La imagen conquista territorios afectivos e intelectuales. Su poder es el mismo de la palabra al superar a la espada en su afán de conquista. El cine basa su persuasión en la habilidad de narrar una historia con unos personajes convincentes.

El pacto de credibilidad concluye y cede cuando las interpretaciones producen sonrojo y pena ajena. Suele ocurrir con películas venezolanas deficientes en su puesta en escena.

La dirección anémica, por igual, distrae la atención del espectador y le provoca molestias en la pantalla. Veo cómo fracasan proyectos criollos por descuidar detalles de actuación, montaje, fotografía y composición de los encuadres.

El modelo internacional de Hollywood asienta su estilo en la efectividad realista de sus propuestas de ficción, independientemente del género.

Hotel Artemis es una cinta de una notable capacidad de figuración y abstracción, que contiene una metáfora de un país, de un mundo y de un tiempo histórico. El público nacional se reconoce en los múltiples conflictos del guion.

El largometraje describe el encierro de un grupo de criminales en una clínica privada disfrazada de torre kafkiana y deluxe. El edificio vintage alberga a puros delincuentes de cuello blanco, quienes pueden recibir la atención médica de una abnegada enfermera con un pasado oscuro.

A la mujer la interpreta una simbólica Jodie Foster de vuelta de todo, de regreso de tratar con hampones y caníbales como Hanibal Lecter.

La edad madura favorece la performance minimalista y melancólica de la ganadora del Oscar. Conforme evoluciona la trama, iremos descubriendo el encanto discreto de una de las grandes piezas de la temporada.

Corre el año 2018 en un no futuro cercano a la distopía de Venezuela sin luz y a merced de la inseguridad, a cada hora.

Los ladrones tomaron el control del Estado. Los capos de la mafia dominan las malas calles de la ciudad de Los Ángeles en una alegoría de la propia condición sitiada de la industria del espectáculo como espejo del globo.

Por tanto, viejas leyendas de la meca se dan cita en el Hotel Artemis. Las estrellas conversan, sostienen diálogos reposados y humanos, protagonizan acciones de choque. Juntos defienden un arte en desuso, casi amenazado por las bombas y las explosiones del entorno de la capital del show bussinnes.

A su modo, el trabajo audiovisual responde al momento de las hegemonías de las franquicias, los derivados y las series. El acabado formal y conceptual es una auténtica anomalía en los días de las sagas de superhéroes. Finalmente, reencontramos una propuesta ajena al compromiso de complacer a la audiencia de los geeks y los fans de los cómics.

La infantilización de la cartelera ampara uno de los escollos y de los incordios del milenio. Por un lado, orienta la creación de contenidos, y logra así rentabilizar el medio a pesar de la crisis. Por el otro, concentra la oferta en un nicho demasiado limitado y ombliguista.

Sería el dilema de estancarse de por vida en Hotel Transylvania 3 o de explorar las texturas neonoir y experimentales de Hotel Artemis, una apuesta por la persistencia de unos arquetipos y unos relatos condenados a una extinción prematura.

Reto de la crítica y de la cultura defender la singularidad de títulos así de disidentes, diferentes y representativos de la diversidad.

No hablemos ya de periferias y cuestiones alternativas censuradas por el bloqueo decretado por la dictadura. La tiranía empobrece el menú de opciones porque le conviene la uniformidad del pensamiento.

Protejamos las expresiones y las comunicaciones de la resistencia.

En el epílogo de Hotel Artemis, la batalladora Jodie Foster abandona el nido, la zona de confort, y va al encuentro de los necesitados y heridos en el asfalto.

El instante exige salir de la burbuja y tenderle una mano al que sufre. Curar enfermedades ante el dolor de los demás.


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