I

Un anciano cruza la calle aprovechando el semáforo en rojo. Empuja con mucho esfuerzo una carretilla en la que lleva un contenedor grande lleno de agua. Lleva enrollado en su brazo izquierdo una manguera y en la manilla derecha de la carretilla guinda un botellón de agua de 5 litros. Detrás de él va una anciana.

Esa estampa es común por estos días en los municipios del estado Miranda que son parte de la Gran Caracas. Más de una semana sin agua. No es que hay horario de racionamiento, es que no hay agua corriente, cero, nada. Los tanques de los edificios están completamente vacíos. Los tanques de las casas también, a menos que los propietarios tengan suficientes millones para pagar un camión que los surta.

El caos que reina en las casas es total. Los utensilios de cocina se acumulan y llaman las moscas. Los baños se convierten en letrinas. Cuando se acaba el agua no hay manera ni siquiera de bajar los desechos. Todo huele mal.

II

La rotura de una tubería no puede ser la excusa. Nos quitaron el agua tres días antes del suceso en La Guarita y nadie da razón para tal medida. Hemos tenido que deambular con la ropa sucia pidiendo favores para poder lavar, pero son muy pocas las zonas en las que hay agua.

En medio de esta tragedia, nos volvimos mendingantes de agua. Un botellón, por favor, para poder bañar a mi mamá. La desesperación es total. Oigo que unos vecinos míos salen con botellones, botellas y bidones para un llenadero de camiones que queda en La Tahona y le digo a mi familia. Recolectamos todos los recipientes y nos vamos.

Llegamos al sitio y vemos inmensas filas de gente tratando de sacar de los camiones que llegan a llenar lo poco que les queda. La toma de agua queda al final de una subida. Los camiones esperan su turno y es cuando la gente abre la llave y pone los potes para que se llenen. Algunos tienen agua, otros vienen completamente vacíos. Hay que ser fuertes para cargar un botellón con 20 litros de agua.

Se junta gente de los barrios aledaños con gente de las urbanizaciones, todos buscan agua, todos tienen sed. Para poder salir de ese caos mi hija, mi hermana y yo nos dividimos en las diferentes colas.

Veo que el último camión que llega está solo, nadie lo mira. Un motorizado abre la llave y sale mucha agua. Busco a mi hija en otra cola y la traigo al camión. Cuando subo por mi hermana, el chofer avanza a la subida. Es peligroso porque el que maneja no se preocupa por quién está detrás; si le toca avanzar en plena subida, poco le importa que el camión eche para atrás y se lleve a la gente. Aun así, mi hija insiste, no se separa de la toma. Llena el primer botellón y yo lo cargo hasta el carro. Así, hasta completar nuestros recipientes.

III

Estamos tan distraídos que no recordamos. Estamos tan ensimismados, preocupados por sobrevivir, que no nos alcanza el ánimo, la fuerza y el tiempo para protestar. Pero soy de las que piensa que todo está fríamente calculado. Si no ¿cómo se explica que no haya agua, pero sí para los camiones? ¿Cómo se explica que no haya comida, pero sigan llegando las bolsas? Esa es la estrategia, dejar una rendija para la esperanza, que en realidad es una rendija para someternos.

Algún lector me ha dicho que solo escribo de cosas malas. No soy de las que cree que una buena noticia no es noticia, como algún colega jefe me dijo alguna vez. Pero trato de hacer una crónica de la realidad a partir de mi experiencia, porque me lo permite el género de opinión. Es lo que yo llamo la historia cotidiana, y la cotidianidad del venezolano es una tragedia.

Pero en medio de todo, hay algo que me hace levantarme cada mañana con ganas de seguir la lucha: mi familia. Y en ese grupo incluyo a mis amigos más cercanos, que son como mis hermanos. Sin ellos, ni lavar la ropa puedo. Sin ese amor, sin ese soporte, no podría continuar. A ellos mi agradecimiento y mi amor, estamos para lo que haga falta.

No olvido, sin embargo, y quiero que todos lo recordemos, que hace muchos años el presidente muerto justificó el racionamiento de agua con esta frase: “Yo me baño con un vaso de agua y quedo limpiecito”. Lo del agua, señores, no es nuevo. Es la ineficiencia intrínseca de chavismo. Solo que con Nicolás es peor.


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