I

“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. ‘Siempre soñaba con árboles’, me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. ‘La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros’, me dijo”.

Ese es un cuento que muchos deben haber leído, y lo escribió un periodista, famoso no por periodista, pero ejerció la profesión. Es el párrafo inicial de Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. Y lo cito porque lo que me ocupa ahora es que muchos de mis colegas nos hemos olvidado de eso, de la importancia de contar historias.

Cada vez que ocurre un suceso, cada periodista instintivamente piensa en las famosas cinco preguntas, qué, cómo, cuándo, dónde y por qué. Las respuestas son y han sido la esencia de la noticia. El detalle está en cómo escribirlas.

II

Uno de los libros con los que enseñaba cuando era profesora era de Truman Capote. La sangre fría con la que describió detalladamente el asesinato de aquella familia es famosa. Lo que lo llevó a conocer los detalles de aquel suceso dantesco no fue muy distinto al proceso con el que un buen periodista se adentra en un hecho noticioso. Es la profesión que esquematiza la búsqueda de las respuestas. Para obtenerlas hay que preguntar, decía yo en clase.

Hay escritores que tienen formación de periodistas y se han hecho famosos, como Gay Talese con el periodismo literario, junto con otro más conocido, Tom Wolfe. Yo siempre he dicho que lo importante es contar historias. Recuerdo que eso fue lo que le dije a mi hermana la madrugada del 4 de febrero de 1992: salgo porque quiero ver lo que pasa para contarlo, no quiero que me lo cuenten.

Usar las palabras para decirle a los demás lo que pasó es lo que hace de esta profesión algo perdurable en el tiempo. Como lo demostró también el polaco Ryszard Kapuscinski, como lo hiciera el español Arturo Pérez Reverte. Entonces ¿por qué nos olvidamos de contar historias?

III

La información, los datos, la frialdad de las respuestas a las cinco clásicas preguntas tienen su espacio, e incluso ahora vuelan en las redes sociales a cada segundo. Pero darle sentido, musicalidad, narrar, describir, les da cuerpo y sentido.

Voto porque los jóvenes periodistas se formen para contar historias que despierten el interés de los lectores. Es lo que los diferenciará del resto, del informador ciudadano, del que solo repite cifra, del que cita lo que dice otro. De esas cosas están llenas los medios tradicionales y los electrónicos, los nuevos y los viejos.

Pero contar historias requiere, además de saber narrar y describir, valentía. Asumir que el periodista es el primer testigo de un evento que a veces alguien no quiere que se sepa. Una vez un profesor de la Universidad de Columbia nos dijo a un grupo de periodistas latinoamericanos que nada podía enseñarnos, porque nosotros estábamos acostumbrados a hurgar, a destapar, a buscar historias que nadie sabía pese a la censura, a las amenazas, al poder que ciega. En ese entonces no lo entendí porque no me había tocado vivirlo.

La era del chavismo ha descubierto a muchos colegas valientes. Ojalá entendamos que ahora la gente quiere, más que respuestas frías y citas desabridas, historias. Y ojalá, así como lo hemos hecho contra la censura, lo sigamos haciendo una vez que recuperemos la libertad.


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