I

Es difícil tratar de explicar una profesión. Alguno pensará que estoy errada, que la definición misma de una carrera viene dada desde el enunciado de los estudios. Quizás eso sea cierto, pero no lo es todo. Quizás eso sea cierto en otras latitudes, donde las cosas funcionan perfectamente de acuerdo con unos parámetros establecidos, unas normas que se cumplen, y si no, te castigan.

Digo que no es cierto, porque las circunstancias influyen. También el entorno y la sociedad. Sobre todo cuando tratamos de definir una profesión cuya razón de ser viene dada precisamente por eso, por la sociedad en la que está inmersa. Hablo de una ciencia social. Tan esquiva, tan etérea, tan difícil de aprehender en su conocimiento o estudio global.

Cuando un periodista se gradúa en Venezuela le dan un título de licenciado en Comunicación Social. En las escuelas les enseñan de todo, y ahora más que se suman las comunicaciones 2.0 y hasta 3.0. A veces pienso que nos olvidamos de enseñar lo primordial: la libertad de expresión es un derecho, y los periodistas, la mayoría de las veces, deben cumplir la función de vehículos para que una sociedad pueda ejercer esta libertad plenamente.

Disculpen la clase magistral.

II

Tengo un título que dice que soy licenciada en Comunicación Social, mención Audiovisual. Pero el azar quiso que no me dedicara a eso, sino a escribir, a patear calle, a trabajar en la vorágine de una redacción, con teléfonos sonando a la vez, rayos, plantones, tubazos y cochinos. Soy feliz en ese ambiente. Fui feliz por muchos años buscando la verdad, contando la verdad de cada uno, sirviendo de vehículo, transmitiendo, exigiendo resultados para la gente. Y todo con la palabra.

Fui bendecida con la oportunidad de ejercer una profesión apasionante en un país que prometía futuro, que respetaba la libertad de expresión de cada uno. Fui bendecida con la oportunidad de ejercer mi profesión en un país que ofrecía medios de todo tipo, periódicos de diferentes alcances y estilos. Fui bendecida por la oportunidad de conocer y relacionarme con periodistas-intelectuales de los que aprendí un mundo (aún andan por allí).

No tuve camisas de fuerza, me di el lujo de no aceptar bozal de arepa (siempre hay alguien que lo ofrezca), tuve la dicha de nunca ser censurada. Y trabajé en todos los periódicos más tradicionales del país.

III

Pero cuando llegué a El Nacional, llegué a mi casa. Del periódico he escrito tantas veces. También he dicho que el periódico es su gente. Pero este artículo es para afinar más las palabras.

El periódico, ese que se agarra con las manos, que huele a prensa, que despierta en las mañanas, que acompaña el café, que registra la historia cotidiana, ese periódico que está impreso en la memoria del venezolano, tiene un corazón poderoso, tiene un cerebro brillante, tiene un alma llena de vida: sus periodistas.

Y los que están ahora, los que todos los días insisten en luchar contra el opresor, los que enfrentan los golpes de la dictadura con la armadura de la verdad, los que luchan con uñas y dientes para defender la poquitísima libertad de expresión que queda en Venezuela, son mis héroes favoritos.

Mis hermanos que todavía le dan luz a esa redacción inmensa en calidad. Mis hermanos que escogieron la palabra como arma contra la barbarie.

A ellos les mando un gran abrazo en este nuevo aniversario de El Nacional.


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