Un fantasma imperial recorre al planeta. Nació hace dos siglos en Italia como  distracción clandestina grupal llamada “La Cosa Nostra”, se expande sin límites por migraciones, diásporas, alianzas oportunistas y terrorismo, hasta que se empodera transnacionalmente a través de mercados paralelos que absorben  receptores ingenuos, diversos cómplices particulares y empresariales, y se instala en el corazón mismo de sistemas económicos y  políticos.

Para detectarlo falla la criminología clásica y se aplica una disciplina mixta, detectivesca, útil, actualizada, sobre su incidencia en la nueva geopolítica del trasmundo, sus instituciones y la intimidad individual.

Su gigantesca red paralela es un poder oculto, discreto, fragmentado en microimperios invisibles desde Familias (células mafiosas que pueden o no ser consanguíneas, de parentesco cercano y lejano) hasta alcanzar gremios, partidos únicos o distintos, usos caseros. Así se infiltra en autocracias, dictaduras, revoluciones y sólidas democracias, violando constituciones, reglamentos, códigos y leyes tradicionales.

Antes, durante o después de implantar la corrupción y el asesinato por capos militaristas o no, sus padrinos usan el arma eficaz y cotidiana de un lenguaje verbal y escrito enmascarado, repetitivo, ceremonioso-populista, fachada oficial de su inmutable delictiva crueldad frente al sufrimiento ajeno, únicamente solidario con sus obedientes ahijados a cualquier distancia.

Sus fuentes financieras básicas son el contrabando en tráfico de armas, estupefacientes, drogas duras y blandas, riqueza minera y agropecuaria, prófugos, juegos de azar, prostitución y secuestro. De allí que sus funcionarios controladores, a su vez controlados, son cabeza en oficinas judiciales, electorales, recaudadoras de impuestos y multas, vigilancia de fronteras en ciudades y pueblos de  fachada marítima y fluvial, fichas en  puertos y aeropuertos principales más guías de trochas para escondidas pistas de aterrizaje.

Sus métodos de sociedad secreta transitan el mapamundi legalizando de facto la ilegalidad marginal subterránea, convirtiendo a sus jefaturas y dependientes incondicionales en casta capitalista dominante, dueña de una sociedad sometida y al final tolerante víctima de la criminalidad.

Son apenas trazos de un estudio profundo y fundamental (550 páginas): El G9 de las mafias en el mundoGeopolítica del crimen organizado (Tendencias Editores, 2007, España). Su autor, Jean Francois Gayraud, avisa en el prólogo que continúa su indagación con la lupa puesta sobre la mafia  rusa y su cortejo latinoamericano, régimen ya divinamente novelizado hasta el neosovietismo de Putin en la autoficción Limónov (Editorial Anagrama, 2012) del magistral escritor-periodista Emanuel Carrere.

Los jóvenes políticos venezolanos, sin techo de vidrio ni rabo de paja, deben conocer además la continua proyección del imperial G9 consultando el académico The Oxford Handbooks in Criminology and Criminal Justice (2014). Y sus implicaciones directas en la Venezuela castrochavista desde el recién publicado Blood Profits (en vía de traducción como Lucros de sangre) de la investigadora venezolana Vanessa Neumann, presidente de la consultora Asymmetrica, quien analiza los estrechos vínculos entre políticas públicas y privadas del negociado comercio ilícito, la droga y el terrorismo del Estado Islámico en las Américas Central y del Sur.

Es que para rehabilitar un país, su región y continente repleto de escombros resulta imprescindible limpiar primero y a fondo cloacas y cañerías, aunque sus aguas luzcan claras.


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