Reprimiendo ferozmente al pueblo venezolano, con la Guardia Nacional, Policía Nacional, a mala hora denominada bolivariana, Sebin y sicarios disfrazados de colectivos, no podrá frenar los anhelos de paz, libertad y plena democracia como lo clama un pueblo ajeno al odio que se evidencia en usted y su partido PSUV, manchando con sangre su mandato. Actuando de manera despiadada, feroz, impulsiva, inhumana, cruel y con desmedida ambición de poder, solo ha logrado que innumerables inocentes víctimas paguen con sus vidas la impiedad de su régimen, en tan dolorosa y aciaga hora de la patria, en la que sus hijos, hombres y mujeres solo desean liberarla de la opresión, tiranía, impudicia, corrupción, inseguridad, narcotráfico, nepotismo y humillación, a la que nos tienen sometidos desde hace casi 20 largos años.

La sed de venganza contra sus opositores, y su empreño en mantenerse en el poder a toda costa, pese a su nefasta gestión al frente de los destinos de la patria, mantienen al pueblo venezolano en los actuales momentos en pie de lucha, y este no renunciará ni dará un paso atrás porque claudicar significaría no solo un acto de cobardía, sino el desaliento, frustración y dolor de millones de connacionales que anhelan un cambio y nuevos aires de libertad y democracia, no la que usted y sus camaradas pregonan populista y demagógicamente, para seguir engañando a incautos venezolanos.

La hombría se demuestra no solo haciendo alarde, sino con rectos procederes y manifestaciones, que en determinado momento hagan posible se le reconozca a quien presume de tal. Es como la nobleza, que según algunos intelectuales es hereditaria, pese a las diferencias sociales y cualidades personales, como el valor y la virtud.

Según calificados psicólogos la violencia que parta de su legitimidad, de su prohibición legal, de la forma como es tratada por un determinado gobierno, está condenada al fracaso, por cuanto resulta estrecha, limitada e incapaz de explicar cómo una autoridad puede recurrir al empleo de medios violentos y pretender justificarlos ante la opinión pública nacional e internacional, como es el caso venezolano, o cómo un Estado democrático, que no es el caso de nuestro país, puede ejercer la violencia sobre algunos de sus ciudadanos, lo que nos obliga a diferenciar entre fuerza y violencia del Estado contra sus ciudadanos.

James Fishkin define la tiranía como «una política, elegida por el gobierno, que impone severas privaciones, a pesar de que una política alternativa no habría impuesto severas privaciones a nadie». Estas privaciones son entendidas como daños en el plan de vida individual, en la capacidad de orientar las acciones propias de acuerdo con principios adoptados por uno mismo. La tiranía, con la violencia «estructural» que conlleva, supone una agresión no necesaria a la dignidad y autonomía moral de las personas (Fishkin, 1977). Otra noción que ha sido propuesta recientemente, para remediar algunos de los excesos que mencionábamos, es la de “violencia institucional”, que parece representar un compromiso entre los conceptos «tradicional» y «alternativo» de violencia. La “violencia institucional” se caracterizaría por ser sistemática, deliberada, sometida a unas reglas predeterminadas, aceptada por la mayoría de la comunidad, y a ella se recurriría solo en casos extremos en que han fracasado las técnicas de amenaza y control social (Waldmann, 1985,88-89).

El salvaje y primitivo ataque físico de que fuera víctima la ex diputada opositora María Corina Machado en Upata, estado Bolívar, durante una gira que realizaba con su partido Vente Venezuela ha sido objeto del más rotundo repudio nacional e internacional, por parte de connotadas personalidades venezolanas y ex presidentes latinoamericanos. La criminal agresión física de que fue objeto la líder de la oposición –ahora por segunda vez–, pues no se debe olvidar que la primera ocurrió en el seno del propio Parlamento, cuando ejercía las funciones que le había otorgado el pueblo venezolano mediante su voto, agresión física que la obligó a internarse en una clínica por varios días. Su agresora muy oronda se ufanaba a más no poder de haber perpetrado este denigrante suceso, como si fuese una cosa natural. Lo mismo ocurre ahora con quienes giraron las órdenes para agredir a esta valiente y luchadora mujer, que no descansará, como lo ha reiterado en numerosas ocasiones, “hasta que caiga el régimen de Maduro y pague con cárcel todos los atropellos perpetrados desde el poder”.

La violencia que ha institucionalizado el régimen desde que asumió el poder primero Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro trasciende todos los límites inimaginables. No se trata solo de la violencia física, sino también de la violencia contra la instituciones establecidas en la propia Constitución Nacional, y que prevalido del poder pretende convocar obligatoriamente a un referéndum tras la aprobación de una “nueva constitución” hecha entre gallos y media noche, por la ilegítima asamblea nacional constituyente, lo cual permitiría –de convocarse la votación– a no aceptar ese cambio de la carta magna, que cercenaría aún más los derechos de los venezolanos.

No debe olvidar que la historia es viva y perenne, y hay quienes quedan impregnados gloriosamente en sus páginas, algunos vituperados, maldecidos y otros en las pailas del infierno.

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