El derrumbe del modelo soviético llevó al economista marxista John E. Roemer a admitir que los socialistas carecían en la actualidad de un modelo de economía ideal. Roemer afirmó que “El mayor problema de la izquierda actual es la ausencia de una teoría. ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Por cuál tipo de sociedad queremos luchar? Sería de gran ayuda que nosotros, los intelectuales socialistas, pudiéramos ofrecer alguna orientación” (John E. Roemer, “Socialism’s future: An Interview with John Roemer”, Ethics, 117, abril de 2007, p. 437.)

Esta afirmación parece suponer que hay un cierto público, político y académico, consagrado al estudio del socialismo, a determinar los motivos de su rotundo fracaso y ofrecer una nueva orientación. Desde luego, lo hay: Castoriadis, Negri, Badiou, Bosteels, Žižek, Eagleton, Lester y otros. Los he seguido: todos critican y ninguno admite el regreso al socialismo de Estado.

Reformas en China: de las comunas al mercado             

China y Vietnam han abierto caminos inexplorados en este sentido. Veamos brevemente el caso de China. En el lenguaje oficial, China dice que la característica de su sistema económico es la de practicar una “economía socialista de mercado”.

Todo comenzó con la muerte de Mao Zedong, quien falleció el 9 de septiembre de 1976 a la edad de 82 años, abriendo espacio a la intensificación de la lucha por el poder dentro del partido. Por una parte, estaban los izquierdistas liderados por la llamada Banda de los Cuatro, dirigida por la viuda de Mao, Jiang Qing, quienes abogaban por la continuación de la política de movilización revolucionaria de masas.

Por otra parte, estaban dos grupos más moderados; uno liderado por Hua Guofeng, el sucesor designado por el propio Mao, que abogaba por el retorno a la dirección centralizada siguiendo el patrón soviético, y otro liderado por Deng Xiaoping, que estaba a favor de reformar completamente la economía de China de acuerdo con políticas pragmáticas, reduciendo el papel de la ideología en la determinación de las políticas económicas y sociales.

Al final, los moderados lograron el control del gobierno, y Deng Xiaoping se impuso sobre Hua Guofeng en la lucha por el poder. A partir de 1979, Deng y su equipo aceleraron las reformas económicas de tipo capitalista, aunque manteniendo la retórica de estilo comunista. El sistema de comunas fue desmantelado progresivamente y los campesinos empezaron a tener más libertad para administrar las tierras que cultivaban y vender sus productos en los mercados. Al mismo tiempo, la economía china se abría al exterior. El 1° de enero de ese mismo año, Estados Unidos pasaba a reconocer diplomáticamente a la República Popular China, abandonando a las autoridades de Taiwán, y los contactos comerciales entre China y Occidente empezaron a crecer. Ya a finales de 1978, la empresa aeronáutica Boeing había anunciado la venta de varios aviones 747 a las líneas aéreas de la República Popular China, y la empresa de bebidas Coca-Cola había hecho pública su intención de abrir una planta de producción en Shanghái.

Fiel a su famosa frase de que «da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones», pronunciada en 1960, y que tantas críticas le había ocasionado, Deng Xiaoping, junto a sus más cercanos colaboradores, tomaba las riendas del poder con el propósito de avanzar en las llamadas «Cuatro Modernizaciones»(la economía, la agricultura, el desarrollo científico y tecnológico y la defensa nacional), y puso en marcha un ambicioso plan de apertura y liberalización de la economía.

La meta de la reforma económica china era transformar a la estancada y empobrecida economía planificada de China en una economía de mercado, capaz de generar un fuerte crecimiento económico e incrementar el bienestar de los ciudadanos chinos. China había sido una de las economías más grandes, prósperas y avanzadas del mundo, antes del siglo XIX. La economía declinó en el siglo XIX y gran parte del siglo XX, con una breve recuperación en los años 30. De 1949 a 1978, las desastrosas «colectivizaciones» de Mao, el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural habían devastado la economía china, resultando en la destrucción de gran parte de la cultura tradicional y una caída masiva del nivel de vida.

