En el desamparo de las causas perdidas, la constituyente comunal se muere en la soledad de los sepulcros. Ningún sector significativo quiere unirse al carro de su desdicha. Surgió como último recurso de un régimen que agoniza. El descomunal rechazo recibido, desde que fue anunciada, demuestra que su viabilidad solo cabe en los caprichos de una élite que perdió el rumbo desde hace mucho tiempo. El manoseado botín lo hizo cómplices de una trampa en la que encerraron al país con sus cuentos de una vida mejor para todos. Del melodrama revolucionario han vivido estos 18 años de martirio. Siempre una nueva treta para desviar la atención, con ciudadanos hartos de humillación y cargados de frustración en el alma. Son demasiadas lesivas las derivaciones originadas por la instauración de un gobierno totalitario, las funestas consecuencias las estamos padeciendo en todos los órdenes. Ya no existe nación sensata que pueda acompañar al ataúd, que guarda el cadáver de la revolución que se inventó Hugo Chávez. Solo escuetas remembranzas del bouquet marxista lo ensalzan desde la lejanía que marca el no ser enterrado en el mismo hueco con sus congéneres venezolanos. Son voces cada día más apartadas, marcadas por la obligada ausencia: de no quererse involucrar con el descrédito que representa aparecer como acompañante de los últimos dislates del régimen miraflorino. Un gobierno que admite ante mundo que tiene bandas armadas es imposible que tenga respaldo en otras, igual que ellas, pero que siempre resguardaron sus formas. Esta revolución se murió con un tiro en la sien. Terminó suicidándose, mientras el pueblo muere de hambre o acribillado por los asesinos que formó en su útero de imbecilidades.

No tenemos que ser especialistas del derecho para entender que la propuesta presidencial de una nueva constitución es un ardid del régimen para impedir el voto ciudadano. Es inconcebible que un mecanismo que está en la carta magna quiera ser impuesto, no por el necesario debate y consulta al pueblo sino con las balas que perforan a jóvenes en las calles de Venezuela. Su inviabilidad la exponen los órganos vivos de la nación que la han rechazado contundentemente. No existe un sector importante venezolano que la haya asumido como salida para la crisis descomunal que padecemos, solo la minoría en el poder quiere una nueva constitución para imponérsela a la mayoría que anhela vivir en libertad. Un pueblo heroico con el espíritu dispuesto a construir un nuevo modelo con plenas garantías para todos, en el que el talento, la creatividad y el impulso al avance sustentable sean la palanca que impulse un verdadero proceso de desarrollo económico entre los diversos protagonistas, con reglas claras para combinar libertad plena con justicia social. Eso es precisamente lo que han hecho las naciones para incorporarse al desarrollo. No es vulnerando el derecho ciudadano al progreso cómo podemos salir del abismo; es utilizando ideas transformadoras para cambiar el esquema primitivo marxista por uno adaptado al mundo contemporáneo. Ya los antiguos cerrojos de esclavitud ideológica fueron derribados por el encuentro que dinamiza las economías con base en la libertad. Lo demás es el romanticismo trasnochado del ayer. Las balas incrustadas en el piso marmóreo de revoluciones olvidadas. Su tiempo es el fracaso de la venganza que no podrá imponerse de manera definitiva.

La enfermedad del autócrata –con ansias de perennidad– hace que redacte una constituyente a la medida de su ambición. El inmenso miedo a perder el poder, que obtuvo por decisión de un desahuciado, lo tienen con el alma en vilo. Su propuesta errática planea vulnerar el derecho al voto universal directo y secreto por un mecanismo perverso de elección por escalas, para tratar de hacerse de un escenario electoral que lo asigne sin rivales de turno. Toda una argucia al más puro estilo cubano. Imponiéndose sobre una nación que rechaza tal pretensión. Afortunadamente Venezuela no se deja someter por la dictadura…

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