Por encima de la incertidumbre de cuándo y cómo se resolverá esta ambigua e inédita situación que vive hoy Venezuela con la superposición de dos gobiernos, prevalece la esperanza. A pesar de que Nicolás Maduro continúa en el ejercicio del poder fáctico con el solo apoyo de la cúpula militar, no tiene nada que ofrecer más que un récord inigualable de fracaso, con cada vez más descaradas demostraciones de que su única motivación es mantenerse en el poder a cualquier precio. Disminuido en el apoyo popular (no hay sino que ver la triste y escuálida concentración del 23 de enero en la plaza O’Leary y las fúnebres concentraciones de otras ciudades del país donde otrora reinaba su partido) y los escasos y lamentables apoyos internacionales concentrados especialmente en gobiernos autoritarios y movimientos terroristas como Hammas y el Hezbollá.

Contrasta con la frescura no solo de Juan Guaidó como presidente proclamado sobre la base de su condición de presidente de la Asamblea Nacional, único poder legítimo existente en Venezuela, respaldado por una unidad asombrosamente reconstruida sobre las cenizas de la atomización, que ha demostrado asertividad con respuestas certeras ante los retos que se han presentado desde su entrada en escena y especialmente después del 10 de enero, fecha de la juramentación abusiva de Nicolás Maduro.

Cuenta además con el respaldo decidido de 78 países democráticos hasta el momento que escribo estas líneas y de una mayoría aplastante de los venezolanos, confirmada por las gigantescas manifestaciones del 23 de enero en Caracas, en todo el territorio nacional y en distintas ciudades del mundo.

Tiene también en su haber la posibilidad de ofrecer un porvenir en lo político, lo económico y lo social acorde con los tiempos. Un país que funcione, donde haya comida, salud, servicios públicos, libertad… Futuro.

Una peculiaridad de este momento es el retorno de la confianza. La creencia de la infalibilidad del know how cubano, sobre la base del cual se han mantenido 20 años y podrían mantenerse muchos más comienza a hacer aguas. En buena parte porque la actuación de Guaidó ha constituido una concatenación de aciertos, dentro de los cuales destaca la aprobación de la Ley de Amnistía, la recuperación masiva de las calles y de los sectores mayoritarios del pueblo, el robustecimiento de la unidad opositora y una ágil y hábil política internacional, y en otra buena parte porque en su acorralamiento, el gobierno de Maduro ha cometido errores importantes que van mermando la confianza en su consistencia. ¿Ejemplos?: ante la enésima amenaza de ruptura de relaciones con Estados Unidos, con un plazo perentorio de abandonar el país en 72 horas, se topó con la inesperada negativa por parte del gobierno de ese país, sustentada en su falta de legitimidad para emitir dicha orden, lo que llevó a su Cancillería a recular sobre la improvisada rabieta alargando el plazo y afirmando que la ruptura era con Trump y no con Estados Unidos. También el titubeo y la ausencia de amenazas y acciones policiales y judiciales contra los que le han dado semejante vuelco a la vida política nacional.

El gobierno acorralado hace uso y abuso de la fuerza represiva contra los sectores populares que sin miedo protestan por la carencia de sus necesidades más básicas, con un saldo de 29 muertos y 500 detenidos en menos de una semana.

Aunque quieran ignorarlo, el reloj sigue marcando el paso del tiempo del ultimátum de la Unión Europea para la inminente convocatoria a elecciones dignas y creíbles (que supongo requerirá de una transición) y el cumplimiento de parte del gobierno de Estados Unidos de transferir al gobierno de Guaidó el manejo de todas las cuentas del Estado venezolano.

No sabemos cómo será; y sí, que no será fácil la salida del dictador, pero hay razones para mantener la esperanza de que  esta vez sí será y al parecer muy pronto, si seguimos como vamos.


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