Avengers: Infinity War es la película más trágica del universo de Marvel, seguramente porque tiene la libertad de ser un puente o un largo preludio.

En otro caso, refrendaría el compromiso de la compañía por salvar al mundo y consolar al espectador.

El filme afronta, por tanto, una condición dual al momento de digerirse.

El público debe interpretarlo como ficha independiente, nunca desligada de un rompecabezas.

La mayoría de los críticos le reclaman a la cinta la debilidad de no desarrollar personajes como antes. Pero en verdad sí existe un eje dramático consistente, pivotando alrededor de la siniestra solución final de Thanos, el némesis y el epítome maquiavélico de la franquicia.

En él se centran la ilusión, el contrabando y la carga iconoclasta del tanque dirigido por los hermanos Russo.

A primera vista, el villano opaca e instrumentaliza el período de crisis de los vengadores, cuando desunidos y diluidos en rencillas personales se hacen fáciles de doblegar y exterminar.

La narrativa se fragmenta en la construcción de una batalla tan particular como global.

La escritura del guion retoma la estructura serializada y shakesperiana de Juego de Tronos, esqueleto invisible de la también redituable Black Panther.

El libreto pone el control de la historia en el puño de la audiencia del consumo interactivo.

Precisamente, Avengers: Infinity War explora la transversalidad de engranar innumerables plataformas, saliendo airosa de la compleja apuesta. Las fronteras conquistadas por la adaptación son las competencias de Netflix, HBO, Facebook y Apple (iPhone). 

A cada una de ellas, la película le roba una de sus gemas simbólicas en una de las guerras subrepticias del caballo de Troya de Disney (midan el impacto viral de la película en Twitter).

No en balde, Mickey Mouse reina solo en el espacio de los récords de taquilla, contando las ganancias exorbitantes de su nuevo juguete. Envía un mensaje contundente e intimidante a sus potenciales enemigos. De momento, es la principal fuerza de la naturaleza comercial en la galaxia de las pantallas grandes. Por supuesto, la metáfora de Thanos se ajusta a la medida de sus ambiciones absolutistas.

En segunda instancia, la obra denuncia y expone el riesgo de enfrentar la amenaza de un gran poder sin oposición.

Los norteamericanos ven en Thanos una caricatura estilizada de la política exterior de Trump.

Los venezolanos resienten la semejanza con un Maduro aparentemente imbatible, desde su proyecto de degradación fascista. 

En lo personal considero al coloso morado un monstruo de la generación del milenio.

Un troll de las redes sociales cegado por la venganza. Un stalker selfie empeñado en diseñar una super-app, a modo de guante bling bling, para instaurar su era de plomo digital. Un hombre de hierro bizarro de la pesadilla terrorista y darwinista.

Un narciso misógino con look de gladiador camp en un videoclip de trap. Escupe frases, lanza mujeres por barrancos, llora, capitaliza el drama coral. 

Claro, lo anteceden los titanes wagnerianos del autodesprecio y la arrogancia nazi. ¿Caerá por su propio peso?

Por obvios vínculos parentales, resucita el complejo de culpa y los cargos de conciencia de la campaña de colonización del oeste.

Salvaje y bestial, civiliza con puño de hierro y una doctrina apocalíptica de conspiración reptiliana, sobre un desierto de escombros y ruinas planetarias. Clásica fantasía destructiva de la ciencia ficción.

Los cómics siempre explotan el miedo del fundamentalismo.

Thanos llega para avivar el pánico por un mundo gobernado y tiranizado por un Estado islámico y socialista, sometido a la purga de la mitad de su especie.

Secuelas de un holocausto atómico familiar.

Imposible no identificar las relaciones con la desaparición de nuestros amigos y familiares, a consecuencia de la cacería de brujas del chavismo.

Avengers: Infinity War contiene un desenlace espeluznantemente hermoso en su proyección surrealista de un no futuro demasiado próximo, si no tomamos cartas en el asunto. Los ídolos se esfuman como una nube de polvo enmarcada en un lienzo de Dalí.

La persistencia del no tiempo a través de un espectáculo efectista de sensaciones líquidas, barrocas, mutantes. Poesía de una cultura de masas, celebrada por unos y cuestionada por los involuntarios replicantes de la escuela de Frankfurt.

El equívoco de colegas libertarianos, gimoteando por la promiscuidad de Marvel y la enorme inversión en medios. Susan Sontag, arquetipo de la intelectual ortodoxa, denostaría el resultado. Nietzche lo entendería en el contexto de sus teorías de lo dionisíaco versus lo apolíneo. Teams folklóricos de geeks pretenden echar abajo el ejercicio de traslación.

Olvidan la magia irónica y cínica de la empresa.

¿Cómo tomarse en serio y al pie de la letra una sátira demencial, desmesurada y descomunal?

Esperemos entonces por la reunificación de nuestros aliados en pos de la derrota del plan macabro del déspota.

Genio y figura de un romanticismo melancólico y posmoderno.

El demonio secreto de la existencia. Persigue un objetivo, cual extensión de la novela Moby Dick, para enfrentarse a la desolación de su inútil logro. 

Con su mirada clavada en el horizonte nos interpela e inquieta. No es poco mérito en una época de corrección y condescendencia.

El lado oscuro de Marvel es fascinante. 


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