Una vez más nos movilizamos a depositar el voto, en esta ocasión en elecciones regionales, o sea la oportunidad de elegir al gobernador de nuestra entidad territorial. Observamos a tempranas horas la presencia de un número importante de votantes de la tercera edad, fenómeno que se ha acentuado y que refleja la nueva estructura demográfica de algunas circunscripciones del área metropolitana, donde se nota la emigración de hijos y nietos.

En la conversación mantenida –esperando la apertura de la mesa correspondiente, que tomó alrededor de cuarenta y cinco minutos– intercambiamos experiencias y coincidimos en reconocer que la Venezuela del pasado abrió el surgimiento de una clase media, que contó con instituciones que, entre otras, le permitió educarse. Disfrutar de un sistema de salud pública que facilitó la vigilancia epidemiológica al disponer de centros de atención gratuita al alcance de todos. Con servicios públicos –con fallas, asociado al crecimiento de la población– pero que paulatinamente mejoraban, y se superaban las dificultades. Todo ello en un entorno que mejoró la calidad y nivel de vida de la población, resultado de una gestión pública que aprovechó la renta petrolera en un ambiente de estabilidad macroeconómica. Impulsó el crecimiento del aparato productivo, lo que generó empleo e ingresos y facilitaron el ascenso progresivo de la población.

Hoy, sin embargo, mis compañeros votantes lamentaban cómo en los últimos años las deficiencias en la gerencia pública, y en especial la política macroeconómica aplicada, ha conducido a la caída de la actividad productiva y restado oportunidades a las nuevas generaciones, para incorporarse a un aparato en expansión y en un entorno de estabilidad que permita, al igual que sucedió con sus padres, el avance económico del núcleo familiar. Aseguraba un ingreso estable no destruido por la inflación, la inseguridad y la hostilidad ante la actividad privada, que resta posibilidades al desarrollo económico y social, al facilitar oportunidades de progreso para todos.

Por tanto, todos coincidimos en que es urgente un cambio de timón, que asuma con responsabilidad la aplicación de una política que permita las reformas necesarias con el fin de revertir la tendencia destructiva observada en los últimos años. Para ello un primer paso es el apoyo mediante nuestro voto a la descentralización y a una mayor autonomía a los gobiernos locales.


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