Fases de la reforma económica

Desde 1978, las reformas económicas comenzaron en dos fases. La primera fase, a finales de los 70 y principios de los 80, involucraba la descolectivización de la agricultura, la apertura del país a la inversión extranjera y el permiso a emprendedores de iniciar empresas. Sin embargo, la mayoría de la industria permaneció estatizada e ineficiente, entorpeciendo el crecimiento económico. La segunda fase, iniciada a finales de los 80 y 90, llevaría adelante la privatización y contratación con sectores privados, nacionales y extranjeros, de la mayor parte de la industria estatizada, la supresión del control de precios, las políticas proteccionistas y regulaciones, aunque se sostuvieron los monopolios públicos en sectores como la banca y el petróleo. El sector privado creció notablemente, llegando a más del 75% del PIB para 2015, una cifra mayor comparada con muchas naciones occidentales. La tasa media fue de un alto 9,5%. La economía de China se convirtió en la segunda más grande, luego de EE UU.

El éxito de las reformas económicas de China generó cambios masivos en la sociedad china. La pobreza fue reducida drásticamente, aumentaron las riquezas nacional y privada pero también la desigualdad económica, lo que generó una reacción violenta de la Nueva Izquierda Maoísta. En la escena académica, los eruditos han debatido la razón del éxito de las reformas económicas chinas y las han comparado con los intentos de reformar el socialismo en el Bloque del Este y el crecimiento de otras economías en desarrollo.

A comienzos de 1979, Deng Xiaoping llevó a cabo una visita oficial a Estados Unidos, durante la cual se entrevistó en Washington con el presidente Jimmy Carter y con varios congresistas, y visitó el centro espacial de la NASA en Houston, así como las sedes de Boeing y Coca-Cola en Seattle y Atlanta, respectivamente. Con estas visitas tan significativas, Deng dejaba claro que las nuevas prioridades del régimen chino eran el desarrollo económico y tecnológico. La coordinación burocrática por vía de los comandos económicos había desaparecido desde 1980, o quedaba reducida a pequeñas esferas. Los mecanismos del mercado se han convertido en el coordinador dominante de la actividad económica. Ya en 2015, del 87 al 97 por ciento de la producción (dependiendo del tipo de producto) era destinado a su venta en el mercado. Esto es una característica del sistema capitalista.

Políticamente, aunque rige un solo partido (PCC), la situación ideológica no es muy clara. Por una parte, Marx, Engels, Lenin e incluso Stalin, no han sido denegados públicamente por el Partido Comunista, y se exhiben ceremoniosas muestras de fidelidad a las ideas de Mao. Por otra parte, el Partido se ha liberado del anticapitalismo en su práctica cotidiana y gubernamental. Se ha formado una estrecha interpenetración, que crece día a día, de los estratos líderes del Partido con la élite de propietarios y gerentes del sector capitalista de la economía. Esto adopta varias formas: cuadros del Partido, altos oficiales y generales nombrados por el Partido, se dedican a actividades económicas lucrativas diversas.

E inversamente, los grandes magnates del mundo de los negocios (business), pueden ser “electos” miembros de las asambleas locales o de la nacional, y colocados en los comités partidistas o aun electos como máxima persona de una organización del partido. El proceso de interpenetración es amplio; del partido al sector capitalista, y de vuelta, cuando lo aprueba (casi siempre) el Partido. Estos directorios interconectados son característicos de las grandes transnacionales capitalistas.

Esto contrasta radicalmente con lo sucedido en Venezuela, desde 1999, cuando Chávez, copiándose del sociólogo germano-mexicano, Heinz Dieterich, quiso imponer el Socialismo del Siglo XXI, como nueva teoría y prácticas conducentes a la “suprema felicidad del pueblo venezolano”. Valiéndose de las dádivas, las misiones, las estatizaciones, los controles de cambio, precios y otros aspectos de la economía, y con un barril de petróleo a más de 100 dólares, y un ingreso por exportaciones superior a 1,4 billones de dólares, sembró las semillas de la destrucción que, hoy en día remata Maduro, su sucesor a dedo.

Desde hace tres años y medio, Venezuela ha sufrido el peor desempeño económico del mundo, una corrupción asombrosa, ineficiencia y miseria en un marco político militar crecientemente autoritario, hasta llegar al gravísimo actual estado de cosas: un callejón sin salida democrática, razón por la cual Maduro y sus equipo han echado mano de una Constituyente espuria, de tipo fascista, que está siendo enfrentada en las calles, con dolorosos sacrificios de vidas jóvenes. Su objetivo de perpetuarse en el poder, por cualquier medio – fraude, represión y sangre– fracasará. No pueden ganar una batalla que lucha hacia la aurora.


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