A veces tenemos más preocupación por arreglar los problemas de las urbes: repavimentación de calles, trabajos de ornato en las plazas, gestiones para la prestación de mejores servicios públicos, gerenciar con eficiencia los planteles escolares y las sedes de los hospitales. Vemos a mucha gente con alguna disposición por el mantenimiento de los bienes de infraestructura, que es donde se establecen los entes para soluciones de casos de las personas. En fin, hay una expresa manifestación por una especie de “pacto de urbanidad” para que funcionen las cosas físicas de la ciudad. Pero, la ciudad, la cívita, como le decían los romanos, es mucho más que infraestructuras.

Prestemos atención a este otro elemento reforzador de nuestra condición humana, conforme a la activa participación en la ciudad-cívita. Primero, se hace inexorable aceptar que la “ciudadanización” se genera cuando asumimos conscientemente la civilidad, hecho bastante significativo que arranca en el preciso instante cuando procedemos a valorar y a respetar los modos de ser de cada quien al dar manifestaciones afectivas a los demás, demostraciones de pertenecer y querer la socialidad y, en consecuencia, obtener los debidos reconocimientos por parte de la comunidad natural, de la gente.

Debemos aprender a mirar (no confundir con ver, que es otra cosa) y darle las lecturas idóneas a las expresiones sociales que caracterizan a nuestra cívita.

¿Saben por qué?,  porque La Edad de Piedra no se acabó porque se agotaron las piedras sino porque quienes vivieron en esas sociedades sintieron el impulso arrollador de juntar esfuerzos para procurarse un modo diferente para vivir. Dieron, tal vez, sus primeras manifestaciones de progresar.

Coincidimos casi todos en que la cultura constituye el denominador común para sostener la socialidad. Así entonces, las sociedades avanzan o retrogradan según como piensen los ciudadanos que la componen; conforme la gente le confiera interés e importancia a la cultura. Dicho de otra manera: si hay manifestación de ciudadanía se generará y difundirá la cultura, y si hay cultura hay ciudadanía.

Los seres humanos tenemos un destino inescapable: estamos obligados a vivir juntos. A muchos les resulta complicado con-vivir, cuya acepción extensa vendría a significar: “tejerse a la piel del otro, y el otro tejido en tu propia piel”. Con-vivir es admirable. Con-vivir significa mucho más que un grupo de personas en un espacio territorial o asentar a una considerable porción de gente en un lugar determinado para que procuren satisfacerse sus necesidades de subsistencia, de acuerdo con las circunstancias.

Indudablemente que somos seres humanos con nuestros instintos y aprendizajes, por lo que nos sentimos obligados a compartir. Com-partir para reencontrarnos e identificarnos en la diversidad.

Una oportuna pregunta sería la siguiente: ¿Qué debemos com-partir, para reforzar, permanentemente la socialidad, la civilidad y el convivir? La respuesta tiene que ser precisa y directa: debemos compartir espacios, motivaciones, emociones, sensibilidades, valores, conocimientos, normas, estos y muchos otros factores que coadyuven a incrementar la cívita.

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