En su artículo del pasado viernes 24 de noviembre titulado «Los seis de Houston», Ibsen Martínez refiere dos conjeturas sobre lo que subyace en la orden de detención del presidente interino y otros cinco altos gerentes de Citgo, la filial estadounidense de Pdvsa. Transcribo literalmente su texto: «Muchos sugieren que se trata de un hipócrita juicio que encubre a defraudadores más grandes. Y hay quien afirma que son los rusos de Rosneft, socios en Citgo, quienes instigaron por trascorrales la refinanciación para prevenir la pérdida de sus intereses si llegase a ocurrir el fatídico default».

Pues bien, me he propuesto evidenciar la factibilidad de la primera de las conjeturas referidas por Ibsen y para hacerlo recurriré al affaire de Ramiro d’Orco, también Ramiro de Lorca, mencionado en el capítulo VII de El Príncipe de Niccolo Machiavelli, titulado «De los principados nuevos adquiridos con las armas y fortuna de otros».

El asunto ocurrió hace 515 años, en 1502, 10 años después de que Cristóbal Colón descubriera a América y después de que César Borgia, una vez que conquistó la región de Romaña, se dispuso a establecer en la misma algún tipo de orden.

Primero, para lograr «paz y obediencia», Borgia puso en el puesto de ministro a Ramiro de Lorca, eficiente, cruel y adicto a los maltratos (sin redundancia), que impuso como forma de gobierno un régimen de torturas y ejecuciones en público que le ganan el temor y el odio de la población. No transcurre ni siquiera un año cuando Borgia decide que tal autoridad excesiva ya no le era necesaria, porque temía que pudiera volverse odiosa y en contra de él, entonces una mañana hizo poner a Ramiro de Lorca, en la plaza de Cesena, asesinado y cortado en dos pedazos y su cabeza clavada en una pica con un cuchillo ensangrentado a su lado. La atrocidad de tal espectáculo dejó al pueblo, al mismo tiempo, satisfecho y estupefacto y lo que es mejor, tan atroz hecho le permitió a César Borgia desvincularse –temporalmente– de sus crímenes.

En la mente de Niccolo Machiavelli, ¿qué espera la gente de un gobernante? El espectáculo del castigo, por un lado, deja al pueblo «satisfecho» porque Ramiro de Lorca cometió iniquidades, crueldades e injusticias contra el pueblo (logrando los objetivos políticos que tenía en mente César Borgia), y por el otro, también deja al pueblo «estupefacto» en el sentido de que le recuerda el poder increíble que opera detrás.

La forma en que César Borgia trató a su ministro es un excelente ejemplo de lo que Machiavelli alaba como virtud política, porque en este caso César Borgia demuestra lo que la gente necesita y espera de un gobernante. El ministro hizo daño al pueblo, por tanto, obtuvo su merecido.

La primera conjetura, en un primer vistazo, explica la «necesidad» que tiene el gobierno de Nicolás Maduro de “relanzarse” desligándose de la corrupción con la que se le asocia en todo tiempo y toda circunstancia. Con más detenimiento, uno puede afinar que se trata de una maniobra para evitar la culpa, que persigue inclinar el desenlace a favor del gobierno.

Esta conjetura también da cuenta de lo primitiva que resulta ser la política del gobierno: es un indicio de que su manual conductual y operativo es, en esencia, El Príncipe de Niccolo Machiavelli, el manual de la política sin ética.

Dado que el actual caso venezolano ofrece un potencial inagotable como tema, El Príncipe y el privitivismo político del gobierno –y de la oposición– bien pueden ser materia de un próximo artículo.

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