En entregas anteriores me he referido a los terribles tiempos que padecemos los venezolanos, animando a “sobrevivir sin perder la dignidad” (24 de enero de 2018) en medio de las “crónicas del hambre” (30 de mayo de 2018). Pero ahora que nos acercamos a diciembre, nos sentimos abrumados ante el acelerado deterioro de nuestras condiciones de vida en comparación con los primeros meses del año. Recuerdo que todavía existía el transporte público superficial (ahora está reducido al mínimo) y el Metro pasaba con frecuencia, y aunque se comía mal se comía. Ahora nos toca todos los días caminar y caminar cuadras y cuadras para llegar a nuestros trabajos y a los centros de educación, todo ello con el peligro de una inseguridad personal creciente y el irrespeto de las normas de tránsito por parte de los conductores. Por darles un ejemplo personalísimo: a principios de año me quejaba de que mi sueldo como profesor solo me alcanzaba para pagarme un café por clase dada, pues resulta que ahora ni siquiera puedo tomármelo. La famosa reconversión de finales de agosto aceleró la hiperinflación generando una mayor tragedia. Y todo esto en medio de un ambiente de desesperanza y gran tristeza. Es inevitable entonces preguntarnos qué hacer para no terminar devorados por la oscuridad.

Una vez más insistimos en que la solución pasa por el apoyo de la diáspora mientras continúa la tormenta (“Tómate un café con un venezolano”, 13 de junio de 2018). Me atrevería a decir que las mayorías así lo han comprendido, porque saben que aunque acá se tengan muchos trabajos, si al final ganas en bolívares es imposible poder vivir con un mínimo grado de normalidad (comer, vestirte, etc.). Aquellos tiempos en que los venezolanos trabajaban un mínimo han pasado, y nadie nos puede decir que somos unos flojos o que no “laboramos duro”. A pesar de ello, todavía existen hijos que, incluso ganando muy bien en el extranjero, son incapaces de ayudar a sus padres, no les interesa verlos pasar hambre y enfermar. Poca gente puede comprender que se llegue a tal grado de maldad, una injusticia que clama al cielo y que representa un grave pecado. A todos los que generosamente nos extienden su mano, desde acá les mando un abrazo agradecido recordándoles que invierten en la reconstrucción de su país. E incluso, cuando los tiempos cambien las deudas serán pagadas. No olvidaremos nunca tan noble gesto.

La solución pasa además por la unidad de todos los demócratas, de todos los venezolanos y personas de buena voluntad. A principios de este mes les dejamos nuestras ideas al respecto en “El plan para lograr la unidad” (10 de octubre de 2018), y poco a poco, aunque con gran timidez, vemos algunas iniciativas al respecto. Me pregunto una vez más: ¿qué esperamos para que los partidos hagan elecciones internas que permitan el ascenso de un liderazgo renovado en el cual no se desconfíe? Desde la comunidad internacional se mantienen las acciones a favor de la libertad y se escuchan voces como –por solo citar un ejemplo– la siguiente: “Maduro se ha comportado de la manera que lo hacen los dictadores e impuso una enorme angustia personal a los venezolanos” (secretario de Estado de los Estados Unidos Mike Pompeo, 26 de octubre de 2018). Lo resalto porque ha hablado de una realidad que afecta a las mayorías, a cada persona que sufre al saber que sus bienes pueden perderse en cualquier momento. Es la gran angustia de vivir al borde de la supervivencia. Cada cosa que tenemos si se daña no puede ser repuesta, y de lograrlo es con un esfuerzo descomunal o una ayuda externa. La angustia es la mejor palabra que puede describir nuestro día a día. Siempre me pregunto cómo esto nos afecta la salud y nuestro carácter. Hay que tener mucha fuerza para no deprimirse. Una manera para lograrlo es asumir la logoterapia de Viktor Frankl (1905-1997), quien la creó a partir de su experiencia en Auschwitz, y que consiste en encontrarle un sentido a lo que hoy sufrimos.

Son muchos los que ante este horror pierden la orientación de sus vidas, y de ese modo no logran encontrar sacar fuerzas de lo más profundo de su espíritu y vencer la inevitable desesperanza. El incremento en el número de suicidios ha pasado de 700 (Instituto Nacional de Estadísticas) en el 2012 a nivel nacional a esa misma cifra solo en Caracas en lo que va de año (Agencia de Noticias Bloomberg). Toda nuestra energía debe estar encauzada en conseguir el fin que nos hace permanecer vivos (siempre sin perder la dignidad, claro está). ¿Para qué y por qué luchar por la vida? Por nuestros seres queridos, por nuestros sueños. En esta tarea considero que los valores cristianos que son los predominantes en la cultura nacional son una sólida base para no rendirnos. Pero también está la tarea de aguzar los sentidos y encontrar belleza en donde menos la esperamos. E incluso el solo hecho de ver el “fin de la película” y lograr la tan anhelada justicia, puede ser un motivo para seguir. El amor, la generosidad, la entrega al otro pueden inspirar en medio de las peores condiciones.

De los pocos diálogos que tiene la película Dunkerque (Christopher Nolan, 2017), hay uno que no deja de repetirse en mi mente en los últimos días. Es aquel que se da entre un hombre ciego que recibe con otros, en Inglaterra, a los soldados británicos que han huido a duras penas del cerco alemán en 1940. Los jóvenes soldados se sienten frustrados y este viejo ciego los recibe con un “Bien hecho, muchachos”; la respuesta de ellos es: “Lo único que hicimos fue sobrevivir”, y este les responde: “Eso es suficiente”.


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