Esta parece ser la respuesta que muchos líderes de oposición dan cuando se les exige que se entiendan con los otros demócratas. No importa quién tenga la razón, pero pareciera que prefieren que Maduro se quede antes que reconocer cualquier comportamiento acertado de algún adversario interno.

Todos queremos la salida de Maduro y ello debería ser suficiente para que los esfuerzos de cada uno de los sectores se mancomunaran. No es así.

¿Cuáles son las diferencias que separan a los partidos, grupos y personalidades de la oposición? Pueden ser muchas, pero hay una fundamental:

Unos piensan que lo primero es sacar a Maduro y a la banda de delincuentes que le acompaña, para luego hacer elecciones. Otros aseguran que la salida del dictador se producirá cuando las presiones, internas y externas, le obliguen a negociar y a realizar elecciones libres. Ambas posiciones se fundamentan en sólidas argumentaciones.

Yo personalmente creo que Maduro nunca va a permitir elecciones limpias y por ello me inclino por la primera opción. Tengo además una gran fe en la existencia de una mayoría democrática en el seno de nuestra Fuerza Armada que muy pronto intervendrá para hacer cumplir la Constitución. Esta mayoría “institucional” se pone en evidencia con la represión, la prisión y la tortura de tantos oficiales.

Pienso, además, que constatar las diferencias no excluye la acción unitaria en muchos aspectos. Tampoco creo en una unidad artificial que pretenda mezclar el agua y el aceite. Me conformaría con una plataforma de acción comúnmente aceptada y disciplinadamente acatada.

Pero lo importante es que la visión que yo tengo no me conduce a descalificar a quienes sostienen la posición contraria, ni a pensar que son unos infiltrados, traidores o asalariados del gobierno. Mucho menos me lleva a pretender dar lecciones de coraje a nadie.

Trato de aclarar: para mí, en todos los bandos, en absolutamente todos, hay una minoría de oportunistas, aprovechadores y corruptos de nueva o larga data, pero tengo un profundo respecto por la gran mayoría del liderazgo político opositor. Sé perfectamente cómo y de qué viven y no se me escapan la persecución, el hostigamiento, las agresiones a los que están sometidos cada día.

Cualquier acierto de la oposición me produce alegría y cualquier fracaso genera en mí una gran tristeza. No me importa de quien provenga. Tengo una inmensa aversión a los autogoles.

Para solo hablar de hechos recientes, aplaudí la decisión de la Asamblea Nacional de respaldar a la reciente sentencia del Tribunal Supremo de Justicia legítimo condenando a Nicolás Maduro y celebré la convocatoria a un paro nacional. Todavía no entiendo por qué hubo líderes y partidos opositores que no respaldaron esta sentencia o la protesta subsiguiente. Aplaudo cada vez que veo a María Corina Machado dar la cara recorriendo a Venezuela en contacto permanente con la gente, sin importarle los riesgos y conectando con las protestas sociales. No me explico por qué no la acompañan dirigentes y militantes de todos los partidos. Me duele la prisión y la tortura a Juan Requesens como si fuera mi hijo y me escandaliza la solidaridad dosificada de muchos adversarios del régimen. Me indigna leer que el Tribunal Supremo de Justicia legítimo solicite investigar a Henrique Capriles Radonski, sobre la infundada base del testimonio del pro-cónsul de Odebrecht en Venezuela, pero no extiende la solicitud a TODOS los opositores mencionados por el poco confiable delator.

Podría escribir páginas y páginas hablando de estas alegrías y de estas frustraciones. En pocas palabras, no entiendo cómo ni por qué muchos líderes solo arriman la brasa para sus sardinas y no apoyan ni reconocen lo que proviene de adversarios internos por quienes profesan una enemistad mayor a la que tienen por el chavismo. O, mejor dicho, rechazo actitudes que, para mí, solo encuentran fundamento en la mezquindad, el afán de protagonismo y la falta de grandeza.

Podría pensar el lector que incurro en las mismas descalificaciones que condeno, pero la gran diferencia es que mi crítica abarca a toda la conducción política de la oposición y no se limita a quienes tengan opiniones distintas a las mías

Me asombra también la mediocridad perversa de muchos usuarios de las redes sociales que se solazan y propician la división, sin ignorar que muchos de ese tráfico por Twitter, Instagram o Whatssap proviene de bots y cuentas ficticias gubernamentales, que inventan o magnifican las discrepancias y amplifican los insultos. Un inmenso y perverso videojuego. Como muy claramente lo dice Alberto Barrera: “Los soldados digitales entran a la contienda para descabezar a impuros e impíos. Viven buscando entre las sombras, traidores y delatores. No puede haber pactos. Ellos son únicos. Ellos son los castos, los inmaculados. No solo saben lo que hay que hacer. También quieren decidir quién puede y debe hacerlo. Y, por supuesto, quién no”.

Desde hace varios años estamos esperando el surgimiento de un Líder (con “L” mayúscula) de toda la oposición. Un dirigente con grandeza de espíritu, humildad y amplitud de criterio, que no le importen las críticas en las redes. Puede ser uno nuevo u alguno de los existentes. Basta con darse cuenta de que el país requiere de visiones ecuménicas que permitan reunirnos a todos. Alguien que esté dispuesto a ir a misa con sus adversarios, rivales o competidores. A quien solo le importe Venezuela.


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