Algo más de uno de cada dos colombianos votó por Iván Duque para que el nuevo presidente de Colombia protagonice una vuelta a las políticas progresistas de derecha. La fanfarria que montemos de este lado de la frontera debe ser modesta, calladita. Más bien debemos dirigirnos a las iglesias a rogar porque Dios lo ayude con la difícil tarea que enfrentará en sus años de mandato.

En primer lugar porque un Gustavo Petro agazapado le late en la cueva y se ha crecido con 3,2 millones más de votantes desde su primera vuelta. Ello no quiere decir que la población neogranadina tiene apego por un chavista de cuño propio. Que no se haga ilusiones el ex alcalde de Bogotá. Lo que esto significa es que los vecinos están hastiados de los partidos políticos tradicionales que no han aportado nada al crecimiento y a la eficiencia económica del país, que han resuelto de manera chueca el problema de la paz interior, que se han llenado de dirigentes corruptos hasta los tuétanos y que le han robado a Colombia el lugar que le corresponde en el liderazgo del continente.

Así, pues, este hombre joven y en apariencia sin amarras partidistas es una esperanza para la mitad del país. Pero solo para la mitad, estemos claros. Una falla de su parte en atender los requerimientos de este importante contingente de compatriotas hará que el populismo se atornille más en el ánimo de su población. En Colombia 27% de la población es pobre, es decir, 13 millones de ciudadanos. Para ello solo tiene 4 años, lo que es poco, muy poco, para resolver las necesidades de su país.

A Duque le va a tocar armar equipo y gobernar sin contar con un Congreso favorable. Si la tentación de arroparse con el uribismo aparece en su agenda, tal alianza podría convertirse en un boomerang de muy alto costo entre su electorado. Es bien cierto que fue el apoyo del ex presidente lo que le dio el empuje necesario para darse a conocer y para ganar adeptos, y no es menos verdad que le harán falta los votos de este sector en el Parlamento para los cambios que desee implementar, pero deberá contrastar tales aportes contra lo que el uribismo espere y aspire de su parte como contraprestación.

Dicho lo anterior, aplaudamos de pie el cambio de ruta que los vecinos de al lado acaban de votar, por razones que nos atañen directamente, además, a los venezolanos.

Lo mejor que ha podido pasarnos es que el gobernante del país más próximo entienda los avatares a los que nos ha sometido esta dictadura avasallante y cruel y que esté dispuesto a actuar para enderezar nuestro camino. Duque no solo intuye el daño que este gobierno “sátrapa” –para usar un vocablo suyo– le está ocasionando a Colombia, sino que sabe que debe salvaguardar a los millones de sus compatriotas que sufren en tierra nuestra al lado de los venezolanos. Este hombre considera preciso, además, combatir contundentemente el narcotráfico que Venezuela facilita, y tiene clara la importancia de impedir una contaminación de su país con los fenómenos de colaboración soterrada con el terrorismo yihadista que se promueven en la Venezuela revolucionaria.

Nos favorece el hecho de que todos los departamentos colindantes con Venezuela le dieron su voto favorable al nuevo presidente. Pero no perdamos de vista, sin embargo, que no sabemos hasta dónde podrá llegar el Duque-candidato en contraposición al Duque-presidente en su gesta a favor de la libertad de los venezolanos. Las ejecutorias que debe emprender en la política doméstica son colosales y sus prioridades deberán ubicarse de ese lado.

Así las cosas, lo que ha ocurrido en Colombia es muy, pero muy positivo, pero dista de configurar un promisorio futuro. Vamos a sentirnos bien en medio de tanta desgracia propia, pero lo prudente es tomárselo con un granito de sal.


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