Durante la Guerra Fría (1945/1990) las grandes potencias de entonces (Unión Soviética y Estados Unidos) nunca dirimieron sus enfrentamientos en forma directa sino a través de sus “apoderados”, en lo que para entonces se dio en llamar “proxy wars”. Tal cosa consistía en que cada uno de los pesos pesados decidía abrazar alguna causa –muchas veces poseedora de algo de razón– y lo hacían comprometiéndose política, económica o militarmente con el Estado o grupo insurgente que mejor sirviera a sus intereses.

Tal el caso de Rusia apoyando sólidamente en forma directa a Egipto, Siria, Yugoslavia, Nicaragua, etc., o a través de Cuba con algunos grupos guerrilleros afines a sus pretensiones. Igualmente Estados Unidos lo hizo con varias de las dictaduras americanas (Chile, El Salvador, Argentina, Uruguay, etc.), como así también de grupos irregulares armados (“contras”, talibanes, Angola, Sendero Luminoso, etc.). Siempre detrás del conflicto estaban la URSS y Estados Unidos como inspiradores, suplidores o financistas, pero nunca se llegó a un enfrentamiento directo. La ocasión más cercana a un desenlace fue la crisis de los misiles instalados en Cuba en octubre de 1962, la cual, en definitiva, se resolvió entre Kennedy y Khruschov sin intervención alguna de la Cuba de Fidel Castro que nominalmente era el patio donde se albergaban los cohetes con capacidad nuclear.

Pasadas las décadas en que Rusia (sucesora de la URSS) hubo de resignarse a su papel de potencia disminuida y no temible, ya hoy, en camino a la recuperación económica, militar, anímica y del orgullo nacional convocado este último por un líder carismático –Putin– resulta natural que haya renacido la vocación de grandeza de aquella nación que a lo largo de los siglos ha cultivado y ejercido su ambición expansionista imperial. El resultado está a la vista evidenciado en la renovación de la puja por la supremacía mundial en la que ahora participa un nuevo y poderoso actor: China. Es en ese marco donde se inserta nuestra Venezuela.

Hoy, cuando Maduro cree que la causa “bolivariana” es abrazada por Rusia y por China, es cuando la verdad verdadera es que lo están abrazando a él con el característico abrazo del oso ruso y al mismo tiempo sometiéndolo a la milenaria e impenitente tradición china de implacable predominancia comercial y es por ello –a nuestro entender– que mientras que Nicolás afirma que dispone de apoyos de peso, no se da cuenta de que el papel que está jugando es apenas el de objeto con el cual otros dirimen sus desacuerdos con los mismos métodos y recursos con que lo hacían décadas atrás: maniobras militares conjuntas, visitas de buques o aeronaves de alta tecnología, declaraciones rimbombantes, financiamientos (cada vez menos generosos porque son a fondo perdido) y demás parafernalia en la que nuestro desafortunado país solo aporta el escenario territorial para que Trump, Putin y Xi Jinping midan fuerzas en una pulseada. Mientras tanto, el otro bando también hace su juego y Estados Unidos procura –con éxito– acrecentar su influencia en Colombia, Perú, Chile, Argentina, el sudeste asiático etc.

A los pueblos atrapados en este impredecible juego de poderes solo les queda aspirar a que sus líderes –que casi nunca les consultan en materia de política exterior– se peguen a la causa que pueda llevarlos a la “mayor suma de felicidad posible” que suele comenzar por comer todos los días, salir de la pobreza y luego asegurar un marco de desarrollo con seguridad personal, certeza jurídica y la mayor dosis de libertad. En Venezuela no se precisa ser muy sagaz para concluir que no vamos por ese camino y es igualmente evidente que desde la dirigencia que define el ruta de la nave no hay ninguna intención de rectificar ni la habrá hasta tanto los sacrificios requeridos por no cambiar el rumbo superen decididamente los posibles beneficios que pudieran derivarse de tal rectificación. El acorralamiento internacional que ya afecta al procerato bolivariano indudablemente contribuye a la vital necesidad de sus cabecillas por mantenerse al timón, lo cual se les viene facilitando gratuitamente con la triste fractura de la unidad necesaria para enfrentarlos y vencer.

Si el bochornoso ejemplo de Baruta es indicativo de la vocación de la dirigencia opositora, entonces podemos anticipar que esto pueda ir para largo y –peor aún– que nuestro principal apoyo, la comunidad internacional democrática, se enfríe. O… sorpresa… que Trump y Putin se confundan en un sorpresivo abrazo o que Xi Jinping se decida a cobrar sus acreencias para que Maduro y su combo queden colgados de la brocha como le pasó a Fidel en 1962.


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