El documental La peste del chavismo constituye uno de los fenómenos virales de la cultura alternativa en 2018. Su producción engloba los nuevos retos del cine independiente, autogestionado y al margen de la censura del régimen, cuyos dictámenes impiden el desarrollo de proyectos disidentes y críticos.

El largometraje es fruto del trabajo colaborativo de innumerables figuras e instituciones, tanto del país como de la diáspora, sin olvidar el invalorable apoyo de la comunidad internacional representada en el filme de Gustavo Tovar-Arroyo.

Por tanto, el estreno de la película, por medios propios, supone una gesta audiovisual digna de los mayores encomios.

En el plano histórico y latinoamericano, cabría establecer una comparación con dos precedentes audiovisuales: La batalla de Chile y La hora de los hornos, cintas prohibidas, perseguidas y elaboradas en condiciones extremas de clandestinidad, para luego ser proyectadas fuera del circuito convencional. Aquellas piezas respondieron a las urgencias de un contexto muy diferente, bajo la influencia de las ideas de la izquierda (erosionadas y abolidas por la práctica del socialismo genocida).

Gustavo Tovar-Arroyo emularía de Patricio Guzmán su valentía de enfrentar al poder del fascismo, a través de técnicas de guerrilla hoy masificadas por las redes sociales y la telefonía inteligente.

Las cámaras digitales graban las miserias de otrora, de los años duros de la represión, pero con dispositivos digitales de pequeño formato. La caída de Allende fue filmada y relatada por entrevistas tomadas en la calle. El descenso de la distopía roja se capta con celulares, equipos mínimos y micrófonos de balita extendidos con la mano.

La austeridad le permite pasar desapercibido al comunicador de la resistencia, logrando contar la tragedia de la república fragmentada.

El aporte estético logra romper el bloqueo informativo, tal como lo hicieron los publicistas del “No” contra Pinochet  y los indomables denunciantes de la inquisición de Birmania en Burma VJ.

La peste del chavismo se inscribe en la tendencia contemporánea y posmoderna de propuestas emergentes visibilizadas en los canales de Internet:  Last Man in AllepoWinter on FireThe SquareJoshuaWe are LegionLook of Silence y Nobody Speak.

El sentimiento primaveral de disrupción la emparenta con las contribuciones de la no ficción para la protesta de 2017 (caso de Selfimentary, por ejemplo).

La gran diferencia respecto al pasado de Pino Solanas estriba en el lugar enunciativo de Gustavo Tovar-Arroyo, quien toma una posición completamente distinta a la de su colega argentino (simpatizante de Hugo Rafael en su época de bonanza).

El manifiesto comunista envejeció mal en la patria de Bolívar y ahora solo admite una autopsia, con el fin de expurgar la enfermedad de su cuerpo descompuesto.

La metáfora de La peste del chavismo no requiere de doblajes, interpretaciones rebuscadas o traducciones pomposas de algún poeta ridículo empeñado en creerse la resurrección de Umberto Eco.

La peste del chavismo es un documental directo, diáfano, carente de eufemismos, generoso en big data, desafiante y desarmador de la lógica propagandística de los golpistas del 4 de febrero.

Seguramente traerá cola y molestará a los niños tarifados de Zurda Konducta. Me alegro porque un filme los desnude y les quiebre su burbuja de impunidad.

Resulta incontestable la disección del caudillismo, del totalitarismo, de la cleptocracia, del narcotráfico, de la violencia de los círculos, del ascenso de un populismo decadente en su trama estalinista, burocrática y deshumanizante.

Le puedo objetar su música, pues la encuentro redundante y reductora en su melindre de melcocha clásica. El contraste con la actualidad es abismal. Los chamos escuchan otros ritmos.

Tampoco me gusta la explotación del recurso gastado de la locución, a pesar de lo comprensiblemente didáctico del voice over. Peca de retrógrado, binario y moralista, cayendo en ramplonerías de cadena de VTV. Lo mismo aplica para el uso y el abuso de la pornografía amarillista de Youtube.

El acabado televisivo aplana la confección de los encuadres y los perfiles, eludiendo la profundidad. La velocidad restringe la oportunidad de empatizar con el dolor de  las víctimas, en cuanto se les expone de manera circunstancial.

Quisiera descubrir menos impostura en la edición de un montaje así de armónico en las voces, cuando la verdad de nuestra oposición nos lleva por una senda de disonancias y desencuentros. El director luce condescendiente a la hora de formular preguntas y acercarse a sus entrevistados.

Se ofrece un retrato bucólico y apolíneo de cómo somos en la oposición. Ahí agregaría un capítulo de la actual fricción de la MUD y sumaría a personajes del chavismo crítico. Colocar fechas ayudaría a orientar la dispersa cronología del guion. A veces el libreto pega saltos temporales, dificultando la comprensión.

El casting merece ampliarse con las opiniones de actores como Julio Coco, el profesor Azpúrua, el filósofo Del Bufallo, el maestro Pino Iturrieta. No perdemos nada con ventilar nuestros problemas y lavar los trapos sucios delante de la pantalla. Al maquillar la realidad, con polvos de colores, le damos la razón al enemigo.

Mi amigo Francisco Toro, especialista en sonido, celebra la composición del reparto, aunque no se explica la participación de gente cuestionable en tono de catedrático solemne.

Cuestión de pulir sus detalles de forma y fondo en una próxima revisión del material bruto.

Impecables los archivos, los gráficos y las reflexiones de los expertos convocados. Mi favorito es Lechín. Gocé con la última intervención del polémico J. J. Rendón. No somos tan buenos como pensábamos.

La peste del chavismo servirá para vacunar y proteger nuestra memoria de futuras infecciones de origen socialista.

Mientras tanto, esperamos por el remedio que logre curarnos de los peores síntomas de la fase terminal de la corrupción madurista.


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