Al regreso de su viaje a Nueva York, para asistir a la reunión anual de la Asamblea General de la ONU, Nicolás Maduro calificó su intervención en ese foro mundial, “modestamente”, como una victoria política, “que impactó profundamente en el debate mundial”, y que “dejó en la lona” a aquellos gobernantes de la región que le han criticado. No voy a referirme al contenido de un discurso que ya resulta repetitivo, y que no ha agregado nada nuevo a lo que le hemos escuchado previamente, denunciando una agresión imaginaria, al igual que logros económicos y sociales que están muy lejos de la experiencia cotidiana de los venezolanos. Pero veamos las dimensiones de la victoria alcanzada con ese discurso.

Las horas previas a ese discurso fueron amargas y difíciles, reflejando la preocupación de otros líderes regionales por la migración masiva de venezolanos y por la crisis humanitaria que padecen quienes todavía permanecen en el país. Tampoco debe haber sido grato de escuchar, en las intervenciones de otros jefes de Estado que le antecedieron en el uso de la palabra en ese mismo foro, las denuncias de graves violaciones de derechos humanos ocurridas durante su mandato.

Este régimen ha denunciado sistemáticamente lo que considera una “injerencia” de otros gobiernos u organizaciones internacionales en lo que concierne a violaciones de derechos humanos, o al deterioro de la democracia en Venezuela, para no entrar en más detalles. Sin embargo, en su discurso, Maduro ha pedido a la ONU “realizar una investigación internacional” por el supuesto atentado con drones de que él habría sido víctima; no por la muerte de estudiantes en manifestaciones pacíficas, ni por el uso de la tortura o por la existencia de centenares de presos políticos, sino por otro atentado en su contra. Hasta el momento, no ha habido ninguna respuesta de la ONU (ni tampoco del FBI), pero se afirma que, al igual que César, Maduro fue, habló y venció.

En su discurso, Maduro tuvo la osadía de comparar a Nelson Mandela con un grupo de sinvergüenzas que han saqueado las arcas públicas, y que, por sus rapacerías y por su participación en violaciones de derechos humanos, son objeto de sanciones en Estados Unidos y en Europa. Hacer esa comparación no es un éxito, sino una burla al ejemplo y al legado de Mandela.

A pesar del discurso de Maduro, el régimen venezolano no ha logrado evitar ser denunciado ante la Corte Penal Internacional, por seis países del continente, por crímenes de lesa humanidad que se le imputan a Maduro y sus secuaces. Tampoco pudo impedir que el gobierno francés diera su apoyo a esa denuncia, que responde a una legítima preocupación internacional. Como única respuesta, los voceros del régimen solo atinan a afirmar que este hecho constituye una “injerencia” en los asuntos de Venezuela. Pero eso está lejos de ser una victoria.

Durante su permanencia en Nueva York, a pesar de los numerosos gestos y mensajes de Maduro, ni el primer ministro canadiense ni el presidente de Estados Unidos quisieron reunirse con él. Además, como si se tratara de un apestado, tan pronto inició su intervención, la sala de reuniones de la Asamblea General se quedó casi vacía. Nadie desea reunirse con Maduro y nadie desea escucharlo. Tampoco tuvo oportunidad de visitar a sus sobrinos y enterarse de su vida en “la Gran Manzana”. ¡Un éxito completo!

Hace alrededor de 2.300 años, Pirro, rey de Epiro, que derrotó al ejército romano en 2 oportunidades, pero a costa de sus mejores generales, miles de soldados y decenas de elefantes, decía que con otra victoria como esa estaría perdido. Las victorias de nuestro glorioso presidente son como las de Pirro. ¡Otra victoria como la de su discurso en la Asamblea General de la ONU y la revolución estará perdida!


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