La palabra concordia es la única que cabe cómodamente en el desiderátum venezolano, es la que define un acuerdo o conformidad entre personas discrepantes o enfrentadas, según el diccionario de la RAE.

Nadie puede exigir a las distintas posiciones políticas de nuestro país que se sienten a dialogar; si acaso pudiesen traspasar el umbral de la desconfianza, podrían reunirse a negociar para precisamente lograr la concordia entre nuestros ciudadanos. No se trata de acordar otra cosa más que la convivencia de lo contrario; el país, su sociedad, estará condenada a la total destrucción, sin vencedores ni vencidos, solo paupérrimos sobrevivientes.

Tiempo atrás un gran político español, Adolfo Suárez, cuando le tocó dirigir a un pueblo totalmente enfrentado, dividido por años de dictadura, por la crueldad de un guerra fraticida y por intolerancias dogmáticas, pronunció un discurso que aún retumba en las memorias de quienes pensaron que lograr la reconciliación sería inasequible, pero se logró, y hoy España disfruta del progreso y la prosperidad que solo se logran cuando se vive en paz social.

Suárez hizo la siguiente reflexión: había de construir una nueva casa para España, una donde cupieran todos y cada uno de los españoles, pero era necesario hacerlo sin derrumbar la existente. Había que pintar cada cuarto con el color de su preferencia, nunca imponer colores. Colocar nuevas tuberías sin cortarle el agua a nadie. Instalar nuevos cableados sin dejar a alguien en la oscuridad. Echar los nuevos cimientos sin demoler las columnas anteriores. Construir, siempre construir y mejorar lo existente dentro de la ley y con respeto pleno a las instituciones.

Es mucho más difícil lograr acuerdos que imponerlos; pero, además, la historia de las sociedades divididas demuestra que los contratos obligados nunca han perdurado y la división de las naciones, aun superadas por incruentas guerras, solo se sana al lograr la concordia y la humildad de los más poderosos.

Venezuela no es un caso único, aunque tal vez sea el más sobresaliente en un mundo donde se han superado tantas trabas para la estabilidad económica y el progreso social. Somos hoy referentes de la incapacidad gubernamental no solo en lo económico, también en lo social, al llevar a 80% de la población a niveles de pobreza.

Esa referencia pareciera que solo la aprecian quienes no disfrutan del enchufe en la burocracia roja, pues el gobierno se empeña en pintar el fracaso con colores de éxito y el cuadro resultante es más difuso que los del maestro Alirio Palacios.

Abraham Lincoln también comparó la reconstrucción de su nación con una casa. Sabía que una casa dividida no tenía más horizonte que el fracaso, y a pesar de su disposición para el entendimiento, la ceguera del fanatismo le sacrificó antes de cosechar el reconocimiento por su claro compromiso con la concordia.

Señor Maduro, no lo tome como un fracaso más, busque la solución de su mandato conquistando la concordia y, a pesar de lo impensable de una nueva posición para su soberbio régimen, busque la puerta de salida en paz, en concordia, sin pensar en los daños causados, y solo piense en la devolución del futuro a las nuevas generaciones; si lo hace tal vez sea recordado bien por ese sacrificio y no como el sepulturero de Venezuela.

Pregunte usted a Mijaíl Gorbachov qué lugar en la historia es más aconsejable y proceda en consecuencia, sincera recomendación.


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