulseada, aun cuando también sus personeros seguramente perciben que no tienen ya vuelta atrás hacia donde regresar después de su demencial ejecutoria. Por su parte, la oposición enfrenta la impaciencia –transformada en intolerancia– de sus propios militantes que calificarán de traición cualquier resultado que no implique una rendición total de la contraparte. Para muchos dirigentes su propio futuro político está en juego y –en muchos casos– eso les importa más que el interés general de la patria. Lamentable pero evidente.

Vemos con complacencia que algunos de los errores y falencias de los pasados intentos parecen haber sido tenidos en cuenta por el bando democrático. El primero de ellos es haber comprendido (o al menos aceptado) que la “oposición” no es solamente la MUD –lamentablemente devaluada– sino que incluye a la sociedad civil representada por organizaciones no gubernamentales y otros actores que obviamente tienen vela en este entierro. La incorporación de una representación técnica electoral además de profesionales de la negociación incrementa las posibilidades de sacar una mejor tajada siempre y cuando no cometan la estupidez de disputar protagonismos. Como anécdota este columnista recuerda aún con mal sabor los días de la negociación de 2002 con la participación del secretario general de la OEA (Gaviria) en la que fuimos asesores directos de la oposición. Allá reflexionábamos en sesiones cerradas sobre ideas y estrategias, pero al instante se comprobaba que algún dirigente (casi siempre de segunda línea) simulaba ir al baño, cuando lo que iba era a declarar a los medios que hacían guardia en la puerta y ofrecer el “tubazo” del día. ¡Quien tenga oídos que oiga!

La participación de cancilleres de países amigos de lado y lado es otro buen indicio. Faltará ver si los involucrados tienen la testosterona del cardenal Pietro Parolín que en oportunidad anterior le reclamó por escrito y con todas las letras al gobierno por la falta de cumplimiento de los compromisos acordados.

Para los que piensan que la presión externa no sirve para nada se les invita a reflexionar dónde hubiésemos estado hoy de no ser por la solidaridad –interesada o no– de una comunidad internacional que –junto con el desastre interno– puso al régimen y también a la oposición en la encrucijada existencial de al menos tirar la parada de un diálogo, aun cuando este columnista reitera su impenitente escepticismo.

Mientras tanto los próceres de la revolución acaban de descubrir que Pdvsa era y es una olla de podredumbre, lo cual viene como anillo al dedo para desviar la atención, hacer las purgas que la fracción anti-Ramírez hoy en ventaja exija y de paso echar la culpa de todo a quien sea con tal de eximir al eterno que causó todo esto y a los “protectores de su legado” que con entusiasmo y persistencia completaron la tarea casi imposible de quebrar una empresa estatal petrolera en un país de la OPEP sumiéndolo en la miseria durante el proceso. Esperemos para ver qué melodía “canta” el inventor de la Pdvsa “roja rojita” cuando prenda el ventilador y la suciedad empiece a salpicar.

Ojalá me equivoque. Me encantará reconocerlo cuando el error quede demostrado.


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