Sebastián Marcano-Olivier

Cuando nos toca enfrentar un nuevo reto pulimos nuestros atributos y sacamos nuestra mejor camisa, por eso de que la primera impresión es la que cuenta. Pareciera que nuestra capacidad de reinvención es inagotable, de sacar del bolsillo una tarjeta de presentación distinta las veces que sea necesario, hurgar entre todas nuestras habilidades y agregarlas al resumen curricular con tal de cumplir los requisitos. Es la realidad de miles de venezolanos cuando nos vamos de nuestra tierra – por la razón que sea – y que soñamos con seguir trabajando en lo mismo, pero con otros obstáculos, diferentes a la crisis económica y política, al cierre de cientos de empresas, a la falta de materia prima… y de materia gris. Ahora vienen en otro idioma, otras reglas, bajo un nuevo sistema que muchos aprendemos por el método de ensayo y error.

“Yo resuelvo… Si no me acostumbro me devuelvo… Espero que con esto me alcance… Menos mal que tengo donde llegar…” ya son frases permanentes en nuestras conversaciones, de las que queremos estar del otro lado lo más rápido posible. ¿Y cómo lo hago?

Poniendo a un lado el tema del estatus legal, que de por sí es un tema, te encuentras con un mercado laboral que cuenta con diez veces más competidores que los que tenías en tu país y con un panorama que te invita de entrada a convertirte en un emprendedor – ‘entrepreneur’ en mi caso – y no precisamente en lo que venías haciendo.

¡Oye! ¡Pero esto es bueno! La necesidad nos ha hecho explotar y encontrar talentos que desconocíamos con tal de tener varias cartas bajo la manga, todo por vivir dignamente y superarnos. Por eso celebremos que hay ingenieros que ahora hacen arepas pero que también son dueños de areperas, contadores que son taxistas y que gerencian corporaciones automotoras, vendedores de computadores y CEO’s de Google, donde sobresalimos precisamente como malabaristas entre lo que nuestro título profesional valída y las destrezas adquiridas en el camino; y si no pregúntale a la mujer policía que fue salvada hace poco en una cadena de comida rápida en Florida. Y es precisamente en ese camino donde posiblemente caigamos en la tentación de inventarnos puestos de trabajo o habilidades, como que sabemos utilizar Excel o Twitter, que hablamos fluído cualquier idioma cuando en realidad nos defendemos a duras penas, hasta llegar a manejar un camión 350 cuando ni siquiera hemos tenido un carro propio. Lo que es cierto es que hemos perdido el miedo a decir que sí y sorprendernos positivamente con los resultados.

Que este nuevo reto se convierta en una ventana de los que teníamos un plan y se dió, de los que se desviaron en el camino, de los que seguimos buscando, de los que nos estamos adaptando (¿realmente termina?) para sacarle provecho a lo aprendido, a lo que dejamos atrás y lo que falta por hacer, porque al final de cuentas, el conocimiento no necesita un espacio en tu maleta.

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