La debilidad del acuerdo de prórroga del brexit no deja bien parada a la Unión Europea, ni mucho menos al Reino Unido, ¿por qué digo esto?

Es evidente que, al ampliar el plazo, se reduce la presión a favor del pacto que hasta ahora pesaba sobre la primera ministra Theresa May y sobre toda la élite política británica, pero no significa que los efectos negativos no afecten al Reino Unido, un aliado estratégico de la Unión Europea, que no le ha permitido a su “aliado” tener una salida decorosa y con condiciones “favorables”, algo que está afectando severamente a ambas partes.

Al dejar la partida en tablas provisionales, los europeos adquieren, aunque sea transitoriamente, parte de unas responsabilidades políticas —al menos frente a la opinión pública— que objetivamente recaen en la ineptitud, el filibusterismo y el caos de la política británica. Y es evidente que la táctica de esperar y ver, que adquirió casi estado de naturaleza en la política económica frente a la Gran Recesión y las crisis de los socios más débiles, no suele dar resultados espectaculares.

En algunos casos estos son lamentables. La prudencia, tan cara a la canciller Angela Merkel, amenaza con convertirse en indecisión, parálisis y ausencia de horizontes. En este caso ha originado ya la primera gran discrepancia interna en la UE que se ha producido durante los 33 meses de gestión de la pesadilla del brexit.

Todo esto no es lo peor. Lo peor es que el aplazamiento contamina (aunque quizá no la contagie trágicamente) la vida comunitaria, las inminentes elecciones y las decisiones y proyectos que deben ser consecuencia de esos comicios. Es ridículo que unos ciudadanos a punto de marcharse de un “club” llamado Unión Europea participen en el diseño de sus estrategias de futuro. Eso es lamentable e ilógico.

Las cláusulas de salvaguarda establecidas en el acuerdo para evitar esos males son demasiado frágiles, porque los parlamentarios británicos serían legalmente elegidos por un cuatrienio, no por cinco meses, y aunque se lograse forzar un apaño normativo para evitar su continuidad tras el acuerdo de salida, no está descartado que la maniobra no ocasione litigios políticos y jurídicos. Lo mismo sucede con la participación de Londres en la elección de los nuevos cargos comunitarios. Aunque se comprometa a extremar la lealtad que obliga por igual a todos los Estados miembros, ese compromiso será difícilmente exigible.

En definitiva, la prórroga quizá no sea la solución más negativa posible, pero, desde luego, no puede suscitar ni aplauso ni entusiasmo.

Difícil la encrucijada a la que muy pronto se enfrentará Gran Bretaña.


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