La esperanza es el leve hilo que nos une a los misterios vitales, nos hace creer muchas veces de manera irracional en la posibilidad de que nuestros anhelos se hagan realidad. Los cínicos, en su moderna definición, nada que ver con Antístenes y Diógenes, suelen sonreír de medio lado y zanjar la discusión con la nada sutil frase: Deseos no empreñan. Pero, pese al desplante, las ilusiones no cesan de crecer en nuestro interior. Algunas veces se descarrilan y surgen los ludópatas, se van con alma, vida y corazón a las patas de un caballo, o a determinada combinación de números. Otras se van atrás del primer charlatán que les dice lo que quieren oír. Las variaciones son infinitas.

Y en estos tiempos de posmodernismo superado y de, sabrá Pepe, cuál otra corriente se andará gestando por esos mundos de Dios, nuestra confianza en la bondad se impone. No es de nuevo cuño aquello de que Él aprieta pero no ahorca. Un hermoso refrán japonés asegura que es mejor viajar lleno de esperanza que llegar.  Martin Luther King dijo que si lograba ayudar a una sola persona a tener esperanza, no habría vivido en vano.  En la otra acera el bigotudo Friedrich Nietzsche aseguraba: «La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre».

¿Se puede seguir teniendo esperanzas en Venezuela o es caer en el plano de ilusos? Cuando el capitancito Cabello sale anunciando elecciones en abril y un connotado «dirigente» opositor responde con la consabida cantaleta de que el chavismo podría perder en las elecciones presidenciales que se realizarán antes del 30 de abril de 2018, confieso mi incapacidad de tolerar semejante imbecilidad. ¿Cómo se puede ganar en un escenario que el madurismo y sus pandilleros tienen controlado de manera absoluta? ¿En qué cabeza cabe semejante disparate?

Pese a las pesadillas que nos rodean, la que gobierna y la que pretende sucederles con aires de monaguillos benedictinos, creo en mi país con fe ciega.  En la carta a los hebreos, achacada a san Pablo, y sobre cuya real autoría hay una larga discusión, encuentro un versículo que me explica por qué sigo haciéndolo: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve». Es mi certeza de que esos «líderes» serán sentados al lado de los autores del actual desastre por su omisión y celestinaje. También estoy convencido de la acrisolada fortaleza venezolana que se impondrá sobre la corte de saltimbanquis, bufones y demás funámbulos que nos ha tocado padecer en estos lamentables tiempos.

© Alfredo Cedeño

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