Para entender la estrategia marco tanto del Frente Amplio como de la oposición democrática venezolana, es necesario partir de 3 premisas, las cuales deben ser insistente y repetidamente expuestas: una, el objetivo superior no es otro que salir del gobierno de Maduro como única forma posible de comenzar a resolver la profunda crisis plural que vivimos los venezolanos. Dos, el objetivo inmediato es luchar por el restablecimiento del orden constitucional quebrantado, y por rescatar la soberanía del pueblo como conductor de su destino. Y tres, para logar ambos objetivos, la vía eficaz y más segura es batallar hasta conseguir la realización de elecciones libres y de verdad.

Frente a lo anterior, algunos preguntan –de buena fe– si no es una contradicción esa estrategia marco si estamos en una dictadura. Expliquemos brevemente por qué, en vez de una contradicción, es un signo de coherencia.

En primer lugar, no se trata –ingenuamente– de “pedir” nuevas elecciones. Eso es asumir equivocadamente que el sujeto del cambio político es el gobierno, a quien se le “exigen” cosas en espera de que él decida. Eso sí es un acto de irresponsable candidez. No es un asunto de “pedir”, y menos a una dictadura. De lo que se trata, por el contrario, es de la decisión de profundizar la lucha en todos los frentes para generar las condiciones de presión social y política que obliguen a que haya elecciones como única salida para el propio gobierno.

No es esperar pasivamente una concesión graciosa del opresor. Eso no va a ocurrir, simplemente porque no le conviene. Es utilizar y activar en inteligente vinculación todas las herramientas de la lucha cívica con el objetivo de que el costo para el gobierno de someterse a una elección libre sea menor que el riesgo de no hacerlo.

El principal enemigo del gobierno es la gente. Es a ella a la que más teme. Por ello su terror ante cualquier posibilidad de que el pueblo se exprese libremente. Hace ya tiempo que el régimen decidió que no podía dejar descansar la continuidad de su mandato en los hombros de un “soberano” que le ha sido infiel y poco confiable, porque no quiere entender el juego de empobrecerse y sufrir para que quienes mandan se enriquezcan. Por eso su decisión de robarse las elecciones y sustituirlas por un parapeto controlado que, al impedir la libre expresión de la voluntad de la gente, trate de asegurar de manera fraudulenta su permanencia en el poder.

Así las cosas, si la estrategia del adversario es huir de lo electoral, la nuestra debe ser, por lógica, batallar porque la salida electoral sea inevitable. No hay que olvidar que la lucha porque la gente se exprese libremente en elecciones es el gran movilizador social y al mismo tiempo el gran desestabilizador de los regímenes autoritarios. La dictadura de Pérez Jiménez no cae por el hambre y la necesidad de la población. Cae por la presión electoral de la gente. La bandera que enarbolaba la Junta Patriótica era la de lucha por elecciones libres. Lo electoral era, y vuelve a serlo ahora, el arma subversiva de los venezolanos.

Por eso la decisión mayoritaria del país de no prestarse al juego de la falsa votación del 20 de mayo pasado era coherente. Porque el primer paso para tener elecciones de verdad en Venezuela era rechazar el intento de sustituirlas por una farsa que solo permitía votar pero no elegir.

Para los demócratas, el sujeto del cambio político es el pueblo, y las elecciones libres –como la única forma confiable que existe para que ese pueblo exprese sus decisiones– son siempre su mejor medio de lucha. Pero de lucha, no simplemente de “exigencia”.

Cualquier salida sin elecciones será siempre la voluntad de alguien, pero no de la gente. Y cuando tales “salidas” ocurren, en el fondo se transforman en un juego de azar: pueden salir bien o pueden salir mal. Los venezolanos han sufrido tanto que no merecen que su destino dependa ahora de la suerte o de la voluntad particular de alguien.

Activarnos todos para que sea el pueblo el que decida, es un asunto de coherencia.

 


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